Cosas que hacer en España cuando te llamas Confebús y (todavía) no estás muerto

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ConsumoClaro

Emulamos en el titular de este editorial a la película de culto 'Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto'. La razón es que precisamente va de un gangster que sabe que le quedan pocas hora de vida y se apura a atar todos los cabos de su vida que habían quedado sueltos. Jimmy 'The Saint' -Andy Garcia- ha conocido mejores tiempos y de ellos conserva todavía sus trajes de Armani.

Pero la evolución de las cosas le ha dejado fuera de juego y tras salir de la cárcel y verse sin un centavo, intenta una 'operación' que se supone maestra, pero que en realidad es desesperada. Él y su banda fallan, y como consecuencia deberán morir, según dicta el capo local, interpretado por Christopher Walken.

Pero limitemos las comparaciones. Ni Confebús, patronal del sector de los autobuses es en absoluto una organización mafiosa, ni le quedan pocas horas, días, meses o años de vida. Al menos, no tiene por qué ser así.

Un sector fundamental durante el siglo XX

El sector del transporte rodado de personas ha sido fundamental en la historia de este país durante el siglo XX. Ha unido provincias y regiones por geografías y carreteras imposibles y ha permitido que los flujos migratorios de los 60, 70 y 80 fueran sostenibles. Muchas personas que dejaron todo para ir a trabajar a Madrid, Bilbao o Barcelona, pudieron soportar el desarraigo gracias a empresas como Alsa, Sagalés, Castromil y tantas otras que les devolvían los fines de semana a su lugar de origen para que se tomasen un respiro emocional de las diferencias culturales y el estrés de la metrópoli.

Por otro lado, muestra del peso del autocar en la vida de muchas españolas y españoles, es la existencia de una empresa como Irizar, uno de los líderes mundiales en la fabricación y venta de autocares, con factorías en México, India, China, Brasil o Marruecos. Y bien, dicho esto, hablemos de la demanda de Confebús a BlablacarBlablacar: la patronal autobusera acusa al servicio social de hacerle competencia desleal, y para ello aporta como prueba las investigaciones encargadas a un despacho de detectives, que eldiario.es publicó hace una semana.

Según el informe, se demuestra que hay usuarios que hacen un uso económico de Blablacar. No son todos, sino algunos; puede que muchos, puede que pocos. En nuestra opinión, no importa ni la cifra ni la actitud. Importa, sí, que estas personas que pervierten la filosofía de Blablacar paguen por ello, ya sea con su expulsión del servicio, ya con un alta como autónomos que cotizan por su actividad económica. Sobre ello deben decidir las administraciones y los legisladores, no nosotros.

Nuevos actores para viejos conflictos

Pero el caso Confebús contra Blablacar no es nuevo, tiene el eco de los conflictos entre el sector hotelero y Airbnb. Y la problemática se antoja la misma: usuarios, en algunos casos muchos, que pervierten la filosofía colaborativa para sacar un rendimiento económico de una actividad fraudulenta. Ante ellos y ante la administración correspondiente se presenta el gran dilema: ¿prohibir o tratar de controlar y regular estas economías?

Las respectivas patronales, por supuesto, apuestan por prohibir. Porque es lo más fácil y lo más cómodo y lo que les permite mantener su poder sobre el consumidor sin competencia. La demanda de Confebús va en este sentido: cargarse a Blablacar con el informe de una agencia de detectives y zanjar el tema del bajón de ventas que les crea la plataforma. Nada de preguntarse a qué se debe ese bajón. “A la competencia desleal”, alegan ellos. Tal vez tengan razón: hay competencia y es fraudulenta. 

Pero lo de desleal es otra cosa, porque quizás la deslealtad -aunque aquí entramos en el terreno de lo hipotético- es lo que muestran ellos hacia sus clientes. Nos explicamos: deslealtad puede ser sufrir en un autocar un viaje de seis u ocho horas donde apenas encajas en el asiento, donde no tienes bandeja para aposentar el portátil y mucho menos enchufes donde cargar el móvil; donde la red wifi brilla por su ausencia, o dura media hora, o hay que pagarla a un precio que alcanza la tercera parte del billete.

Seguimos: deslealtad quizás sea que no se efectúe más que una parada para ir al baño o tomar un refresco o un café, y se haga sin el consenso de los viajeros. Deslealtad puede ser también que no haya en muchos autobuses cámaras de televisión, ni se pongan más películas que las que el conductor o la empresa crea convenientes, sin consultar a los viajeros por sus gustos. Deslealtad sería que nadie de la empresa te atienda una vez arriba, ni te ofrezca una bebida o te dé detalle alguno sobre el viaje que vas a hacer. Es cierto que cumplir con todo esto es mucho pedir, pero tampoco debe extrañarnos entonces que muchos viajeros opten por Blablacar y servicios similares. 

Una pifia que puede salir muy cara

En Blablacar algunos te cobran, es verdad, pero te ofrecen conversación, te tratan con deferencia y te dejan lo más cerca posible de tu destino. Son ellos quienes se adaptan, no tú, que eres el o la que pagas. Así que volvamos al principio: cosas que hacer cuando te llamas Confebús y, como Jimmy 'The Saint', has intentado una maniobra desesperada con visos de ser una pifia por la que vas a pagar un alto precio. Puede que el mismo que en los bajos fondos de Denver: la muerte. Si te pones a los consumidores en contra, lo llevas crudo.

Y sin embargo, hay tiempo para Confebús y también espacio. Hay sitio para todos si de lo que se trata es de competir por dar el mejor servicio a los consumidores. Y sin duda el que gane será el que se deje de demandas y se replantee el modo en que trata a su clientela. Creer que la gente prefiere viajar con un desconocido amateur antes que en un servicio profesional donde se le ofrecen todas las prestaciones y comodidades es una ingenuidad.

El tema de fondo es que no existe hoy por hoy ese “servicio profesional donde se le ofrecen todas las prestaciones y comodidades”. Si la gente utiliza con más frecuencia un Blablacar que un Alsa, un Sagalés, un Altaria o un Ave, es simplemente por una cuestión de calidad con respecto al precio que pagan. Y la calidad no se mide solo por la puntualidad; hay que incluir el trato humano, las opciones de ocio o la consideración a las horas perdidas en el trayecto.

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