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Alemania recuerda a Fassbinder, “un borracho y un genio”

Rainer Werner Fassbinder con Liz Soellner en Liebe ist Kälter als der Tod

elDiarioes Cultura / Rodrigo Zuleta

Este año, Rainer Werner Fassbinder cumpliría los 70. Lamentablemente, el cineasta murió joven -en 1982, a los 37 años-, vivió rápido -44 películas en 16 años, además de 22 obras dramáticas- y dejó un cadáver difícil, marcado por sus adicciones a los barbitúricos y el alcohol. Su legado no es menos difícil. El niño prodigio del Neuer Deutscher Film era el más radical de una pandilla en la que también estaban Werner Herzog, Alexander Kluge, Margarethe von Trotta o Wim Wenders.

Setenta años más tarde, Alemania lo celebra: habrá un documental sobre su vida, una sección especial del Festival de teatro de Berlín, una retrospectiva de doce películas, que comienza el 8 de junio y una exposición que abre mañana sus puertas en el Martin Gropius Bau.“Treinta y tres años después de su muerte Fassbinder sigue siendo actual”, declaró hoy la directora del Museo de Cine de Fráncfort, Claudia Dillmann, durante la presentación de la exposición.

Dillmann destacó que sus propuestas y sus temas son hoy más relevantes que el momento en que sus películas se estrenaron. Obsesionado con la intoxicación de lo político en lo privado y el autoritarismo del nacionalsocialismo, que había sobrevivido tras el final de la guerra en las relaciones familiares y de pareja; Fassbinder incidió también en las relaciones homosexuales con títulos como Las amargas lágrimas de Petra von Kant, La ley del más fuerte o QuerelleQuerelle, basada en la famosa novela de Jean Genet.

El impacto de su trabajo se aprecia nada más entrar en la exposición, que abre con un collage de recortes de prensa: “Un borracho y un genio”, decía la revista Stern el 16 de agosto de 1970. “El Mesías del nuevo cine alemán”, lo consagraba el New York Times el 16 de febrero de 1977. Días después de su muerte, el Frankfurter Rundschau hablaba de “un autor del formato de Balzac”, mientras que en una necrológica publicada el 11 de junio de 1982 el Abendzeitung resumía la ambivalencia que generaba el autor: “genial, pero también un cabrón de mierda”.

Fassbinder irritaba. Sus temas, explicaba ayer el director del Martin Gropius Gereos Severich, “cayeron como meteoritos en medio de una sociedad rancia” y obligaron a los alemanes a mirarse en el espejo. Tampoco era popular con la prensa, como se aprecia en la selección de entrevistas que se muestra en monitores en una de las salas de la exposición. “Todo lo que quiero es explicarle cómo se hace una película, de lo que usted parece no tener ni idea”, le dice a uno de los periodistas.“Si lo que quiere es que le conteste con frases hechas, dígame cuáles quiere que le diga”, le corta a otro, que lo había interrumpido en medio de una respuesta.

La muestra inspecciona sus recursos estéticos, sobre todo el uso extremo que hacía del movimiento de la cámara que produce en el espectador una sensación de vértigo. Cierra con montajes de diversos artistas que se confrontan con escenas y personajes de Fassbinder, como la instalación de vídeo de Runa Islam, nacida en Bangladesch, que radicaliza el manejo de la cámara que se hace en Martha (1963). En “el taller” se ilustran sus métodos de trabajo, se muestran manuscritos de sus libretos, grabaciones de la voz de Fassbinder dictando parte de los mismos.

En resumen, la exposición trata de recoger el reflejo de al menos cien años de historia alemana en la obra de Fassbinder, desde el rigorismo prusiano, reflejado por ejemplo en su adaptación cinematográfica de Effi Biest (1972-1974), hasta los residuos autoritarios que sobrevivían en la joven República Federal de Alemania, pasando por la era nazi de Lili Marleen (1981).

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