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Antoni Tàpies, un grabador subversivo

Una mujer pasa ante la obra Estora (1994), pintura y collage sobre madera del artista barcelonés Antoni Tàpies.

EFE

Barcelona —

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Si en otoño del año pasado, la Fundación Antoni Tàpies descubría al gran público que Antoni Tàpies fue también un hombre de teatro, ya fuera como actor, ya fuera como diseñador escenográfico, ahora se inaugura la exposición “El ácido es mi cuchillo”, en la que se le muestra como “grabador subversivo”.

En una visita con Efe, la comisaria Núria Homs remarca que nunca antes se habían ubicado en el espacio diecisiete grandes grabados y tres libros de bibliófilo, de entre 1988 y 1990, en una elección con la que se quiere dar a conocer la forma en la que el pintor utilizaba y “subvertía las técnicas habituales del grabado”, a la vez que empleaba esta técnica “como servicio a la sociedad”.

Creador que usaba habitualmente el cuchillo para intervenir en sus piezas, en 1988 le comentó a Barbara Catoir que en el caso del grabado, era “cuando sumerjo la plancha de cobre en una cubeta con ácido nítrico, cuando el ácido es mi cuchillo”.

A la vez, Homs arguye que el título puede aludir a que siempre quería interpelar al público que miraba sus obras, “veía el arte como un cuchillo con el que rascar la conciencia del espectador”.

Nada más iniciarse el recorrido expositivo, el público se topa con “Daga”, una obra “muy elocuente e imperativa”, en la que Tàpies incluye dos elementos de la iconografía budista como la daga, que “simboliza el combate contra las causas de la insatisfacción de la vida” y la palabra Hum, que forma parte del mantra “para purificar la agresividad inherente al ser humano y que invita a la compasión”.

Núria Homs rememora que el barcelonés quería con este tipo de trabajos “incidir en la conciencia del espectador”.

Por otra parte, como se constata en una obra como “Graffiti sobre cemento”, de 1990, Antoni Tàpies “sacaba partido del error y del azar y de los accidentes como las abrasiones”.

En este punto, la comisaria se detiene para comentar que en el caso de esta obra, una plancha que trabajó en su casa del Montseny, a diferencia de otras que preparaba en su taller de la capital catalana, se vio afectada por el sol, que “la abrasó”.

El conjunto de los aguafuertes y aguatintas que se exhiben, igual que los tres libros de bibliófilo, evidencian todos los temas que le preocupaban o los símbolos habituales de sus obras, desde la cruz, a los pies, las cifras o las letras, además del comportamiento humano, la relación con el universo, el sexo o la muerte.

La comisaria recomienda que quien vaya a la Fundación lo haga con tiempo, “porque son obras que hay que aprender a mirar, sin prisas, porque hay muchas capas”.

En una de ellas, “Cames i petjades”, de 1988, se pueden intuir dos pares de pies en un momento de disfrute carnal, mientras que en “Esgrafiat”, se entrevé una cama, otro de los símbolos de su obra, “el lugar en el que se nace y se muere”.

Otro de los grabados invoca la caligrafía china, otra cuestión que le interesaba mucho, igual que el infinito, como se ve en “Flud”, donde rinde una suerte de homenaje al médico y cosmólogo inglés Robert Fludd, aludiendo al vacío negro anterior a la luz de la creación del universo.

Es por todo ello que Homs asevera que Tàpies pasaba de lo “exquisito a lo más cotidiano” en sus obras.

A la vez, aclara que la exposición, con la que se abre la temporada de la Fundación y que podrá verse hasta el próximo 24 de mayo, no “quiere ser una retrospectiva de grabados, porque solo están los realizados entre 1988 y 1990, pero son todos muy potentes, no inéditos, pero que hacía muchos años que no se mostraban y que impactan y sorprenden porque son muy directos, con un punto de transgresión”.

La muestra se completa con la proyección del documental “Tàpies”, de 1990, donde el artista aparece realizando la plancha de “Espiral i petjada”.

Irene Dalmases

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