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Diez argumentos que seguramente te harán desmitificar el teletrabajo

El presidente Medvédev también teletrabaja a veces. Foto: Kremlin.ru

Jordi Sabaté

A mediados de la década de los noventa, el teletrabajo en tareas de oficina se convirtió en la utopía a la que debían aspirar la mayor parte de los empleados. La revolución de la informática móvil acababa de iniciarse gracias al lanzamiento de los primeros ordenadores portátiles y el comienzo de la comercialización de las conexiones domésticas a internet. Estos dos hechos hacían, en teoría, posible que una trabajadora o trabajador pudiera rendir en su casa tanto como en la oficina.

Había, además, la ventaja añadida de que no teníamos la mirada escrutadora del jefe siempre encima nuestro, por lo que podíamos saltarnos toda una serie de convenciones. En este sentido, se pintaba al teletrabajador o teletrabajadora como un individuo en pijama, sentado frente a su ordenador, con una buena taza de café y con la sempiterna sonrisa pintada en el rostro. Se ponderaban también otras ventajas, como evitar el metro, el autobús o los atascos, así como una mejor conciliación de la vida familiar o una mayor coordinación de las tareas domésticas.

En los años siguientes, la explosión de nuevas tecnologías reforzó todavía más la sensación de que el teletrabajo acabaría siendo en buena parte de los sectores la norma en lugar de la excepción. Sin embargo no ha sido así: los últimos datos tanto del Instituto Nacional de Estadística como de la Oficina Europea del Trabajo, muestran un claro descenso en el número de teletrabajadores por cuenta ajena entre 2013 y 2015.

Incluso, muchos trabajadores autónomos han preferido ir a oficinas compartidas antes que permanecer en el supuesto paraíso doméstico del teletrabajo. ¿Qué ha pasado con el trabajo a distancia? ¿Tiene golpes escondidos que solo se sienten en las distancias cortas? Este artículo ofrece diez razones por las que el teletrabajo puede no ser una buena idea.

1. Al final, no escapamos del jefe

El sueño de situarnos lejos de los ojos de nuestro superior jerárquico gracias al teletrabajo -y con ello montarnos el horario laboral con toda libertad y a nuestro antojo- duró tanto como tardaron las Blackberry en popularizarse. Con ellas, el correo electrónico pasó a estar disponible desde cualquier sitio y si no contestábamos inmediatamente a los requerimientos del jefe, es que algo malo estábamos haciendo.

Esta tendencia no hizo más que acelerarse con las aplicaciones de mensajería instantánea para móviles. De repente, muchos teletrabajadores se vieron a sí mismos en la lavandería mintiendo respecto a su ubicación y contestando correos de trabajo con el portátil sobre las rodillas; una postura poco ergonómica y menos saludable.

2. La ergonomía en el teletrabajo no es la adecuada

Pero en casa las cosas no mejoran para muchos trabajadores, ya que las condiciones de ambiente laboral distan mucho de ser las adecuadas, y así lo ha reflejado en diversas ocasiones la Comisión Europea, que en el Acuerdo Marco Europeo sobre Teletrabajo de 2002 ya pedía unas condiciones ergonómicas de base para los teletrabajadores. Los expertos consideran que el teletrabajador debería tener como mínimo una silla de oficina profesional, una mesa espaciosa, y graduable a la altura adecuada, y una iluminación suficiente.

Además, se debe contar con un cuarto independiente donde concentrarse en el trabajo sea posible sin crear estrés al trabajador, y un ordenador de las dimensiones adecuadas a nuestra postura laboral, así como otros complementos. En teoría, estas condiciones deben cumplirse por ley en el caso de los trabajadores asalariados.

Pero teniendo en cuenta que en España el número de empresas que fomentan el teletrabajo no alcanza el 27%, y que muchas lo consienten solo a petición del empleado por necesidades de conciliación, no parece probable que una demanda de este calado por parte del trabajador llegue a tener calado. El resultado es que si quieres teletrabajar en condiciones, te pagas la silla, la mesa y la lámpara tú.

3. El equipo lo pagas y lo pones tú

Es posible que en el caso de los teletrabajadores ocasionales el equipo proceda de la propia empresa si se trata de un portátil, pero no si es un ordenador fijo. En tal caso lo normal es que el profesional cuente con su propio equipo y lo aporte al teletrabajo, a pesar de que el artículo 13 del Estatuto de los Trabajadores estipula que debe ser la empresa quien aporte todas las herramientas de trabajo.

Y lo mismo pasa con el smartphone, si lo necesita para gestionar correos o realizar llamadas a clientes. Por supuesto, la calefacción, el aire acondicionado, la luz, etc., también te las pagas tú. Aunque sea cierto que si no teletrabajaras, no tendrías encendidos estos aparatos la mayor parte del día.

4. El teletrabajo exige un plus de disciplina

Trabajar en pijama puede parecer un sueño, pero también puede acabar siendo una pesadilla para según qué perfiles de carácter. Muchas personas necesitan la presión de un jefe o sus compañeros para rendir con regularidad, y en condiciones de teletrabajo el ambiente puede ser demasiado relajado, con numerosas distracciones que fomentan la dispersión y la procrastinación. El resultado es que el teletrabajador vive en un continuo estrés entre lo que quiere y lo que debe hacer. Si no tiene la adecuada disciplina, el resultado puede ser malo.

5. Desestabiliza tus horarios

Como resultado de la procrastinación y las distracciones de índole doméstica, el teletrabajador tiene más dificultades para cumplir un horario regular, igual al de sus compañeros de las oficina. En consecuencia, acaba teniendo unos horarios desfasados que en casos extremos pueden llevarle a empezar y terminar de trabajar demasiado tarde, con el consiguiente impacto sobre su vida familiar.

Un estudio de las investigadoras de la Universitat Oberta de Catalunya Carmen Pérez Sánchez y Ana María Gálvez Mozo constató que en el caso de mujeres con hijos, la propia facilidad de conciliación de tareas maternas era a la vez un problema para tener una regularidad laboral, especialmente en periodos vacacionales o durante las enfermedades de los menores.

6. Puede que nunca veas el momento de acabar

En el caso de una persona teletrabajadora con elevada ambición, su alta competitividad puede traicionarle. Del mismo modo que la ausencia de presión puede ser perniciosa para algunos caracteres con tendencia a las distracciones, también resulta perjudicial para aquellos perfiles demasiado responsables, pues no hay ningún signo que les indique que la jornada laboral ha terminado.

Según una reciente encuesta realizada por la empresa Ventee-Privé con motivo del Día Mundial de la Mujer Trabajadora, más de la mitad de las trabajadoras se lleva trabajo a casa por la presión de las responsabilidades de su puesto. En concreto, el 14% dice trabajar en casa fuera del horario laboral de manera continuada, y el 56% afirma hacerlo de manera esporádica.

7. Nos aísla socialmente

Algunos estudios indican que el teletrabajo puede ser ideal para personas con problemáticas de relación social, que rinden mejor aisladas. Pero esta afirmación tiene un reverso oscuro si se considera que el trabajador a distancia pierde el contacto diario con otras personas de su mismo ámbito laboral. Esto se traduce en soledad, un mayor aislamiento emocional, falta de sinergias, consultas y asesoramientos mutuos, y en una desconexión con lo que ocurre en la empresa.

8. Nos hace perder ascendente en la estructura empresarial

El teletrabajador, cuando lo es de manera constante, puede hacerse más vulnerable a las decisiones de la empresa al no estar presente físicamente en la oficina y en contacto con sus superiores y/o colaboradores. La comunicación fluida y las reacciones emocionales no siempre se transmiten correctamente en el ámbito digital y el teletrabajador puede acabar siendo solo un vago número a la hora de plantear recortes de costes.

9. Altera nuestros periodos de descanso

Para el teletrabajador el lugar de trabajo y el de residencia son una misma cosa, con lo que no hay un espacio de ruptura que medie entre el fin de la jornada laboral y el inicio del periodo de descanso. En los fines de semana, esta ausencia de contraste puede ser mucho más pronunciada y, si no se dispone de una segunda residencia donde escapar, puede llegar a crear problemas de estrés y ansiedad.

10. Acabamos cargando con la mayor parte de las tareas de la casa

Si vivimos en familia y somos el único teletrabajador de la casa, es muy posible que la responsabilidad de todos los recados y tareas domésticas acaben recayendo sobre nosotros por la sencilla razón de que somos la única persona que está todo el día en casa.

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