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Arturo Ripstein: “los pobres me salen mejor, son más fotografiables”

Arturo Ripstein: "los pobres me salen mejor, son más fotografiables"

EFE

Madrid —

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Arturo Ripstein lleva cincuenta años analizando los bajos fondos de su México natal, buscando la belleza en la marginalidad porque, asegura: “Los pobres son muy fotografiables, me salen mejor que los que tienen coche y corbata”.

Eso contó a Efe en el Festival de Venecia, donde estrenó “La calle de la amargura”, su último trabajo, que llega mañana a las salas españolas en un expresionista blanco y negro, con el habitual guion de su esposa, Paz Alicia Garciadiego.

Una coproducción hispano-mexicana, basada en una historia real y convenientemente pasada por el matiz del humor negrísimo que siempre impregna el cine de Ripstein.

“La calle de la amargura” está centrada en la vida de dos prostitutas mayores, cansadas de no trabajar, y de dos enanos gemelos que se dedican a la lucha en un ambiente sórdido en el que todos los personajes buscan sacar algún beneficio.

Con el pulso de sus mejores películas, Ripstein realiza un certero retrato de la miseria y la marginalidad en un barrio de la capital mexicana, lleno de personajes extraños y que viven en un mundo ignorado pero muy presente, en el que el cineasta mexicano siempre sitúa sus historias.

Una película que fue alabada en Venecia, donde se estrenó fuera de competición, y también en el Festival de Gijón, lo que podría apuntar a un buen recibimiento por parte del público, aunque es algo imposible de predecir, como señala Ripstein, que apunta cuál es el elemento clave del éxito.

“Es la suerte, absolutamente la suerte, que es el secreto más bien guardado de todos porque es incontrolable”, explica el cineasta.

Por eso, prefiere no pensar mucho en por qué algunos de sus trabajos han funcionado y otros no. “Uno puede llegar a ser profundamente cruel con uno mismo”, asegura Ripstein, que se limita a hacer “la mejor película posible”.

“Uno no piensa mucho en lo que hace porque se volvería mucho más egocéntrico”, opina por su parte Garciadiego, que recuerda el caso de “Profundo carmesí” (1996), una de sus películas más celebradas, que fue rechazada muchas veces por productores y que les costó mucho poder realizarla.

Pero la hicieron, la llevaron a Venecia -donde ganaron tres premios, entre ellos el de mejor guión-, y se convirtió en una de sus películas más conocidas. “A mí me gusta mucho, pero realmente no entiendo por qué gusta tanto”, explica la guionista.

Para su marido, con el que forma un tándem complementario y con el que comparte un fino humor inteligente, la cuestión está en decidir entre hacer las concesiones necesarias que le guste al público en cada momento y buscar el éxito comercial o hacer la mejor película posible.

Y esto último es lo que ellos hacen. “La consideración de si le va a gustar o no al público no existe como opción”, dice el realizador, para quien la única concesión es “que la película tenga una cierta claridad”.

Una integridad que ha mantenido en los cincuenta años de profesión que cumple este año y en los que asegura no haber perdido nada de la ilusión con la que empezó en el mundo del cine.

“Es tan absolutamente fascinante poder hacer una película, que en realidad eso es lo que te mueve, la noción de 'voy a poder hacerla', la ilusión es absolutamente idéntica a la que tenía el primer día de rodaje de mi primera película, en donde el corazón se me salía por la boca”, recuerda con entusiasmo.

Garciadiego va incluso más allá: “Hay una sensación de omnipotencia y de crear un mundo, así como dios creó el mundo en siete días e igual de caprichoso que dios, que decidió que las ballenas fueran frentonas o los tigres rayados, aquí igual de repente digo: ella va a tener un marido y va a usar su ropa. Da la misma sensación de omnipotencia deleitante y maravillosa”.

Esos caprichos se convierten en personajes en sus guiones cuando encuentra su voz y su manera de hablar, que es la clave de su trabajo como guionista. Luego Ripstein se encarga de darles volumen y profundidad con su particular estilo narrativo, sus planos secuencia y ese blanco y negro al que cada vez le gusta más recurrir.

Por Alicia García de Francisco

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