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El Faro, un medio forjado entre la violencia y las pandillas de América Latina

Fotografía cedida por la redacción de El Faro/Edu Ponces (RUIDO Photo)

Mónica Zas Marcos

La historia de El Faro está escrita a fuego lento y con mucha paciencia. Pero el contenido de sus artículos lleva agitando las conciencias políticas en El Salvador desde que la redacción constaba de dos ordenadores y un grupo de estudiantes de periodismo. Ahora, veinte años después, “su actividad bajo riesgos y en condiciones muy adversas” ha sido galardonada con el Premio Gabo a la excelencia periodística.

Por primera vez en la historia de los premios, la labor de un equipo de investigación ha prevalecido sobre la de un periodista en concreto. “La votación fue unánime”, reveló el periodista argentino Martín Caparrós, encargado de presentar al ganador en el Palacio Cibeles de Madrid y miembro del consejo de elección. A la cita acudió el director de El Faro, José Luis Sanz, pero teniendo presente en todo momento a sus compañeros de fatigas.

La charla estuvo marcada por un encuentro nostálgico con el pasado y aquella época en la que iniciar un medio en Internet era una misión suicida, porque “la Nintendo era más moderna que la red”. Pero sobre todo recordaron El Salvador de 1998, cuando las negociaciones de paz todavía marcaban un espíritu de transición en el país. “Los diarios venían de la ultraderecha y el periodismo sufría un vacío generacional: no había maestros”, contó Sanz sobre sus primeras impresiones recién llegado a Centroamérica.

El desconcierto político, la violencia encubierta y un panorama comunicativo mediocre fueron los grilletes que ataron al periodista a este país. Pero cuando llegó de España, El Faro -o su versión embrionaria- ya existía. Carlos Dada había fundado un periódico, junto a un pelotón de jóvenes apasionados por la información, que no tenía ni sede ni un solo centavo ahorrado. “Pero hay que dejar claro que no era un campo de ensayos ni un diario amateur, los textos se trataban con una profesionalidad extrema”, recuerda su director.

Fueron unos pioneros en la red, aunque reconoce que su principal obsesión era llegar a una rotativa y poder pasar las páginas de su periódico con los dedos. “Soñábamos con secar aguacates con el papel de El Faro y llevarlo bajo el brazo”. Pero pronto se declararon agnósticos de la plataforma y comprendieron que no era el soporte, sino los proyectos en los que había que invertir. “Nos dimos cuenta de que era más importante pagar a un reportero que darnos un sueldo a los jefes”, dijo sobre las primeras vías de financiación del medio.

El salto a la violencia

El antes y el después de El Faro llegó en 2008 con la cobertura a fondo durante dos años de la migración centroamericana a través de México. “Fue nuestra primera gran apuesta de la crónica como herramienta”, recuerda Sanz. El periódico destinó a un equipo para subirse a La Bestia, el tren que utilizan para llegar hasta Estados Unidos, y reflejar esa travesía mortal con entrevistas y reportajes gráficos.

Fue entonces cuando inauguraron la sección Sala Negra y comenzaron a tratar en profundidad las violaciones de los derechos humanos en El Salvador y a especializarse en los conflictos callejeros. “No lo habíamos cubierto antes porque el frenesí de la violencia nos desbordaba”, contaba Sanz. De ese valiente equipo de investigación nacieron crónicas que estremecen y se estudian en todas las facultades de periodismo. Así matamos a Monseñor Romero, Así es la policía del país más violento del mundoAsí es la policía del país más violento del mundo y el recopilatorio Crónicas negras, son algunos de estos ejemplos.

Otro de los asuntos más delicados que llena páginas en El Faro es el de las pandillas. José Luis Sanz relató el momento en el que decidieron que contar las muertes o las consecuencias no era suficiente “porque había que llegar a la raíz del problema”. Así se puede leer en su serie de cinco crónicas, Jonathan no tiene tatuajes. “Eran cinco países y cinco puntos de vista diferentes: desde las familias hasta su vida en los correccionarios”, explicó.

Su cobertura siempre divide a los lectores entre los que opinan que el diario digital justifica la existencia de esas bandas y los que piensan que su difusión es inútil porque no disminuye la violencia y el gobierno no toma medidas. “Siempre me agobian más los primeros, porque creo que yo podría haber hecho algo para evitar que se lea con ese enfoque”, lamentó Sanz.

La rutina del peligro

Una de las cuestiones que planeaba por todos los asistentes al acto era el del manejo del peligro entre la redacción. “Cuando destapas una banda de narcotráfico o denuncias que la policía mata a pandilleros, tienes que asumir que tu seguridad peligra”, dijo Sanz sin una pizca de dramatismo. Para el director, el riesgo va intrínseco en la profesión del periodista y, aún así, reconoció que la prensa goza de cierta garantía por su figura pública. “No tiene nada que ver con nuestros compañeros mexicanos u hondureños”, afirmó.

También aprovechó para recordar que el verdadero terror es el que viven las familias salvadoreñas que comparten barrio con las pandillas y la dictadura de las drogas. “Nuestro único contacto con esta realidad es durante el trabajo”, aunque también contó un par de anécdotas sobre la cobertura de la Mara Salvatrucha y el cartel de Texas en las que descubrió el significado real de la palabra miedo.

Pero asegura que es una forma de comprender y no quedarse en la visión superficial de los otros medios. “Todas las escuelas deberían llevar a los niños a las cárceles, igual que se visita el zoo o un museo”, defiende Sanz. Por eso existe El Faro, para romper ese mutis ante la violencia que existe en Europa, pero también entre muchos vecinos de El Salvador.

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