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Emilio Hernández cincela las contradicciones de Séneca en la piedra de Mérida

Emilio Hernández cincela las contradicciones de Séneca en la piedra de Mérida

EFE

Mérida —

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Las sabidas contradicciones de Séneca, que renunciaba a lo que luego abrazaba, no las tiene Emilio Hernández a la hora de dirigir la obra de Antonio Gala sobre el filósofo romano, pues plasma con maestría que la corrupción viaja en el tiempo.

Con el magistral apoyo de un grupo de actrices y actores que se desfonda sobre el escenario, Hernández ha cincelado al Séneca del siglo I d.C en una figura del XXI, y lo hace a golpe de dramaturgia, escenografía y dirección.

El teatro romano de Mérida, cuyas piedras acompañan a entender este salto temporal, que no temático, ha acogido esta noche la primera representación de “Séneca”, un texto que Gala escribió hace 30 años y que Hernández estrenó el pasado mes de marzo en Madrid.

Coproducida por el Centro Dramático Nacional y el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, la obra indaga en la corrupción endémica del poder y presenta, como dice el director, a “unos personajes que se debaten por sobrevivir, con diferentes armas, en esa ciénaga”.

Lógicamente, la obra finaliza con el suicidio de Séneca, quien se volvería a cortar las venas -aunque esta vez sin que nadie le instara a ello- si viera que la corrupción y las luchas de poder que tanto detestó como filósofo siguen veinte siglos después.

Si bien es cierto que Séneca, interpretado por un Antonio Valero absolutamente creíble, se dejó llevar cuando accedió a la política, en sus últimos días optó por analizar si había sido consecuente con la honestidad y la igualdad que promulgaba, y, especialmente, si había sabido trasladar estos valores a Nerón, a quien tutelaba.

Diego Garrido interpreta al joven emperador, quien deambula al inicio entre el obsesivo amor por su madre, Agripina, cuyos hilos y enredos maneja excepcionalmente bien Esther Ortega, y los consejos de Séneca.

Pero Nerón acaba sucumbiendo ante “quienes con su verborrea se creen caídos de otro plantea”, como dicen Petronio, un Ignasi Vidal que todo lo que toca y canta lo borda.

En la obra, con trazos próximos al musical, todos los personajes cantan, pero “el cante”, el verdadero y sufrido cante lo ofrece Carmen Linares. La cantaora parece que olvida para lo que ha nacido e interpreta con valentía el papel de Helvia, la madre de Séneca, “el pilar” de la honestidad y la moral del filósofo.

Algo más de una hora y media bastan para que Séneca, al que acusan de ser “un moralista de boquilla”, como asevera Petronio, y el maligno entorno que le rodea transmitan al público que “los que actúan como dioses son los peores”,

“Cuando el de arriba te ofrezca algo es que va a pedirte mucho más”... y Séneca asiente, sabedor, y así lo dice, de que “cuando se revuelven las aguas del poder, corres el riesgo de ahogarte”.

Con la batalla abierta entre el poder y el arte, la ética y la falta de moral, Séneca advierte de que “la corrupción es peor que el crimen”.

Por si fueran pocos los guiños a la actualidad, el personaje de Acté (Carolina Yuste) introduce al espectador en el drama de los refugiados sirios. Acté, que huye de estas tierras azotadas por la guerra, llega a Roma creyendo que ha sobrevivido, pero su destino es ser una esclava.

“Esos movimientos son destierros”, apunta Séneca. Junto a él está el resto del reparto: Eva Rufo (Popea), José Luis Sendarrubias (Otón) y Aka Thiémélé (esclavo).

Linares canta, Séneca se ha suicidado y su entorno calla y asume. No hay otras realidades. Cualquier cambio, cualquier atisbo de ética se diluye... y así hasta veinte siglos después.

Por Alberto Santacruz

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