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Björk, ¿de verdad estás ahí?

Björk, ¿de verdad estás ahí?

EFE

Barcelona —

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Hay que tener fe para creerse que debajo de ese sombrero ancho de paja y oculta tras una máscara fantasmagórica que cubría su rostro se encontraba Björk, la artista islandesa, que ha mostrado su falta de prejuicios en la sesión de cuatro horas que ha ofrecido como dj en la víspera del inicio oficial del Sónar.

En medio de la jungla de vegetación en el que ha convertido el escenario Hall del festival, Björk, poco pródiga tras las mesas de mezclas, ha aguantado como una campeona a sus 52 años, y lo ha hecho nadando a contracorriente, fuera de la zona de boyas, pasando de una orilla a otra, de sonidos extremos industrialmente sintéticos a ritmos orientales y compases africanos, continente que le ha atrapado, porque en esos 240 minutos lo ha transitado varias veces de arriba a abajo.

A la cantante y compositora, ceñida aquí a su labor de selectora de aquello que le motiva, venga de donde venga, le gusta el riesgo (o se lo puede permitir) porque el público suele acudir con la pesada de la mochila de lo preconcebido, sobre todo si te consideran la mujer del hielo más electrónico.

La sesión ha comenzado parsimoniosa, con una extraña nana a los teclados, acompañada de lejanos rumores de paraje tropical, armonías corales y crujidos de origen desconocido, guardados, eso sí, de ese archivo sonoro que esta multicreadora ha ido recopilando y que de vez en cuando le gusta exhibir.

No le tiembla el pulso si ha de aproximar lo más reciente, su pasión por lo contemporáneo, el venezolano Arca -con el que le gusta colaborar- con otras voces y ecos por las que nunca ha negado su predilección, la irreverente Kate Bush o el antiacadémico John Cage.

Pero, esa senda, que aún parecía comprensible estilísticamente por la trayectoria musical de la islandesa, ha dado un brusco giro. Hacia el sur y hacia oriente, con una extensa selección de artistas variopintos, desde los malinienses Toumani Diabate y Oumou Sangaré, el eritreo Awalon Gebreamariam con otros nombres más instalados en tierra de nadie como Afro B y su “Lover”.

Luego ha virado hacia sonidos más indoárabes, de la mano de la pakistaní Abida Parveen, uno de los pilares de la música sufi.

Eclecticismo radical, ya que esas composiciones alejadas de los “charts” iban pespuntadas de las de otros de creadores habituales en la MTV y plataformas occidentalmente reconocibles: M.I.A., Kelela, Rihanna, el canario El Guincho (con su caribeña “Bombay”) o el estremecedor desencanto del “Obama” de Anhoni (una de las estrellas de la pasada edición del Sónar).

No ha sido una velada de baile de salón de parqué encerado, más bien de danzas de poblado y convulsiones de sonidos de extrarradio,

Sin embargo, Björk, que en algunos momentos se ha dejado llevar por el ritmo de lo que estaba sonando, levantando tímidamente los brazos, ha tenido hueco también para el humor, con una casi remezcla del “Smack my beat up” de The Prodigy con el “Orinocco flow” de la irlandesa Enya, y el kistch, una divertida versión del “I will survive” a cargo de la veterana cantante india Usha Uthup. Sergio Andreu

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