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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

La Semana Santa en Palestina

Xavier Abu Eid

El Domingo de Ramos es una ocasión que muchos esperan en todo el mundo. Y en particular, en Palestina. La celebración de la Semana Santa en Jerusalén y en el resto de Palestina ha sido un evento que durante siglos ha llevado a cristianos y musulmanes a las calles para celebrar lo que es una fiesta nacional en Palestina, donde -a diferencia de Israel- se declaran las festividades cristianas de Semana Santa como días festivos nacionales. También se celebra la exitosa “Maratón de Palestina”, que se realiza en Belén bajo el eslogan Por el derecho a moverse. A los eventos propios de estos días se suma, por un lado, el anuncio de Benjamin Netanyahu de (supuestamente) devolver el dinero robado a Palestina por los últimos tres meses; y, por otro, el primero de abril, día en que Palestina se convierte en miembro oficial de la Corte Penal Internacional. Son muchas cosas las que están pasando al mismo tiempo, lo que contribuye al pálpito que muchas personas tienen de que 2015 ha de ser un año decisivo.

Desde la ilegal ocupación de 1967, Israel ha puesto en práctica un plan para cambiar la identidad de la ciudad de Jerusalén y convertirla en una ciudad exclusivamente judía. Ello ni siquiera lo esconde el primer ministro Netanyahu, quien reafirma la consideración de Jerusalén como la “capital eterna e indivisible del pueblo judío” y garantiza impunidad a los terroristas que se han acostumbrado a atacar lugares santos cristianos y musulmanes. En su reciente campaña electoral incluso reconoció haber construido la colonia de Har Homa para separar Belén de Jerusalén. Son esos 10 kilómetros los que miles de palestinos cristianos buscan cruzar para llegar a sus lugares sagrados, cuyo acceso se restringe cada vez más. Mientras que miles de turistas visitan el Santo Sepulcro, para un palestino cristiano ese viaje -que debería llevar no más de 15 minutos- puede convertirse en un imposible. Así sucede incluso para los palestinos cristianos que viven en la ciudad antigua de Jerusalén, en caso de que no obtengan permisos militares israelíes. En el plano personal, ver los permisos entregados por un teniente israelí a mis tías Adel, Julia, Nameh e Ivonne, todas ellas nacidas antes de la creación del Estado de Israel, más que producirme gracia me provoca repulsión.

Por ello, cuando cada Domingo de Ramos miles de personas descienden desde el Monte de los Olivos hacia la ciudad antigua por la puerta de Los Leones, este hecho se transforma en un acto de resistencia. A pesar de la presencia militar israelí, cada año se ve a cientos de palestinos cristianos que logran permisos para llegar a Jerusalén enarbolando banderas palestinas, incluidos sacerdotes y monjas. Es un claro mensaje de que los “cristianos de Tierra Santa” son tan palestinos como el resto de su pueblo. Para quien quiera profundizar al respecto recomiendo el documento Kairos-Palestina, el informe de la Unión Europea sobre Jerusalén de 2014; e incluso el informe del Departamento de Estado estadounidense sobre libertad religiosa internacional.

En la víspera, más de tres mil corredores se dieron cita en la Maratón de Palestina organizada en Belén. Un éxito total que incluyó un 40% de mujeres y una serie de visitas internacionales, como una delegación parlamentaria danesa, miembros de Naciones Unidas y entusiastas miembros del cuerpo diplomático acreditado en Palestina. Todo un éxito para una maratón que ha logrado sobrepasar los problemas para poder encontrar una ruta de 42 kilómetros en Belén, algo casi imposible debido al férreo control israelí sobre el 87% del territorio del distrito. Al final se logró armar el recorrido debiendo correr dos veces la misma ruta, que pasaba por el Muro de anexión israelí, los campos de refugiados de Aida, Beit Jibrin y Dheisheh, y la histórica calle Hebrón, terminando (y comenzando) en la Plaza de la Natividad. El eslógan Por el derecho a moverse fue tomado de un comunicado de Naciones Unidas que reflejaba la paradoja de correr en una ciudad en cuyo centro se levanta el ilegal Muro: “Los corredores de maratón generalmente ‘chocan un muro’ bajo la tensión física y emocional de una ruta de 42 kilómetros (…) pero en el territorio palestino ocupado uno literalmente choca con el Muro antes de esa distancia”.

La analogía del Muro puede extenderse a otros muchos aspectos de la vida en Palestina, incluyendo lo que significa vivir bajo una ocupación que controla cada aspecto de nuestras vidas, incluyendo nuestro dinero. El viernes pasado Netanyahu anunció el retorno del dinero de los impuestos palestinos confiscado por Israel desde hace tres meses como represalia por la firma de Palestina del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional. Ese nuevo acto de piratería claramente buscaba hacer de la devolución del dinero una “concesión israelí.” Como si alguien debiese agradecer a un ladrón que devuelva lo robado.

Así las cosas, Palestina desde el 1 de abril se convierte en el miembro número 123 de la Corte Penal Internacional. Con una investigación inicial en curso, la Corte ya ha iniciado su trabajo en Palestina, incluyendo todo el territorio ocupado por Israel en 1967, desde Rafah en Gaza hasta Jenin en Cisjordania pasando por Jerusalén Este. Investigación que busca comprobar la presencia o no de crímenes de guerra cometidos en la zona, independientemente de quien los haya cometido. Palestina ya se ha comprometido a colaborar con la Corte de la misma forma que Israel ya se ha comprometido a boicotearla.

Empieza una nueva semana en Palestina con muchos elementos para el análisis. Con independencia de que la ocupación israelí se mantenga invariable, es posible entender perfectamente a quienes creen que las cosas ya han empezado a cambiar.

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