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El japonés Kore-eda, “afortunado” Premio Donostia 2018:“No es algo repentino”

El japonés Kore-eda, "afortunado" Premio Donostia 2018:"No es algo repentino"

EFE

San Sebastián —

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El realizador japonés Hirokazu Kore-eda, un visitante habitual del Festival de Cine de San Sebastián, se siente “feliz y afortunado” de recibir el Premio Donostia 2018 el mismo año que ha ganado la Palma de Oro de Cannes, aunque entiende que estos reconocimientos “no son repentinos”.

“Creo que estos premios de ahora no son algo repentino, pero es verdad que en estos 20 años de carrera me han tratado muy bien en todas partes, empezando por este festival, y he tenido muchos premios; me siento muy afortunado, pero no veo que este año suponga un salto brusco”.

El realizador japonés lleva años presentando sus películas en el Festival de San Sebastián. En 1998 optó a la Concha de Oro por primera vez con su segunda película, “After Life”, y ha competido por ella en dos ocasiones más con “Hanna”, en 2006, y con “Still walking”, en 2008.

“Milagro (kiseki)” le dio su primer premio de guion en el Zinemaldia y después se ha llevado varias veces el preciado premio del público: “De tal padre, tal hijo” (2013) y “Nuestra hermana pequeña” (2015).

“Vengo a San Sebastián, me premien o no me premien, porque de verdad me siento muy a gusto aquí; creo que se debe en buena parte a las personas que hacen este festival, a la amabilidad de la gente de la ciudad, sin olvidar la gastronomía -añade con un guiño-. Creo que sigo haciendo películas para venir a San Sebastián”, ha bromeado.

En una entrevista con varios medios, entre ellos Efe, Kore-eda ha considerado que “aún le queda mucho trabajo por delante”, preguntado por el momento que le gustaría dejar para la posteridad, asunto que abordaba en “After life”, porque es “pronto”.

Por ello, el Donostia le hace sentir “mayor” de los 56 años que tiene. “Mi carrera no ha sido todavía tan larga como para recibirlo”, ha dicho el director, sonriente.

Kore-eda recibirá esta noche el máximo galardón del Zinemaldia: el Premio Donostia, que precederá a la proyección de su última película, “Un asunto de familia”, donde se recoge prácticamente todo el universo cinematográfico del nipón.

Un homenaje, además, a la recientemente fallecida Kirin Kiki, su actriz fetiche, que deja en la cinta un legado de amor y agradecimiento al director, que se ha emocionado al recordarla.

“Era para mi como una segunda madre, a lo largo de todos estos años me ha ayudado. Ella sabía que le quedaba poco de vida y antes de morir ordenó su vida de manera que quedase todo atado. Para ser sincero, me pregunto cómo voy a poder hacer películas ahora que no está ella, pero me quedo con el mensaje positivo que nos deja”.

Kore-eda ha sacado su móvil para enseñar una foto en la que recorre la alfombra roja de San Sebastián del brazo de la octogenaria actriz, impecablemente vestida con un kimono de seda negra.

Una imagen imposible de ligar a la empobrecida abuela de la familia disfuncional de “Un asunto de familia”, donde aparece con el pelo sin cortar y sin dentadura, por decisión propia, en un alarde de generosidad con el director que él sabe que pocas actrices de su categoría hubieran aceptado hacer.

En la entrevista, el oriental se toma su tiempo para responder; cierra los ojos, o mira al infinito, y cuando tiene la respuesta habla despacio en japonés y acompañando cada expresión con sus manos, pendiente del traductor del Festival, Daniel Aguilar.

Desde hace veinte años, el director ha diseccionado los mundos cotidianos de su país, a cuyos gobiernos -“no me ha gustado ninguno, pero este, menos”, ha dicho hoy- no les pasa una: las críticas a la pobreza, la desigualdad o la educación de los niños, en la que Japón invierte “menos de lo que debiera”, han quedado sutilmente hilvanados por las vidas pequeñas de las familias japonesas.

El cine de Kore-eda habla de familia y de infancia; de la pérdida, de vivir, simplemente, o de comer. De las espectativas frustradas y de habitar unos junto a otros. Y de la muerte, pero todo ello siempre con humor y dando su tiempo a los diálogos y a las emociones contenidas.

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