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La lengua de las mariposas

Laura Vilanova

Creo en la escuela pública. Porque veo cada día maestros que son capaces de enseñar a sumar y, a la hora siguiente, están hasta los codos de barro preparando la tierra para el huerto escolar con sus alumnos.

Creo en la escuela pública. Porque creo que mi hijo tiene mucha suerte de convivir en el colegio con todo tipo de culturas y de aprender a decir buenos días en chino porque se lo enseña su amigo Toni.

Creo en la escuela pública. Porque no se limitan a enseñar a leer a los niños sino que despiertan su curiosidad por los tesoros que se esconden entre las cuatro paredes de una biblioteca.

Creo en la escuela pública. Porque Irene, una ‘profe’ en prácticas, hizo amar su ciudad y sentirse orgullosos de su historia a niños de cuatro y cinco años elaborando con ellos maquetas de la Explanada, la ‘Cara del Moro’, el Postiguet o el Mercado Central.

Creo en la escuela pública. Porque mi hijo no hubiera podido conocer a María, su mejor amiga, si persistiera la segregación por sexos.

Y, finalmente, creo en la escuela pública porque aunque sé que en los colegios concertados y en los privados hay estupendos maestros y profesores (tengo un magnífico ejemplo en la familia), la escuela pública es la única a la que pueden acceder todos los niños y niñas, provengan de dónde provengan, practiquen la religión que practiquen y cuenten con los medios económicos que cuenten. Y creo en la igualdad de oportunidades.

No sé porqué viendo el panorama actual de recortes en educación y revisando por encima la Ley Wert me ha venido a la cabeza la película “La Lengua de las mariposas”. Esa magnífica historia de Manuel Rivas llevada al cine por José Luis Cuerda en la que un viejo maestro (encarnado por Fernando Fernán Gómez) despierta el afán de aprender de un enfermizo niño de 8 años trasladándole conocimientos tan variados como el origen de la patata, el papel de las arañas de agua como precursoras del submarino o el motivo de que las mariposas tengan la lengua en espiral. En la película, el inicio de la Guerra Civil echa por tierra todos los principios inculcados en esa tierna relación entre maestro y alumno. ¡Que no se echen ahora por tierra todos los principios de la escuela pública en virtud de conceptos tan abstractos como mercado, competitividad o resultados! La enseñanza es algo más que eso.

Seguro que aprender lo que es un ‘espantallops’ en Primero de Primaria no es competitivo en términos de la OCDE, pero hace amar a los niños la escuela, despierta su curiosidad y les ayuda a comprender mejor la naturaleza. Despertar, ayudar, comprender, motivar… ¡No creo que esa sea la finalidad de la LOMCE! Por eso no dejo de preguntarme ¿qué se busca con la nueva Ley? o como tan acertadamente narró mi compañera Chus Villar ¿Qué esconde realmente la LOMCE?

Creo en la escuela pública. Y como creo en ella, no me gustaría verla desaparecer.

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