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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Cuando la prensa de tu vecino veas desinformar….

Ignacio Aymerich Ojea

La libertad de prensa va ligada como el haz al envés con el derecho a recibir información veraz. Donde haya más libertad de prensa, podemos pensar, más podrá accederse a información veraz. Pero, ¿es razonable pensar así? Hay casos que invitan a pensar que no, y más desde el recorte de derechos tras el 11-S.

En su informe anual sobre las libertades en el mundo Freedom House suele situar a la prensa estadounidense como la más libre. Es discutible aunque, en términos generales, no hay allí obstáculos legales para la prensa libre. Pero poco antes de la invasión de Irak el 80% de los estadounidenses creía que Sadam Hussein estaba directamente implicado en los atentados del 11-S. Que triunfe una falsedad como esta es consecuencia de una campaña que buscaba crear ese preciso estado de opinión y así hacer pasar la guerra por justa. Bush declaró entonces que “una de las partes más difíciles de mi trabajo es vincular a Irak con la guerra del terrorismo”. ¿Será cinismo, desvergüenza o la franqueza de la simplicidad?

Para esta propaganda no hizo falta un orwelliano Ministerio de la Verdad; bastó con la benevolente colaboración de la prensa libre. Mary Palamedes hizo un seguimiento sistemático de este asunto y mostró la abierta discrepancia entre los informes oficiales de las diferentes agencias de seguridad de EEUU y la versión difundida por la Casa Blanca. Sería muy difícil implicar a la administración pública en una maniobra de desinformación de esta escala: muchos funcionarios no admitirían oficializar tales falsedades. Así pues, la estrategia del equipo de comunicación presidencial fue eludir estos informes y sepultarlos bajo un aluvión de declaraciones, ruedas de prensa y entrevistas en las que se insistía una y otra vez en la implicación de Sadam. Tampoco Goebbels basó la imputación a los comunistas del incendio del Reichstag en investigaciones judiciales o informes policiales: bastó con una campaña de agitación y propaganda. Lo que llama la atención es que, en la disyuntiva entre analizar profesionalmente la información de las agencias de seguridad o dar por buena la inverosímil versión de la Casa Blanca, la prensa desoyese a las primeras y se plegase a secundar la segunda. La ecuación entre prensa libre e información veraz quiebra estrepitosamente.

También entonces algo olía a podrido en Italia. El individuo más rico del país controla la mayor parte de los canales televisivos y buena parte de los periódicos y editoriales, y es a la vez primer ministro. Tampoco allí había obstáculos formales a la libertad de prensa pero de ahí a creer que la información será veraz…. Por estos pagos algunos medios emprendían una cruzada para sostener la inconsistencia de la participación de ETA en los atentados del 11-M contra toda evidencia de la investigación policial y judicial.

También a nivel menor se encuentran casos semejantes. ¿Quién puede creer que las recurrentes entrevistas a actores o músicos, quienes casualmente están en gira de promoción de su última película o disco, obedecen a un interés informativo? Es otra vuelta de tuerca a la idea de Lenin: la búsqueda ciega de beneficios hace que el capitalista sea capaz de vender la soga con que terminarán ahorcándolo. Las discográficas y productoras de cine han conseguido que el propio consumidor pague las campañas que le convencerán de que tiene que ver la última película o comprar el último disco porque, evidentemente, en el precio de ambos está incluido el coste de tales campañas. ¿Será casualidad la desmesurada atención de la información deportiva hacia los clubes que más se juegan en derechos de imagen, tengan o no éxito en la competición?

Borges, en una descripción de nuestro tiempo hecha desde un imaginario futuro, menciona la superstición de que entre cada mañana y cada tarde ocurrían hechos que era una vergüenza ignorar, noticias leídas para el olvido porque pronto habrían de ser borradas por otras trivialidades. Caben ahí las tantas veces previsibles declaraciones de los portavoces políticos, inmediatamente sustituidas por la igualmente previsible reacción del partido contrario. O el último lanzamiento de la industria audiovisual, cuyo sustituto espera brevemente en la recámara. La independencia de la prensa tal vez no consista en prestar sus focos por igual a tirios y a troyanos, sino en tener la capacidad para decir a su público que el episodio diario de la guerra entre tirios y troyanos ha sido irrelevante y que hoy hay mejores asuntos de los que informar.

Lo que interesa al ciudadano es si junto al progreso medido en incremento del PIB cabe esperar algún progreso en el derecho a recibir información veraz. El crédito que todavía merezcan los medios que mantengan alto el listón de su independencia, libres del seguidismo de intereses de las organizaciones políticas, económicas o incluso deportivas, es la base de la confianza en que la libertad de que disfrutan robustece nuestro derecho a la información.

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