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Leyendas urbanas del rock que no sabes cómo acaban

Jimi Hendrix

Octavio Vellón

Qué sería de la especie humana si no existiese ese concepto esencial llamado rumor. El cuchicheo, runrún, bisbiseo, chisme, hablilla, bulo, patraña. Ese matiz que transforma una conversación feligresa e inocente en la endiablada especulación sobre la querida del vecino.

No siempre –casi nunca– lo que se cuenta es verdad. Pero la importancia de este concepto no deriva de la realidad. Nada más lejos de esta, lo que de verdad provoca el idilio de la gente con las habladurías es hacer creíble algo posible pero poco probable, impensable o fantástico.

En ese sentido, se puede intuir que pocos campos temáticos se escapan al perverso soniquete. La música, y concretamente el rock, no es una excepción. De esos polvos surgen los lodos de Paul está muerto y otras leyendas urbanas del rock, un libro que recoge 33 historias sobre los grandes mitos de la música.

Algunas de estas crónicas están en el imaginario de la gente, como el suicidio del exlíder de Nirvana Kurt Cobain y la consiguiente especulación que dejaba entrever que en realidad había sido un asesinato perpetrado por su mujer, Courtney Love. También se puede encontrar la anécdota en la que Keith Richards, de los Rolling Stones, dijo que lo más raro que se había “esnifado eran las cenizas de su padre”.

Está aquella de la muerte de Paul McCartney, que habría sido sustituido por alguien que se le parecía, y las señales que el resto de la banda habría puesto en las portadas de sus discos y sus videoclips para corroborar su defunción. Buceando entre las páginas se puede encontrar algunas historias similares pero que probablemente poca gente conozca.

En el reino de Oz se baila a ritmo de Pink Floyd

¿Qué pasaría si se pone a sonar el disco The Dark Side of the Moon y al mismo tiempo se reproduce la película El Mago de Oz? El resultado es una espectacular coincidencia entre las transiciones musicales y las escenas más representativas. Por ejemplo, una de las partes más sorprendentes es la escena en la que la casa de Dorothy sale por los aires arrastrada por un tornado. En esa parte está sonando The Great Gig in the Sky, que vendría a significar el gran concierto en el cielo. El cambio de escena se produce justo cuando acaba.

Otro de esos momentos del imaginario popular se produce cuando suena Brain Damage (daño cerebral) mientras el espantapájaros baila como un loco deseando tener un cerebro. Al final del disco, con el tema Eclipse, se escuchan unos latidos finales. Cuando esto ocurre, Dorothy acerca su cabeza al pecho del hombre de hojalata dando la sensación de que los latidos vienen de su interior.

Un truco: lo único que hay que hacer es poner la música al tercer rugido del león de la Metro Goldwyn Mayer.

La mirada extraterrestre de David Bowie

¿Quién no se ha fijado alguna vez en los ojos del genio del glam rock? Pero a ciencia cierta, no mucha gente sabe lo que le pasa. Hay quien dice que es heterocromía, un ojo de cada color, otros aseguran que lleva lentillas. Pues ni los unos ni los otros aciertan. Bowie, sobre todo en su faceta polvo de estrellas, deja ver que tiene una pupila mucho más grande que la otra, un fenómeno llamado anisocoria.

Hasta ahí todo correcto. Pero ojo –con perdón– que no se trata de una característica de nacimiento. Fue su amigo en la escuela George Underwood quien le propinó un buen número de puñetazos que hicieron que el entonces llamado David Jones se pasase unos cuantos meses en el hospital a punto de perder su ojo. La trifulca fue, como tantas otras, por las atenciones de una chica.

Cuando Charles Manson quiso entrar en los Monkees

Los Beatles pegaban fuerte y la industria norteamericana veía casi como una ofensa que el cuarteto de Liverpool desembarcase como un huracán en EEUU. Se puso en marcha el proyecto para formar un grupo de forma artificiosa que pudiese plantarles cara: The Monkees.

Este grupo prefabricado gozó de cierta notoriedad en el panorama musical con temas como I’m a believer. Menos conocido en ese momento era Charles Manson, un joven músico de medio pelo que trataba de abrirse paso en la industria de Los Angeles. En realidad nunca se presentó, porque en ese momento se encontraba en la cárcel por diversos robos e intentos de violación. Pero más tarde se acercó a los Beach Boys, concretamente a Dennis Wilson, con quien se reunía para tomar LSD y otras drogas. La relación con el grupo surfero llegó a tal punto que estos interpretaron una canción compuesta por Manson, Never Learn Not to Love.

También se hizo amigo de Neil Young y consiguió moverse en esos círculos de artistas. De hecho, se obsesionó tanto con el Álbum Blanco de los Beatles que descifró un supuesto mensaje oculto que más tarde le llevaría a planear todos los asesinatos que llevó a cabo La Familia, incluido el asesinato de la mujer de Roman Polanski, Sharon Tate, que estaba embarazada.

Jimi Hendrix, demasiado sexy

Una historia también desconocida, al hilo de la anterior, es la de que Jimi Hendrix fue telonero de The Monkees. Esto supuso una brutal deshonra al ego del guitarrista que consideraba que un puñado de adolescente no sabría valorar lo que hacía.

Así fue, las jóvenes seguidoras del joven grupo californiano abucheaban a Jimi y pedían que saliesen los protagonistas de una vez. A esto el defenestrado músico respondió mostrando su dedo corazón, además de todos los gestos obscenos que ya hacía de por sí en el escenario.

Punto y final. La Asociación de las Hijas de la Revolución americana lo acusó de hacer performances lascivas, “demasiado eróticas, que corrompían la moral de la juventud americana”. Pero lo cierto es que fue el productor de la gira, en vista de la relación que existía entre ambas bandas quien decidió inventarse la carta para deshacerse de la Hendrix Experience y seguir dándole bola a los Monkees.

Gloomy Sunday

La última de estas historias tiene que ver con una canción originalmente llamada Szomorú vasárnap. Se trata de un tema compuesto en Hungría en 1936. Rezso Seress la compuso y László Jávor le dio letra. La relevancia de este acontecimiento se acentúa con el paso del tiempo. Una ola de suicidios arreciaba el país. Pero no quedaba ahí, la gente moría con los versos de la canción en la mano. Con las partituras se encontró también a algunos cadáveres.

Tiempo después se hizo una de las versiones más famosas de esta canción, Gloomy Sunday (domingo triste), a manos de Billie Holiday. Cuentan que la artista disfrutaba interpretándola hasta que poco a poco fue dejando de mostrarla en sus actuaciones, dicen, porque empezó a sentir cómo una depresión le invadía. De hecho en 1968, el propio compositor Seress, decidió emprender el mismo camino que algunos de los que murieron con su canción: se tiró por el balcón de su apartamento de Budapest.

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