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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Netanyahu y la ley del Estado Judío: un obstáculo más para la paz

Xavier Abu Eid

El empuje dado por el primer ministro Netanyahu y la gran mayoría de su coalición de gobierno a la nueva ley para declarar a Israel oficialmente como “estado judío” es una muestra más de sus reales intenciones. Con independencia de las forzadas esperanzas de ciertos gobiernos europeos de que pronto han de relanzarse las negociaciones entre las partes, lo cierto es que en el gobierno de Israel no hay nadie con voluntad de conversar. Y ello se debe simplemente a que su objetivo no es avanzar hacia la paz a través de la solución de dos estados sino convertir toda la Palestina histórica en un “estado judío”, donde los no-judíos no podrán ser iguales ante la ley. El punto máximo que aceptan, parafraseando al vice-primer ministro Moshe Ya'alon, es “autonomía palestina bajo control israelí.” Algo así como perpetuar y agudizar la situación actual.

¿Qué significa declarar a Israel como estado judío? Independientemente de todas las explicaciones que Israel pueda dar, lo cierto es que en la teoría y en la práctica Israel discrimina ya a quienes no son judíos. Se trata de una política sistemática que va desde la obtención de la nacionalidad hasta el acceso a la educación o al empleo. El hecho de que el influyente magnate judío-norteamericano y amigo personal de Benjamin Netanyahu Sheldon Adelson haya declarado que no le importa si Israel es una democracia, o no, mientras mantenga su “carácter judío”, ilustra cuál es la hoja de ruta seguida por su amigo. El razonamiento es muy simple: un gobierno que ha declarado y actuado férreamente destruyendo las perspectivas de la solución de dos-estados, pero que no está dispuesto a tener un solo estado con igualdad de derechos para todos sus ciudadanos con independencia de su religión, solo puede aspirar a una cosa: el Apartheid.

Es en situaciones como esta donde se puede apreciar la desintegración del llamado “campo de la paz” en Israel. Si bien hubo una serie de declaraciones en contra de la ley, lo cierto es que Netanyahu siente que puede continuar avanzando prácticamente sin escollos. Aunque algunos crean que esta nueva ley se debe solamente a un interés de política interna para ganar elecciones con su partido Likud, lo concreto es que esto se da en el mismo contexto de la “reformada” plataforma política de su socio, el colono y ministro de exteriores Avigdor Lieberman, quien ahora propone ofrecer a los palestinos de Israel incentivos económicos para dejar sus hogares así como el “intercambio de población” en pleno siglo XXI. Analizar la agenda del otro socio de Netanyahu, Neftali Bennet, solo refuerza la conclusión de que sin una presión internacional real Israel no va a cambiar su rumbo. Quienes buscan desligarse de su responsabilidad de reconocer a Palestina, vinculando el reconocimiento a las negociaciones con Israel, deben empezar a buscar otra excusa, o simplemente ayudar a responder qué se puede negociar con un gobierno tan abiertamente comprometido con el Apartheid.

Desde una perspectiva palestina, reconocer a Israel como estado judío no solo significa un atentado contra la nación palestina, sino también, a efectos prácticos, consolidar lo que el Departamento de Estado norteamericano ha definido como discriminación institucionalizada de los numerosos ciudadanos palestinos del estado de Israel. Sumando más del 20% de la población total, de acuerdo con la organización de derechos humanos Adalah hoy existen alrededor de 50 leyes aprobadas en el parlamento israelí que se dirigen a atacarlos y discriminarlos. A modo de ejemplo, si un palestino de Haifa en Israel quiere casarse con una palestina de Jenin en Palestina técnicamente no podrá obtener reunificación familiar para poder vivir con ella. Pero si un judío de Haifa se enamora de una judía de Irán, un país que se encuentra en estado de tensión con Israel, no solo puede hacerlo sino que la judía iraní obtendrá ciudadanía israelí en el mismo aeropuerto.

La solución de dos estados no debe confundirse con una licencia para discriminar a los palestinos, cristianos y musulmanes, en el estado de Israel, sino como una oportunidad para que dos estados soberanos y democráticos demuestren que la paz es posible. Cualquier intento por consolidar una situación de injusticia, cualquiera que ella sea, solo ha de agudizar y empeorar la situación actual. Es de esperar que la razón perdure, que la comunidad internacional asuma su responsabilidad, y que se dejen de poner obstáculos en la consecución de una paz justa y duradera para Palestina e Israel.

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