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CV Opinión cintillo

A quien lea

Crisis en el Palau: de Morella a Carcaixent

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“Desert d’amics, de béns i de senyor,

en estrany lloc i en estranya contrada,

lluny de tot bé, fart d’enuig e tristor,

ma voluntat e pensa caitivada,

me trob del tot en mal poder sotmés,

no vei algú que de mé s’haja cura,

bé sui guardats, enclós, ferrats e pres,

de qué en fau grat a ma trista ventura“

Jordi de Sant Jordi, País Valencià, vers el 1420

Los estrategas del Palau del carrer dels Cavallers, aparcada la posición de Mónica Oltra–sub judice– por Compromis y desarbolada la formación de U. Podemos, han optado por romper el largo silencio semestral de Ximo Puig, con el relevo controlado en el Consell de la Generalitat. ¡Qué gran concepto democrático y social el de Generalitat! El socio mayoritario e imprescindible, Compromís, ha marcado su tempo con la dimisión controlada del ex conseller de Educación y poca cultura, Vicent Marzà. La mecha estaba encendida y la espoleta a punto de estallar. ¿Qué camino emprenderá ahora el desplazado exconseller de Hacienda, Vicent Soler, natural de Rocafort? Pieza clave de un gobierno de bajo relieve y escasos resultados. Dos hitos para terminar la legislatura: la factoría de baterías alemanas en Sagunt- justicia al desmantelamiento siderúrgico– y el flujo de los fondos Next Generation de la UE. Tres líneas maestras: el empeño de quedar bien con todos, el posibilismo y que algo cambie para que todo siga igual. ¿Es lo que necesita el País Valenciano para despegar desde la oportunidad progresista tras siete años de continuismo? ¿No habrá llegado todavía el momento de romper una lanza y asumir riesgos para ilusionar a los votantes?

Sutileza, por favor

El País Valenciano lo tiene difícil. Aislado en su soledad, al margen de los polos de poder: Madrid, Catalunya, Euskadi, Andalucía, Galicia. Algo había que hacer. Las alianzas se diluyen. La pandemia, los efectos de la guerra en Ucrania, la especulación en los combustibles, el abuso energético, la escasez de materias primas–cereales y de las otras–, la inflación desbocada y el aumento en los tipos de interés que grava la deuda, únicamente encuentran respiro en los fondos europeos para la reconstrucción. Los gobiernos del Botànic han buscado la solución externa sin atender las carencias y reformas pendientes que recompusieran el equilibrio interno. El clima bélico y el sálvese quien pueda, que se respira en Europa, no favorece. El movimiento de peones en el Govern ha trastocado las expectativas. De un adelanto electoral acariciado, al discreto deseo de acabar la legislatura sin sobresaltos. Las elecciones en Madrid, Castilla- La Mancha y el próximo 19 de junio en Andalucía, confirman que los partidos situados a la derecha y ultraderecha van camino de encaramarse al poder. A cuenta del desencanto y la indignación. El electorado será quien tenga la última palabra. Lo recuerda a menudo el politólogo Jaime Miquel y también lo escribía el conde de Romanones al refrescar su memoria política en “Notas de una Vida”: las voluntades a pie ya son las que deciden. No sirve encerrarse en palacios, conciliábulos y Parlamentos. La mayoría decisoria está en las calles.

Audacia y voluntad

La receta para recuperar músculo y vigor ante los votantes es diáfana. Primero, no enredar.

Segundo, la integración territorial para difuminar los miopes forcejeos provincianistas y cohesionar la armonía lugareña. Tercero, acompasar los grandes núcleos económicos (Ford- Almussafes, giga factoría de baterías Volkswagen en Sagunt, el clúster azulejero de Castelló, los puertos comerciales (Castelló, València y Alicante) o la turistocracia, con la realidad productiva de pequeñas y medianas empresas. Es importante, en cuarto lugar, fortalecer los lazos humanos, culturales y económicos con las autonomías vecinas. No es optativo, sino necesario. La Comunidad Valenciana ha perdido el tiempo al no integrarse en grandes proyectos complementarios con el entorno vecinal: Catalunya, Aragón, Castilla-La Mancha, Murcia o Baleares. Sin olvidar el resto de autonomías más allá de las limítrofes, incluida Portugal. Faltan talla e inteligencia. En quinto lugar, el enriquecimiento de la Administración Institucional, garantía de continuidad e independencia. Los políticos pasan, las instituciones y entidades, permanecen. Sexto, a pesar de las reticencias empresariales pacatas, conviene recrear un entramado cultural original y continuado que vaya de abajo hacia arriba. Que nos distinga y visualice. La competencia no duerme y la oferta en el campo de las artes y la proliferación de centros y actividades de carácter artístico- intelectual, lejos de ser un despilfarro– como opina algún destacado dirigente empresarial– es la garantía de desarrollo armónico y duradero de la sociedad.

Esfuerzo común

Sólo las opciones progresistas abren crisis de gobierno, más allá de las sustituciones. El Consell de la Generalitat Valenciana, fruto de los Pactos del Botànic, tiene la particularidad que deriva de la coalición que lo sustenta. Sin el esfuerzo común entre las voluntades coaligadas del conjunto progresista, la derrota es segura. Tras un largo silencio, el presidente Ximo Puig, procedente de las tierras altas de Morella, ha dado a la luz un gobierno de siete mujeres y cinco hombres. Último exponente del Espíritu de Morella. Surge ganador de la crisis valenciana de 2022, el omnipresente conseller de Hacienda, Arcadi España, de Carcaixent, Ribera Alta del Xùquer. A corta distancia física de quien será, previsiblemente, su contrafuerte por Compromís, Joan Baldoví, exalcalde de Sueca, Ribera Baixa. Hoy todavía, velando armas en el Congreso de los Diputados y líder valenciano de la alianza recién esbozada por el frente amplio, de Más País, que cuece Íñigo Errejón.

Soler cae, Arcadi gana

El caballo ganador de esta crisis es el anterior conseller de Territorio, Arcadi España, hasta ahora consejero áulico en el puente de mando del socialismo valenciano, a modo del florentino Nicolás Maquiavelo. No hace falta tener mucha imaginación para ver que en el torneo entre la tesis valencianista del catedrático Vicent Soler y las florituras del omnipresente España, bien visto en Ferraz y controlador del aparato informativo del Consell, ha vencido el pragmatismo de este último. Arcadi, todavía fresco en las continuas escaramuzas del exconseller, Soler Marco, contra al frontón del aparato del Estado, en la causa de la modificación imposible de la financiación autonómica, que necesita el País Valenciano. La puntilla en esta causa se la dio el acuerdo entre Alberto Núñez Feijóo, presidente del PP y Pedo Sánchez, en su primer encuentro en La Moncloa. Conjurados en su posición centralista para cristalizar la alternancia del bipartidismo en el poder. Aislado el País Vasco, en su abrigo ventajista del cupo fiscal y desarbolado el maremágnum catalán en la zozobra, el País Valenciano puede perder toda esperanza. La Comunidad Valenciana está perdida, mientras el gobierno de España se lo intercambien y repartan Feijóo por el Partido Popular y Pedro Sánchez, en la cúspide del Partido Socialista Obrero Español. Rescoldos ambos del periclitado sistema de las formaciones políticas, que anhelan volver a imponer sus dictados. Parten de diferentes posiciones ideológicas y confluyen en idéntica centralización de la razón de Estado.

Nunca hacia atrás

El País Valenciano anhela desde mayo de 2015 que la buena nueva se instale para siempre en la vida de los ciudadanos. Siete largos años de paciencia sin resolver los nudos gordianos del modelo económico que necesitan los valencianos: la competitividad y la productividad. La cultura que no se limita a cuatro obras de teatro y unos cuantos museos que, como mucho, no han ido hacia atrás. ¿Quién se ocupa del fomento de la lectura, de la producción editorial, de las librerías, de los premios literarios, de las bibliotecas que no sean contenedores de libros, del fomento de las artes gráficas, del diseño gráfico y del otro? Vicent Marzà se ha ido con la faena por hacer y la consellera, Raquel Tamarit, sonríe benéfica con la inconsciencia del recién llegado. La lengua propia sigue ignorada, menospreciada y maltratada. La educación no evoluciona. El papel de la Universidad pública no se limita a alimentar muchos catedráticos y maestros inmersos en la burocracia y el escalafón. Los valencianos vieron en el Botànic la catapulta que iba a impulsar decididamente el pensamiento, la investigación, el conocimiento, la libertad de cátedra y la necesidad de avanzar en la ilustración y abandonar la ignorancia generalizada. Para que fuera imposible la marcha atrás. Y ahora es un peligro que se palpa y se huele. Algunos nacimos en la injusticia, la incultura y la sinrazón. Casi salimos de ellas y nos alcanzaron de nuevo. Ahora vuelven a galopar.

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