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El pintor Erick Miraval o cómo decidir vivir en España tras ver “Las meninas”

El pintor Erick Miraval o cómo decidir vivir en España tras ver "Las meninas"

EFE

Redacción Internacional —

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¿Alguien puede imaginar cómo la emoción que provoca ver por primera vez “Las meninas”, de Velázquez, lleva a un cambio de vida radical? Eso es lo que le ocurrió al pintor peruano Erick Miraval cuando, en 1998, era apenas un joven expedicionario de la entonces denominada Ruta Quetzal.

Nacido en 1982 en Huánuco, en plena sierra peruana, aunque criado en la zona amazónica, en Pucallpa, este artista, involucrado hoy en un “movimiento cultural muy interesante” que él compara con la “movida madrileña” de los años 80 y cuyo epicentro es el barrio madrileño de Malasaña, trocó en aquel momento su sueño de vivir en Estados Unidos por el de hacerlo en España.

“Yo había visto pintura occidental solo en fotos. Una pintura fotografiada no es nada, no es pintura. Voy al museo, veo aquello y aún se me escarapela (eriza la piel) el cuerpo de pensarlo. Fue el momento en que decidí que no quería irme a Estados Unidos, sino venirme a España. Fue gracias a la Ruta Quetzal, pero fue el Prado (el que me convenció)”, explica.

Durante una entrevista concedida a Efe en su taller de la capital española, con motivo de la celebración en 2015 de las 30 ediciones de la Ruta BBVA (otrora Ruta Quetzal y Aventura '92), Miraval relata la importancia que tuvo en su decisión el director de la misma, el periodista y aventurero español Miguel de la Quadra-Salcedo.

“Insistió en que vaya al museo. No sabía lo que me perdía. Dijo: 'No le ha tocado en el sorteo, pero este chico tiene que ir, tiene un talento, sabe pintar y tiene que conocer a Velázquez'”, rememora el artista peruano, quien recuerda que en aquel momento solo pensaba que “Las meninas” era un “nombre ridículo”.

En aquel viaje también tuvo la suerte de acceder a la cueva de Altamira, en la que dibujó con lápices labiales y un “pilot” que pidió prestados en la entrada. “Miguel me dijo: 'Tienes que hacer como los antiguos pintores, túmbate, hijo, para que sepas lo que sentían ellos al pintar'”, relata Miraval, que había olvidado sus bolígrafos en el campamento y la noche anterior había sufrido un esguince de tobillo, por lo que tuvo que ser trasladado a hombros.

Erick dibuja desde niño y, a los 13 años, empezó a participar en concursos de pintura, uno de los cuales le llevó, con 15, a la NASA, en Estados Unidos, país que le pareció “espectacular” y le llamó “mucho la atención” para vivir en un futuro.

Pero con 17 ganó una plaza en el programa académico-cultural creado en 1979 por De la Quadra-Salcedo y que, en 1998, bajo el lema “Expedición a tierra firme”, recorrió España, Portugal y Venezuela, que cambiaría el rumbo de su vida.

“Me había olvidado de llevar lápices y papel, tenía un ansia de dibujar tremenda y empecé a dibujar a bolígrafo. Al no poder corregir estaba obligado a acertar. Mejoré mi dibujo muchísimo e incorporé una técnica de bolígrafo propia; actualmente realizo obras con una minuciosidad tremenda y mezclando la policromía en bolígrafo”, explica sobre su técnica.

Gracias a una beca de la Universidad Complutense, Miraval estudió Bellas Artes en Madrid y continuó los estudios iniciados en Perú en condiciones adversas -a veces de forma autodidacta-; merced a otra beca convivir con artistas de varias disciplinas en la Fundación Antonio Gala, en Córdoba; y algo similar en México.

Sin duda, el peor período de su corta pero firme carrera artística llegó cuando residió ilegalmente en España durante tres años, porque, pese a obtener el premio extraordinario fin de carrera al término de un máster en la Complutense madrileña, la Ley de Extranjería le exigía 40 horas de trabajo comprobables, algo que en el mundo del arte es “imposible”, según Miraval.

Pero de ese trance salió uno de los trabajos de los que se siente más orgulloso, “Elogio a la espalda”, un “happening-performance” en el que hace “intervenir al público” en la obra. Situado en un escenario, el pintor refleja en un lienzo al público asistente al evento y la obra solo se contempla durante el proceso, pues, al concluirla, Miraval la rompe en pedazos y regala a los asistentes.

“Queda la memoria de la experiencia, la experiencia de la pintura. Creo que es lo más parecido a lo aprendido en la ruta, con Antonio Gala, incluso con Velázquez. Es el cuadro hacia el espejo. El pintor es siempre el ruido que entorpece la visión de la imagen, pero sin ese ruido no hay imagen”, resume.

Admirador de los clásicos Goya, Botticelli, Sorolla o Ribera y de los modernos Freud, Bacon o Samori, su imagen siempre seguirá reflejándose, no obstante, en el espejo que Velázquez inmortalizó en “Las meninas”.

Concepción M. Moreno

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