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Un Lacoste de Grand Slam desfila en Nueva York

Un Lacoste de Grand Slam desfila en Nueva York

EFE

Nueva York —

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La apuesta siempre deportiva de la marca del cocodrilo volvió a los orígenes de su fundador, el tenista René Lacoste, y ofreció su mejor juego devolviendo a la cancha, en un firme revés de sofisticación, el polo, el chándal, las cintas en la cabeza o la falda plisada.

“René did it first” (René lo hizo antes) es el emblema de esta colección otoño/invierno 2015-2016 en la que el portugués Felipe Oliveira Baptista tira de archivo y homenajea al creador de la firma.

No en vano apodado como “el cocodrilo” por los amantes del tenis en los años veinte, por su resistencia sobre la pista, en 1933 Lacoste, con siete títulos de Grand Slam en sus vitrinas, decidió perpetuar su característico estilo en un exitosísimo proyecto textil que superó su fama como deportista.

Esta nueva colección reivindica la calidad de la firma como pionera en el estilo “sport chic” y, a su vez, la de faro para seguir las tendencias en su género.

El eje temporal se rompe y las referencias de la época primigenia de Lacoste se mezclan con otros iconos de los ochenta como John McEnroe a veces sobre la pista, con su polo y su cinta para frenar el sudor, a veces ya más abrigado para recoger la ensaladera de Wimbledon.

Las líneas geométricas de la cancha se convierten en bolsillos o en estampados sobre una gabardina. El diseñador portugués sigue evitando la curva y se consagra a la raya, sobre todo la vertical, rescatándola para el chándal y el traje de chaqueta, coqueteando con la idea de un “look” pijama con clase.

La deportividad de Lacoste, de cara el invierno, no se acompleja al plisar sus faldas en tejido chándal, a la hora de abrigar en largo la ropa puramente deportiva o incluso al apostar por voluminosas lanas de color tabaco, de igual manera que reivindica el glamur de los tejidos impermeables.

Sin embargo, donde Felipe Oliveira Baptista rompe con el homenaje retro es en uno de los hilos conductores de su propuesta: la manga en trampantojo en chaquetas, blasieres y abrigos, en la que se rompe la competitiva aerodinámica del tenis para dar paso a la retórica del estilo. Al continente sin contenido de una manga sin brazo.

A esta ilusión óptica se suman juegos volumétricos que desmontan el diseño o conceptos que se fusionan, como un jersey que crea una cola de frac en lana o un mono que parece llevar una chaqueta anudada en la espalda.

Son esos pequeños brillos de futuro que dan el toque visionario a ese clasicismo de Lacoste que le hace reafirmarse en su tejido básico, el algodón, en sus colores vivos y, en general, en lo que le hizo grande con la sencilla apuesta del polo liso con un simple cocodrilo bordado a la altura del pecho.

Mateo Sancho Cardiel

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