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Vuelve el castor herido

Ed Sheeran, el encanto de la austeridad absoluta, triunfa en Madrid

elDiarioes Cultura

Madrid —

Como el flautista de Hamelín, pero con guitarra, sin banda, Ed Sheeran se apareció ayer en en enorme escenario del Palacio de los Deportes saturado, para llevarse al huerto (o, en este caso, al río) a una congregación entre histérica e hipnotizada de oncemil personas, un hito que no es muy frecuente desde la tragedia del Madrid Arena.

Con su gracejo introvertido, su extraño parecido con el amigo feo de Harry Potter y letras de animalillo abandonado, la gran revelación británica internacional de los últimos años, junto a Adele y One Direction, no titubea sobre las tablas: seguro, enérgico, entregado y hasta simpático. Su visita es parte de la gira de su segundo disco, “x” (2014), que sigue la línea del anterior, “+” (2011), con el que ganó dos premios Brit y que ya se ha convertido en el mayor éxito comercial del año de Reino Unido -por delante de Coldplay- y un récord histórico de reproducciones en Spotify.

De las 11.000 personas, el público de la pasada noche era en su mayoría joven y femenino, y recibió con estruendo ensordecedor su irrupción en el escenario, solísimo a sus 23 años, sin música, con una camiseta, vaqueros, zapatillas y una guitarra, para interpretar I'm a mess (Ves las llamas en mis ojos / queman tanto quiero sentir tu amor / No es fácil baby quizá soy un mentiroso / pero esta noche quiero enamorarme / y poner tu fe en mi estómago). Le siguieron otras canciones adolescentes de amoríos truncados, preocupaciones existenciales y ramalazos de corte social (que no político) al estilo de The A-Team (Hace demasiado frío fuera / para que vuelen los ángeles), su primer gran éxito y uno de los “hits” de la noche.

La puesta en escena es heróica, a juego con la banda sonora. Sheeran ofrece un show espartano en el que no hay rastro de más músicos (los demás instrumentos van enlatados) y en el que el mayor lujo escenográfico son seis pantallas verticales que prácticamente se limitan a proyectar su figura. Ni siquiera queda muy claro si la guitarra que suena todo el tiempo es la que él toca, porque en algunos momentos deja de aporrearla, pero sigue presente en el audio. Eso sí, la voz va indudablemente en directo y se convierte en su más poderoso vehículo de captación, en su principal canal de expresión y derroche.

Entre las primeras sorpresas notables de la velada, la desenvoltura en el rapeo de Don't, en cuya letra le espeta a la también artista Ellie Goulding: “Nunca pretendí ser el siguiente / pero tú no tenías por qué llevártelo a él a la cama / eso es todo”. Le suceden otros temas, como Drunk o Take it back, en el que un rapeo más agresivo, más de la cuerda de Eminem, termina hilado con el Superstitious de Stevie Wonder, dando pruebas de su versatilidad.

Su capacidad hipnótica se hace patente en Bloodstream, un tema que -apropiadamente- habla de los efectos del éxtasis y que acaba con una imagen colosal, cinematográfica, con todo el público balanceando sus brazos al unísono, siguiendo sus órdenes.

“Voy a cantar una canción de vuestro país”, declara antes de acometer Tenerife sea, que en realidad es una exaltación de los ojos azules de su madre. El sentido del humor llkega con Runaway, probablemente su mejor canción, escrita a medias junto a infalible Pharrell Williams, que acaba con un riff del Everybody de Backstreet Boys. El momento cumbre es Thinking out loud, su canción preferida de “x” y, a juzgar por el nivel de extasis de la concurrencia, de gran parte del público también.

“Esta es una canción muy tranquila”, dice maliciosamente antes de cantar Give me love, antes de desmadrarse completamente, vapulear la gritarra, corretear por el escenario y alcanzar las proporciones catárticas que el colofón final, la bailable Sing -también a medias con Williams-, tras casi dos horas de una producción muy barata, a cargo de un músico que renueva la tradición del castor herido para una generación más.

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