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El Congreso en la cocina

EFE

Madrid —

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Todos los años surge algún iluminado que proclama la superación de las teorías de Einstein, que los no iniciados en la física de partículas resumimos diciendo que “todo es relativo”; y lo es tanto, que hasta algo que parecía tan absoluto como “no es no” (sin duda la frase del año) resultó de lo más relativo.

De ese modo, y aunque durante meses pareció imposible, hoy podríamos elaborar un menú navideño “de coalición”, en cuyo diseño intervengan los diferentes grupos parlamentarios del actual Congreso o, al menos, varios que cuenten con una mayoría suficiente de diputados.

Parece obligado que el plato principal lo elabore la minoría mayoritaria, o sea, el PP. Si atendemos al color con que se lo identifica en los sondeos, mal lo tenemos: azul celeste. Y en la despensa, vegetal o animal, no hay nada azul que sea comestible: es un color incompatible con la gastronomía.

Pero el logo del PP tiene un ave. Incomestible, una gaviota; pero un ave.

Así que, partiendo de aquello de que “ave que vuela, a la cazuela”, su plato será una espectacular ave de corral asada: capón, pularda, pavo... No son aves conocidas por sus habilidades aeronáuticas, pero sí por lo bien que quedan al horno. Así que, para los conservadores, como debe ser, lo más clásico: un gran asado. Pero necesitarán ayuda para triunfar.

El logo del segundo grupo parlamentario luce el rojo como emblema, como es natural en un partido socialista. Aquí lo tenemos bien fácil: los crustáceos, sean grandes, como el bogavante o la langosta, o pequeños, como las gambas o los camarones. Todos de un exterior rojo y bien rojo.

Pero parece que a los crustáceos ha acabado tirándoles la vía socialdemócrata, porque en cuanto les despojas de ese envoltorio rojo que les da la cocción, aparecen unas carnes blancas, blanquísimas. También parece de lo más adecuada la combinación.

Vienen ahora los nuevos. Los que al principio llamamos “magenta” para, una vez apeados de la al parecer inevitable cursilería inicial, dejarlos en “morados”. Y aquí hay que hablar de la nostalgia. Mala cosa, porque es un sentimiento de “tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”. El problema es que esa “dicha perdida” se remonta a dos generaciones: fueron los abuelos los que la vivieron, ni siquiera los padres.

Y entonces es nostalgia de una “dicha” embellecida por dos filtros.

Menos mal que, en Navidad, estos señores tienen a su disposición la más republicana de las verduras: la lombarda, ese repollo revestido de Adviento, tiempo litúrgico que corresponde a estas semanas. Al final resulta que quienes se proclaman laicos cuando lo que son es anticlericales (muy señores míos) se ven afectados cromáticamente por el calendario litúrgico.

Así que se supone que no faltará la lombarda en las mesas de los miembros de este grupo parlamentario y sus satélites. Lo que parece imposible es que se integre en el menú común, por incompatibilidad entre cocineros.

Tenemos ahora a los “naranja”. Color alegre donde los haya, que da juego en la mesa, aportando color y un punto dulce: zanahoria, calabaza, batata... Van muy bien como guarnición, como acompañamiento, para reforzar un plato principal, e incluso son (piensen en la zanahoria) ingrediente imprescindible de muchísimos guisos y salsas tradicionales. No hacen plato por sí mismos, pero son fundamentales para completar una mayoría; son claramente ingredientes “de coalición”, y ahí estarán.

Quedan por ahí cosas sueltas, mejores o peores. Si a los que se quieren ir les quitamos el emplaste azul (incomible) nos queda una tortilla decorada con kétchup. Para gustos. El problema es que mientras se discute si la tortilla es española, lo que sus autores negarán indignados, o francesa, que tampoco, la tortilla quedará seca, acorchada, repelente, pesadísima. Como la vida misma.

Los vascos no tienen problema. Cualquier aportación mejoraría el menú. En sus colores (blanco, verde, rojo) cabe casi todo lo que está bueno. Y tienen salsas de esos colores: el blanco pil-pil, la roja vizcaína y la verde, pues eso: verde. Y otra más, por si acaso, negra.

Que, dejando ya a un lado el hemiciclo, es el color más elegante y lujoso que se puede llevar a una mesa festiva. Negro con todos los matices que ustedes quieran, pero negro básicamente. Negro del buen caviar, cuya elaboración en piscifactorías no ha conseguido despojarle de su condición de icono del lujo gastronómico.

Y negro, veteado, de esas trufas ('Tuber melanosporum', la de toda la vida, la del Périgord, la ibérica...) que pueden aportar aromas celestiales a esas aves asadas que protagonizan el plato principal, que eso es la trufa, un aroma. Sí, las joyas son negras: perlas, que vienen del agua, en el caso del caviar; diamantes, que vienen de la tierra, en el de la trufa. Aunque cualquiera sabe, porque... todo es relativo.

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