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Llop viaja al reino glorioso y efímero de la juventud en su nueva novela

Llop viaja al reino glorioso y efímero de la juventud en su nueva novela

EFE

Madrid —

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Fueron “salvajes”, y muchos pagaron por ello, pero también “inocentes”, reconoce José Carlos Llop al hablar de los jóvenes que, como él, vivieron al límite los años 70 del siglo pasado, una generación que roza hoy los sesenta años de edad y que buscó la felicidad “en la novela de la vida”.

Hombres y mujeres que vivieron aquel tiempo de cambio y juventud “en las calles y en los bares”, y que como Llop, poeta y escritor, pueden sentirse “herederos de un reino tan glorioso como efímero”.

José Carlos Llop (Palma de Mallorca, 1956) viaja en el tiempo a aquellos años en su nueva novela, “Reyes de Alejandría” (Alfaguara), que no es, ni mucho menos, un viaje nostálgico; “en ningún caso”, quiere dejar bien claro.

“Nos movíamos -dice en una conversación con Efe- entre el entusiasmo y las emociones, entre el entusiasmo y la melancolía, pero no en la nostalgia”, que “nunca”, insiste, “es creativa”.

Tampoco, continúa, es un viaje terapéutico. “Memorialista, sí. Con voluntad de dejar razón de lo que fue aquello, también. Porque los 70 -destaca- se desvanecieron muy rápidamente en las modas y el frenesí de los 80-90”.

Llop habla de “Reyes de Alejandría” como de un “fragmento de vida que se ampara bajo la máscara de una novela”, a caballo entre la realidad y la ficción, desde el convencimiento de que la literatura “siempre tiene rasgos autobiográficos”.

En ese momento cita al politólogo e historiador de las ideas Isaiah Berlin, que distinguía entre escritores zorro y escritores erizo. “Los primeros serían aquellos que van de caza a distintos parajes y paisajes buscando cosas nuevas, siempre. Los segundos se moverían alrededor de su madriguera, y con los materiales que guardan en ella o encuentran en un radio de acción no excesivamente grande, construyen un mundo propio”.

“Yo pertenezco más a la raza de los erizos”, reconoce Llop, que “nunca” ha entendido la poesía como algo alejado de su propia vida. Algo parecido le ocurre también cuando escribe novelas. “Sigo intentando vivir lo importante de mi vida como si fuera un poema. Y sigo viendo la vida como un vasto ciclo de novelas”, dice.

Para Llop, escribir este libro cuando está a punto de entrar en una nueva década vital, la de los 60, “a las puertas, en la antesala final” de la existencia, ha sido “muy emocionante”. “Esencialmente -insiste- fue un viaje muy emocionante, doloroso en algún momento” y, desde luego, “cargado de música”.

Y es que la música, la banda sonora de aquellos años, la de él y la de muchos como él, campa a sus anchas en las páginas de esta novela, en cuya portada una fotografía en blanco y negro de un joven Bob Dylan, el de “Blonde on Blonde”, es toda una declaración de intenciones.

Junto a Dylan, están Bowie, Lou Reed, los Stones, Neil Young, Leonard Cohen, la Velvet, John Mayal, Johny Cash, James Taylor, Van Morrison, los Creedence Clearwater Revival...., además de Lole y Manuel, Pau Riba o Jaume Sisa, entre los locales. “La música era el compás de los días”, escribe Llop.

Música, mucha música, pero también poesía (Ezra Pound, Rilke, Cavafis,...), literatura (Modiano, Borges,...) y marihuana. “Eran un observatorio donde nada más se necesitaba”, sostiene Llop, consciente de pertenecer a una generación privilegiada, “por haber vivido un tiempo de cambios como nunca se producirán en este país”, España. ¡Qué mayor y mejor cambio que el paso de una dictadura a una democracia!.

Tiempos inciertos pero luminosos vividos primero en su ciudad natal, Palma, y después en una Barcelona mestiza, generosa, esplendorosa y de una efervescencia en todos los sentidos de la vida “que ni siquiera el Madrid de la Movida” tuvo. Dos escenarios, en cualquier caso, no idealizados. Una y otra ciudad desaparecieron, “ya no existen”.

Fueron años en los que “todo hervía”, en los que Llop y otros muchos jóvenes, vestidos como él con pantalones campana, pelo largo, collares de piedras de Mauritania y pulseras indias, aprendieron que “la risa es lo más subversivo, más que el sexo”.

Un tiempo en el que José Carlos Llop aprendió que un poeta es como un piel roja, que se mueve “agachado sobre el suelo, escuchando el latido de la tierra, el latido del mundo”.

Pero para quienes conocieron todo, para quienes acamparon “bajo el árbol del bien y del mal”, el tiempo caería encima “como un diluvio”. Y el desencanto se instaló entre aquellos que hasta entonces se habían sentido tan modernos como raros.

“Todo cambió. De repente -escribe Llop- el dinero fue cool, la medida de todas las cosas... El arte, una prenda de vestir, y las palabras, otra forma de mentira... Se institucionalizó el engaño y quienes hablaban de verdad lo hacían también con engaño... El poder, por pequeño que fuera, se convirtió en un imán. Y el olvido en un ansiolítico. La coherencia en un estorbo, la deslealtad, una costumbre”.

Y ello llevó al convencimiento, o a la ilusión, de que “sin pasado se vivía mejor”, y a la creencia de que “no había que mirar nunca atrás”.

Llop lo hace, volver la cabeza, en “Reyes de Alejandría”. “Si tuviera -escribe- que asociar un momento de mi vida a la felicidad, sería a esos días, semanas, meses, cuando todo era posible y nada había empezado ni se había torcido aún”.

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