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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Hace poco más de cincuenta años...

Wolfgang Kaleck

La semana pasada tuve un encuentro interesante en Londres. Mark Sealy, director de la Asociación de Fotógrafos Negros, me guió por la exposición comisionada por él mismo: Human Rights Human Wrongs. Sealy pudo elegir entre más de 290.000 fotografías de la Black Star-Collection. Black Star fue fundada en 1935 en Nueva York por parte de los fotógrafos judíos exiliados Ernest Mayer, Kurt Safranski y Kurt Kornfeld y suministró a muchas revistas fotos en blanco y negro que hoy son legendarias; sobre todo, a la revista de noticias Life.

En la sala de entrada de la Photographer‘s Gallery docenas de estudiantes leen los artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 expuestos en la pared. Sealy pone el art. 6 en el centro de su discurso: “Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica”.

La forma habitual de presentar la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 es como modelo opuesto a la barbaridad de los nazis. Pero Sealy escoge otro punto de vista: el de la teoría postcolonial, la otra historia de la Segunda Guerra Mundial, la del llamado Tercer Mundo.

Para derrotar a la Alemania de Hitler, los aliados también movilizaron sus colonias. Así, surgieron del lado de los vencedores otros Estados, los cuales también pagaron un alto tributo de sangre con el fin de liberar al mundo del fascismo. Del lado de los ejércitos francés, inglés y estadounidense lucharon miles de negros de los Estados Unidos, Camerún o Algeria. Todos ellos impresionados por la retórica igualitaria y antirracista de los aliados.

Seguros de sí mismos y más ricos en experiencia de combate, querían que después de la guerra se reconocieran los derechos humanos, en general, y el derecho de autodeterminación de los pueblos, en particular, como principios universales. Pero el despertar no pudo haber sido peor. En Thiaroye (en la periferia de Dakar) fueron asesinados o heridos por disparos efectuados por tropas francesas docenas de antiguos soldados senegaleses que combatieron en la guerra mundial. Estos regresaban de una manifestación de soldados senegaleses que habían luchado junto a soldados franceses durante la guerra. Algo aún peor sucedió en Argelia, donde el ejército colonial francés reaccionó de manera brutal ante la celebración de la victoria el 8 de mayo de 1945 y mató en tan solo un mes a decenas de miles de argelinos.

La represión violenta de movimientos de libertad surgidos en colonias francesas, británicas, belgas y holandesas le costó hasta el momento de la descolonización la vida a millones de seres humanos en África y Asia. En esta exposición de Londres ahora se pueden observar fotos en blanco y negro de torturas, violencia racista y cuerpos desfigurados; consecuencia todo ello de la mojigatería occidental.

Además, pueden verse fotografías deprimentes del sur de los Estados Unidos. Por ejemplo, rótulos que dicen Nigger, you cannot vote; policías golpeando a manifestantes negros; blancos armados con palos golpeando a negros indefensos; u hombres blancos recostados en coches y en cuyo rostro se puede leer la disposición a la violencia al igual que la inseguridad ante el futuro.

Pero también hay imágenes donde se aprecia que la resistencia ya se estaba formando. Por ejemplo, del movimiento de derechos civiles en los Estados Unidos o de Martin Luther King. También está la foto donde se retrata la escena impresionante de 29 de junio de 1960, en la cual un joven hombre negro en una caravana toma la espada de ceremonias -la personificación de poder colonial y patriarcal- del rey belga Balduino I, parado en uniforme blanco en su coche oficial. Esa imagen muestra cómo, aunque fuera por un momento, el poder colonial belga fue derrotado.

Pero los antiguos dominadores coloniales seguían golpeando. Ese día el rey belga elogiaba en su discurso a su tío abuelo, el múltiple asesino colonial Leopoldo II. Más tarde, ese discurso fue contestado por el presidente electo del joven Congo, Patrice Lumumba, a través de un pasional discurso anticolonial. Con ello firmó su propia sentencia. Siete meses después, el 17 de enero de 1961, Lumumba fue asesinado por sus adversarios bajo la estrecha cooperación de los belgas.

Todo aquello sucedió hace poco más de cincuenta años. Al igual que muchos sucesos expuestos en las imágenes de la exposición, es con frecuencia olvidado. Contrarrestar ese olvido, tan funesto para la comprensión del presente, es mérito de Mark Sealys.

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