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Barenboim: La orquesta Divan es una leyenda en el mundo excepto en la región

Barenboim: La orquesta Divan es una leyenda en el mundo excepto en la región

EFE

Madrid —

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La West-Eastern Divan, una “insólita” orquesta formada por judíos, palestinos y árabes, cumple en 2019 veinte años. Ha llegado “a un nivel inesperado” y es “una leyenda” en el mundo pero no ha logrado, lamenta en una entrevista con EFE su fundador, Daniel Barenboim, ser reconocida en la región.

El director y pianista, nacido en Buenos Aires en 1942 en el seno de una familia judía de origen ruso y con nacionalidad argentina, española e israelí, fundó la orquesta junto al filósofo palestino Edward Said en 1999 y, tras pasar por Weimar (Alemania) y Chicago (EEUU), se instaló definitivamente, gracias al apoyo financiero de la Junta de Andalucía, en la localidad sevillana de Pilas.

Su “asentamiento” en Andalucía fue en 2002, un hecho “importantísimo” en el devenir de la formación pero con el paso de los años “ya no ha sido necesario” conservar aquel lugar aunque allí siga radicada la sede de la fundación: “la orquesta ya tiene otra vida”, afirma.

“Cuando comenzamos en 1999, el 60% de los músicos nunca había tocado en un orquesta y, ni siquiera, habían oído a una en vivo. En solo 8 años fueron capaces de interpretar ¡las Variaciones de Schoenberg! en Salzburgo y Pierre Boulez -uno de los músicos más influyentes del siglo XX- me dijo que nunca había escuchado algo así”, presume.

La orquesta, con la que emprendió el proyecto de grabar el ciclo completo de las sinfonías de Beethoven, ha llegado “a un nivel inesperado” y es, recalca, “una leyenda en el mundo, pero no en la región -Israel y Palestina-, porque ni se hablan”.

“Tenemos muchos admiradores y detractores, eso sí”, admite el músico, que siempre ha defendido que el problema de Oriente Medio no es de filantropía ni su solución “militar” o “política” sino “humana”.

Barenboim, que acaba de presentar con una gira en España -Oviedo, Madrid y Barcelona- su último disco, “Claude Debussy”, está ahora volcado en un proyecto de educación musical en las escuelas y ha promovido la apertura de “un jardín infantil” en Berlín para que los niños empiecen a familiarizarse con ella desde muy pequeños.

“Es extraordinario lo bien que funciona, pero, claro, dejan el jardín con 6 años y luego no hay continuidad, por eso hemos llegado a un acuerdo para que se incluya en primer grado un programa musical más definido. Ya veremos”, se ríe el artista, que “no ve ninguna razón” a pesar de su larga residencia en Alemania para adquirir también esa nacionalidad: “No soy alemán pero soy berlinés”.

Está seguro de que solo esa educación supondrá la pervivencia de la música clásica entre el público dentro de 50 años, aunque él ahora tiene “bastante” que decir sobre cómo se comportan los espectadores en los conciertos, a los que ya, en varias ocasiones, ha afeado su “contrarecital” de toses, móviles o envoltorios de caramelos.

“Me acuerdo muy bien de un recital del gran Andrés Segovia, requetelleno, con 200 o más personas en el escenario. Eran cuatro sonatas del Padre Soler y casi no se oía por las toses tan fuertes. Segovia se levantó y mirando al público se sacó un pañuelo, se lo puso en la boca, tosió y enseño cómo se hacía. Tuvo un efecto extraordinario”, ha recordado.

Él mismo ya lo ha hecho en varias ocasiones, la última el pasado día 11 en el Palau de la Música de Barcelona, cuando tras un interludio de “Les Preludes” sacó un pañuelo de su bolsillo y se quedó mirando a los espectadores mientras se lo llevaba a la boca.

“Tengo el sentimiento de que el oído está muy desventajado respecto al ojo. El oído es muy importante. Cuando uno piensa que hay 'música' en los ascensores, en los restaurantes, en los aviones... Es decir, se está acostumbrado a oír la música, no a escucharla”.

En una sala de conciertos, sostiene, “no solo se va a escuchar la música: el placer que se puede sacar de un concierto es muchísimo más que lo que se oye” y por eso alienta a una “absoluta concentración” en lo que sucede en el escenario.

No cree que las grandes giras con orquestas como la que él dirige desde hace 25 años, la Staatsoper unter den Linden, acaben nunca porque son “muy positivas para la música. Lo que sí hace falta -exige de nuevo- es educación y formación en las escuelas”.

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