La ciudad estúpida
La tecnología suele ejercer de embajadora oficiosa del inglés. A menudo cada nuevo dispositivo nos descubre todo un vocabulario que engullimos sin pararnos si quiera a digerir. Sea por esnobismo o por pura desidia, adoptamos los anglicismos directamente y estos pasan a formar parte de nuestra realidad cotidiana, los entendamos o no. El penúltimo de dichos préstamos ha sido el de pegarle la etiqueta Smart –que entre otras cosas significa ‘inteligente’ en inglés– a cualquier dispositivo electrónico que resulte medianamente espabilado.
De hecho no sólo se aplica ya a smartphones y o SmartTVs. Cualquier ámbito susceptible de mejorar su efectividad a través de la tecnología es un candidato a volverse Smart. Las ciudades, por ejemplo, se encuentran sumidas en plena evolución para mejorar su habitabilidad, reducir su consumo e incrementar su eficiencia en un esfuerzo interesante por volverse más listas. Existe un programa Europeo que así lo incentiva y, de hecho, existe un estudio que ha medido el desempeño de 70 ciudades europeas en 74 indicadores relacionados con áreas como la economía, la habitabilidad, el ahorro energético, la gobernabilidad y el desarrollo humano.
Valencia no está en esta muestra. Pero eso no es mérito del Ayuntamiento. En realidad la selección de las setenta ciudades se basa en criterios puramente demográficos y de accesibilidad de bases de datos que permitan medir los 74 indicadores. Sin embargo el hecho de no estar en ese botón de muestra no quiere decir que Valencia no sea una Smartcity. O mejor dicho, que no aspire a serlo. Como tal, la ciudad forma parte de la Red Española de Ciudades Inteligentes y desde el Ayuntamiento se busca visibilidad en cualquier foro relacionado con el concepto.
Es cierto que la tecnología nos ha facilitado mucho la vida en ese aspecto y gracias, por ejemplo, a la administración electrónica nos podemos ahorrar decenas de trámites frente a la maldita burocracia. Pero una SmartCity no puede vivir sólo de gestionar correctamente los certificados de empadronamiento. Aspectos como el desarrollo humano, el consumo energético o la cohesión del –maltrecho en este caso– tejido urbano también son elementos fundamentales en el desarrollo de una ciudad inteligente.
Eso por no hablar de la movilidad. La gestión de los desplazamientos es uno de los grandes quebraderos de cabeza de las Smartcities más grandes. Y eso no se puede lograr sólo desplazando el tráfico del centro a grandes bulevares periféricos que a menudo parecen autovías. Tampoco organizando el transporte público en función del calendario escolar o, peor, de la administración como decidió hacer FGV después del pasado 9 de octubre.
Desde luego uno de los aspectos clave de una ciudad inteligente es, por encima de todo, su eficiencia. La tecnología puede favorecer esa eficiencia pero lo hará siempre y cuando se sienten las bases para que así sea. En última instancia esto quiere decir que la responsabilidad de dicha eficacia recae en el factor humano. Y cuando uno ve que en su ciudad el factor humano, el gestor, es absolutamente incapaz de coordinar dos administraciones para evitar que 17.000 personas se vean incapaces de acceder al lugar en el que se celebra su oposición, se da cuenta de que lejos de vivir en una ciudad inteligente la suya es todavía una ciudad bastante estúpida.