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Asesinos Natos: Veinte años de sátira Mass-Media

asesinos natos

John Tones

Pocas películas pueden presumir de una trayectoria parabólica como esta: dos décadas después de su estreno, su estética -explosiva, incómoda, tan chirriante como en su día- está absolutamente integrada en la televisión, el cine y los videojuegos; su mensaje no solo no se ha diluido, sino que parece haber sido trazado ayer por la tarde; y muchos de sus responsables, como un entonces principiante Quentin Tarantino o un Oliver Stone al que ya nadie pone peros, se han convertido en poco menos que clásicos modernos de la cultura popular.

Asesinos Natos es una de las películas definitorias de la década de los noventa, y un ejemplo perfecto de de cómo se genera el caldo de cultivo para una auténtica película de culto. Estos son los motivos.

Tarantino dice no

El punto de partida del guion inicialmente escrito por Tarantino era sencillo: un joven matrimonio inicia una serie de asesinatos huyendo por la América Profunda, al estilo de El demonio de las armas, aunque el auténtico protagonista de la historia era el periodista Wayne Gale, que va cubriendo sus andanzas. Vendió el guion a los productores Jane Hamsher y Don Murphy por diez mil dólares, que a su vez se lo vendieron a Warner Bros cuando decidieron que un aún joven Tarantino no era el más adecuado para dirigirlo. Ya en manos de Oliver Stone, este lo reescribió para centrarlo la atención de la trama en los asesinos, Mickey y Mallory.

Tarantino siempre renegó del resultado, siendo acreditado como mero responsable de la historia y afirmando una y otra vez que la película era más de Stone que suya, pero está claro que el tema de los asesinos enamorados le atrae. Solo en el arranque de su carrera podemos encontrar un par de parejas que se entenderían bien con Mickey y Mallory, aunque tengan matices y grados de delincuencia bien distintos: Christian Slater y Patricia Arquette en Amor a quemarropa y Tim Roth y Amanda Plummer en Pulp Fiction.

La banda sonora, puros años noventa

Nada menos que Trent Reznor (según él mismo, con un portátil y en los descansos en una gira de Nine Inch Nails) produjo la banda sonora, que funciona igual que la estética de la película: como un collage de sonoridades demenciales, de encontronazos rítmicos, de miles de influencias.

Fue una de las primeras bandas sonoras en incluir fragmentos de diálogos en el disco, aunque a diferencia del talante de ego-trip que luego le daría Tarantino a ese gesto, aquí se hace para rimar con el estilo de puzle de mil voces que tiene la textura visual del film. El resultado, un resumen de lo mejor del rock alternativo de la década de los noventa y de sus respectivos inspiradores, de los propios Nine Inch Nails a Cowboy Junkies, pasando por la misma Juliette Lewis, L7, Lard, Leonard Cohen o Patti Smith.

Sátira mediática

Asesinos Natos, más que la historia de un par de sociópatas enamorados, es la reflexión de Oliver Stone sobre la sociedad del espectaculo. Cuando estaba reescribiendo el guion de Tarantino, la televisión norteamericana se centró en describir, glorificar y condenar, de una manera y con unos modos sensacionalistas nunca antes vistos, una serie de casos criminales que conmocionaron a la sociedad del momento: el juicio de O.J. Simpson, el caso de Tonya Harding y Nancy Kerrigan, la trágica paliza a Rodney King (principio de tantas cosas) y la masacre de la secta de los davidianos en Texas después de un largo asedio policial.

El resultado es todo lo contrario a una película coyuntural: el ojo clínico de Stone para diagnosticar los males de la sociedad contemporánea fue capaz de anticiparse, a través de la sátira, a la lamentable situación mediática actual. Asesinos Natos es hoy más actual que nunca.

Múltiples texturas

El enloquecido ritmo de Asesinos Natos (obra del montador Brian Berdan, que atesora en su filmografía otra de las películas más anfetamínicas de la historia, Crank) encuentra su perfecta pareja de baile en los múltiples estilos en los que se van acomodando sus imágenes.

Desde la sitcom (irónicas risas enlatadas incluidas) para el primer encuentro de Mickey y Mallory a fragmentos en dibujos animados (que en principio iban a ser muchos más extensos), pasando por el falso documental del tramo final (anticipándose a ciertos rasgos del género del found footage o metraje encontrado) o el thriller alucinógeno y desfasado de muchos de los crímenes y atracos de los protagonistas, como el que abre la película o la irrupción en la farmacia. Stone experimentó sin límites (el viaje psicodélico en pleno desierto, con el uso de proyecciones sobre escenarios y protagonistas) e innovó como pocas veces en su carrera, al menos en lo que se refiere al lenguaje cinematográfico.

Es por las risas

Pese a la ácida crítica sobre los medios, pese a los fogonazos de violencia y al decepcionado mensaje de que somos lobos para con nosotros mismos, Asesinos Natos nunca pierde la perspectiva de que es una comedia. Sarcástica, tremendista, con doble fondo, pero comedia. El personaje de Wayne Gale, los propios criminales y su mezcla de ingenuidad y franqueza (con Stone siempre mirándolos con gesto comprensivo) y, sobre todo, la contemplación de casi todos los asesinatos con cierta estética de dibujo animado deja bien claro que no conviene tomarse demasiado en serio a Asesinos Natos.

Por eso Stone eliminó una secuencia de violencia en un juzgado que daba un matiz demasiado crudo a los protagonistas, y por eso el retrato caricaturesco de las fuerzas del orden (con un Tommy Lee Jones a doscientos por hora en cabeza) entroncan con la tradición satírica norteamericana más clásica.

Oliver Stone, el rey del mundo

Los noventa fue la década del director de Platoon. Empezó a denunciar determinados demonios de la historia de Estados Unidos en la exitosa The Doors en 1991. Un año después estrenaba JFK, su aparatosa denuncia del secretismo del sistema político norteamericano, que le proporcionó un estatus de rebelde que se encargó de corroborar con Asesinos Natos, de 1994. Su última obra de denuncia política de esa época fue la elogiada Nixon, que redundaba en sus temas habituales.

A partir de ahí entró en una racha de películas de tono decididamente más ligero y menos politizado como Giro al Infierno, Un domingo cualquiera o Alejandro Magno. Asesinos Natos fue el capítulo más irreverente de uno de los comentarios más agrios sobre el lado oscuro de América que dio el cine de la época.

Steve Dunleavy superstar

Este periodista retirado convirtió la televisión estadounidense de los ochenta y los noventa en un tabloide audiovisual y fue la principal inspiración para el Wayne Gale de Robert Downey Jr., que llegó a entrevistarse personalmente con él mientras preparaba su interpretación. Junto a Gordon Elliott, otro grande del periodismo basura sensacionalista, creó A Current Affair, el programa icono de este estilo y con el que continuó, con su estilo grandilocuente y algo irónico (lo que lo hacía mucho más peligroso), hitos de su carrera como el libro Elvis: What Happened, un best-seller centrado (por primera vez en la bibliografía del cantante) en su adicción a las drogas y publicado solo dos semanas después de su muerte, en 1977.

Cuatro actores al límite

Los cuatro personajes principales de la película (y algún secundario, como el glorioso Rodney Dangerfield en el papel de padre de Mallory) parecen moverse en una nube de histeria que les permite pensar más rápido y más escandalosamente, gritar más alto y moverse con más aspavientos.

Como perfecto (y único posible) acompañamiento a la histérica realización de Stone, su atropellado pero estudiadísimo montaje y su constante salto de género audiovisual en género audiovisual, Woody Harrelson el sociópata inteligente, Juliette Lewis la asesina de buen corazón, Robert Downey Jr. el carroñero de las noticias y Tommy Lee Jones el alcaide sin alma son el póker de ases en llamas necesario para sostener la película.

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