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Daniel Oyarzábal saca al órgano del “santo, santo” y lo lleva a “Star Wars”

El músico Daniel Oyarzabal, en una fotografía facilitada por el mismo asegura en una entrevista con Efe que el sueño de un organista es "tener la llave y la clave de la alarma de las iglesias" porque ese es el "hábitat natural" de la máquina más compleja del XVIII, asociada al "santo, santo" pero con posibilidades como las que Daniel Oyarzábal revela en "Bolero": "es atípico, rompedor y espectacular".

EFE

Madrid —

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El sueño de un organista es “tener la llave y la clave de la alarma de las iglesias” porque ese es el “hábitat natural” de la máquina más compleja del XVIII, asociada al “santo, santo” pero con posibilidades como las que Daniel Oyarzábal revela en “Bolero”: “es atípico, rompedor y espectacular”, asegura.

“El órgano se relaciona siempre con canciones de iglesia como el 'santo, santo...' pero es mucho más que eso. Puede ser rompedor y dejarte de piedra. Es muy espectacular”, asegura el músico en una entrevista con EFE.

Oyarzábal (Vitoria, 1972) grabó “Bolero, the orchestral organ” en la Catedral de León, un sitio “de excepcional acústica” con el órgano más moderno de Europa, un “rolls royce” de 4.344 tubos; cinco teclados más un pedalier; ocho fachadas y 64 registros o, lo que es lo mismo, cuatro millones de combinaciones, y lo hizo acompañado de los percusionistas de la Orquesta Nacional de España (OCNE) Juanjo Guillén y Joan Castelló.

“Tres de mis grandes pasiones son el órgano, la percusión, que estudié en la adolescencia, y la música sinfónica. Desde hace más de 20 años rondaba en mi cabeza la idea de aunarlas en un proyecto musical y este disco cumple ese sueño”, detalla.

Su disco, presume, “es bastante comercial” porque su sonoridad “tiene mucha pegada”: “Tiene un punto con la percusión 'tacata tan tan tan' con el que la gente queda maravillada”.

“Bolero the orchestral organ” son 11 obras sinfónicas que él ha arreglado para órgano acompañadas de la percusión original, aunque en casos como el “Capriccio Espagnol”, de Rimsky-Korsakov, Guillén y Castelló han hecho “la proeza” de asumir ellos dos solos lo que está pensado para seis percusionistas.

El disco (Odradek) comienza con “Mars”, de la obra de Holst “The planets”, un impactante tema en el que John Williams se inspiró para su banda sonora de “Star Wars” (La guerra de las galaxias): “es muy misterioso y te dan ganas de seguir escuchando”.

Luego vienen “Aquarium”, de “Le carnaval des animaux” de Saint-Saëns; el “Capriccio” -“Alborada”, “Escena y canto gitano” y “Fandango asturiano”- y una obra de Jesús Guridi, el intermedio de “El caserío”, porque quería “tirar para la tierra” y es un compositor que le ha acompañado “desde pequeño”.

De la obra de Mussorgsky “Pictures at an exhibition”, ha elegido “The hut on fowl's legs (Baba-Yaga) and the great gate of Kiev”; de Bach, “Wir danken Gott” y “Wachet auf rufts uns die Stimme” y cierra el disco, que ha contado con Olivier Faures como asesor musical, la pieza que le da nombre, el “Bolero” de Ravel.

“Es un disco atípico porque son arreglos de obras pasadas al órgano... es un repertorio pensado para gustar, en el que la percusión tiene un papel muy importante”, dice el también “atípico” músico, un “orquestador de sonidos, que elige entre paletas infinitas de colores”, dice.

Se describe como un “friki” de la música sinfónica porque con solo 9 años se “tragaba a todo trapo” a Beethoven: “Escuché la Septima en la radio y quise que me lo compraran todo. Creo que sobre todo soy melómano. Un día oí la 'Passacaglia' de Bach al órgano y decidí que quería hacer eso”.

Cuando empezó a tocar tenía el pelo tan largo que “le llegaba al pantalón”, una estética, a la que se añadía “una enorme perilla”, que al público “le chocaba mucho”, al contrario de lo que sucede, por ejemplo, en Suiza o Alemania, donde es muy famoso, por ejemplo, el punki Cameron Carpenter.

Ahora lleva el pelo rapado porque “empezó a parecerse a Tamariz”, bromea Oyarzabal sobre sus “ausencias foliculares”, y conserva su estética de camiseta y pantalón negros cruzados con cadenas.

No podría decir cuántos organistas hay en España pero sí sabe que si en un conservatorio hay 150 estudiantes de piano o de violín, de órgano puede haber ocho: “es minoritario pero hay una comunidad muy activa en el mundo”.

“En Madrid, el Auditorio Nacional hace una vez al mes un concierto de órgano y se llena y ahí he visto yo rockeros entre el público. Es incomparable con un partido de fútbol pero hay muchísimos organistas en el mundo”, defiende.

El disco, que dedica al fallecido crítico musical José Luis Pérez de Artega, “no parece que sea de órgano porque su sonido mezclado con el del timbal, el gong o la caja. Parece una orquesta.

Y eso porque el órgano está intrínsecamente asociado al espacio: “su sonido tiene un volumen que requiere un espacio, golpear contra los muros. Tiene un rango de dinámicas y colores que no tiene ningún otro y puede pasar por encima de la orquesta entera o apenas oirse. Cuando resuena es único”.

Desde que empezó con el órgano, su sitio de ejercicio y ensayo han sido siempre las iglesias: “Cuando te dejaban estudiar en contraprestación tocabas en las misas. En Holanda, por ejemplo, los estudios están regulados de otra forma”.

“El sueño de un organista es tener la llave y la clave de la alarma de la iglesia. Las iglesias tienen que abrir sus puertas, como han hecho en Maastrich”, propone.

Desde marzo ha tenido que cancelar 36 conciertos y espera ilusionado los que hará para presentar el disco: en la primera semana de octubre protagonizará el concierto inaugural del que es el festival de órgano más importante de Europa, Toulouse les Orgues, y a finales de ese lo tocará en el Teatro Mariinsky de San Petersburgo. Luego vendrán Alemania y Estados Unidos.

Concha Barrigós

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