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Marian Izaguirre asegura que “nunca buscas el perdón de los demás, sino el propio”

Marian Izaguirre asegura que "nunca buscas el perdón de los demás, sino el propio"

EFE

Barcelona —

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Tras “La vida cuando era nuestra”, Marian Izaguirre se adentra en su nueva novela, “Los pasos que nos separan”, en el territorio de la culpa y el perdón. “Nunca buscas el perdón de los demás, sino el propio”, ha dicho la autora en la ciudad italiana de Trieste, escenario principal del relato.

“Quería contar la historia de un conflicto de amores no reglamentados y hablar de la vida que yo conocí en los años setenta”, explica Izaguirre en una entrevista con Efe, y a partir de los personajes y de esa historia buscó un escenario que “no fuera un mero decorado, un lugar que fuera real.

Y ahí se presentó Trieste tras un viaje en el que la hoy ciudad fronteriza italiana, antiguo puerto del imperio austrohúngaro le pareció “fascinante”: “En los paseos por sus calles, esa fuente, esa cuesta o esa ventana se van definitivamente contigo”.

Como ya le sucediera en sus anteriores novelas, la escritora bilbaína, afincada en Madrid, necesita “saber cómo huele ese lugar, qué voces se oyen, cómo se comporta o a qué velocidad se mueven sus gentes” y el Trieste que se cuela en “Los pasos que nos separan” (Lumen), “no es el Trieste de James Joyce, Claudio Magris, Italo Svevo o Umberto Saba”, sino su “propia personalización”.

La novela se mueve en dos planos temporales: el Trieste de 1920, cuando después de la I Guerra Mundial la ciudad pasa a manos de Italia y empiezan a resonar los vientos del fascismo, y la Barcelona de finales de los setenta.

En el primero, Izaguirre sitúa la relación apasionada entre un aprendiz de escultor, Salvador, y una joven eslava, Edita, casada y con una niña; y en 1979 un narrador omnisciente lleva al lector al viaje que un anciano Salvador hace por Trieste, Zagreb y Liubliana, acompañado por Marina, joven indecisa que intenta buscar su destino.

Para Salvador, es un viaje de culpa y perdón, y “al final de la novela digiere toda esa culpa y busca una compensación, un premio que le haga irse de este mundo perdonándose, porque nunca buscas el perdón de los demás, siempre buscas el propio”.

Marina, reconoce la autora, tiene mucha parte de sus experiencias personales. “Representa muchas cosas de mi generación, en la que no existía ley del aborto, pero se podía abortar en Londres, y había permisividad sexual” y en ese contexto la joven se queda embarazada después de unos meses de vacaciones de alcohol, drogas y sexo en Menorca.

Entre los personajes secundarios de la historia destaca el poeta Gabriele D'Annunzio, “un megalómano, que aparece en los conflictos territoriales de Fiume (actual Rijeka), y que evoca muy bien la Italia de 1920, con sus 'squadristi fascisti' persiguiendo a los eslavos, a todo lo que no fuera italiano en una zona que había pertenecido a Austria desde el siglo XIV hasta 1918”.

La felicidad es uno de los temas que atraviesan no sólo esta novela, sino todas las anteriores de Marian Izaguirre: “La felicidad es un pacto con la vida, y esta es la novela en la que más claramente lo he dicho”.

Destaca Izaguirre “la complejidad entre bastidores” de la estructura narrativa de “Los pasos que nos separan”, con “una voz narrativa que parece una tercera persona, que habla en el pasado y luego en el presente”.

El arte es un eje fundamental en la novela y, en concreto, la “Anunciación” de Antonello da Messina, en la que, como dice Izaguirre, “aparece una virgen sin aire espiritual ni maternal”, una tabla renacentista esencial en el desarrollo de la trama que enlaza con los conflictos de los personajes femeninos y su maternidad.

Justifica Izaguirre la elección de un escultor como protagonista casi como un divertimento: “Busco aprender cosas con cada novela y por eso recurro en esta a un escultor y en otra obra anterior a unos músicos. Yo doy mucho a las novelas y a cambio pido que me devuelvan un poco también”.

Izaguirre está acostumbrada a visitar un mundo de conflictos en sus novelas: En “La vida cuando era nuestra” se entreveía la Europa de la crisis económica, de valores políticos y sociales; en “El león dormido” aparecía la España del Desastre de Annual.

“De las zonas de conflicto sacamos hilos que nos llevan a preguntas”, sentencia la escritora.

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