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Mercedes Cebrián: “La relación con nuestros móviles habla de cosas profundas”

Mercedes Cebrián: "La relación con nuestros móviles habla de cosas profundas"

EFE

Buenos Aires —

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A lo largo de su vida, la escritora Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) nunca ha podido ceñirse a un género literario, y ha protagonizado “volantazos narrativos” que la han llevado de la prosa a la poesía y a tratar temas tan diversos como la Unión Europea, la gastronomía o la afamada serie “Verano Azul”.

“Los grandes temas de la humanidad -la muerte, el olvido- me interesan, me preocupan, pero creo que a través del día a día esos temas están también”, asegura en una entrevista con Efe Cebrián, la primera española invitada a la residencia de escritores del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba).

“El día a día te da claves de cómo funcionan nuestras mentes”, por ejemplo la relación con los móviles, “un tema muy importante”, que “habla de soledad, de cosas profundas”, o las redes sociales, de “esa necesidad de gustar, de la dependencia de la aprobación”, asuntos psicológicos a los que se aproxima Cebrián desde los ángulos más cotidianos.

En la residencia donde permanece por cinco semanas, entre decadentes y románticos edificios del barrio porteño de Palermo, la también traductora reconoce que “no puede” trabajar solo un género, ya que necesita probarse a sí misma con nuevos “artefactos literarios”, como ve sus obras, que experimenten con las herramientas del lenguaje.

“Cuando empezaba como narradora de repente me fui a la poesía, que no se vende nada”, cuenta Cebrián. “Ya, pero es que yo quiero hacer poesía”, un estilo que, reivindica, debe poder tratar de todo, como el consumo -“ahora lo que más somos es consumidores, ante todo”- o el transporte.

Pero si en una distopía se viese obligada a escribir sobre algo, se quedaría con la comida, porque es un “detonante para hablar de mil cosas más”, como religión, historia, modas o clases sociales, lo que observó cuando vivía en Estados Unidos, donde “era como si cada supermercado fuese para una comunidad distinta”, con algunos en los que no había negros u otros en los que eran mayoría.

Realizar un máster en Estudios Hispánicos en la Universidad de Pennsylvania avivó su interés por uno de los temas que más le ha inspirado, su propio país, ya que le supuso un “shock” vivir en Estados Unidos, “tan idealizado por muchos”, al ver que su sector público “funciona fatal” y “te puedes morir de frío” esperando un autobús que no llega en horas.

Esa experiencia le hizo mirar “con más cariño” a España, y “no estar siempre con la queja constante, tan española”, pese a que su patriotismo está más cercano a las “tapas” que a las banderas.

Esa idea la llevó también a explorar su generación a través de un ensayo sobre la afamada serie de los 80 Verano Azul, una obra que surgió como un proyecto académico en Londres, y que luego transformó en “algo mucho más personal” después de recorrer para ello Nerja, el pueblo andaluz donde tenía lugar la historia de “Chanquete” y el grupo de jóvenes que la mantuvo hace décadas pegada a la pantalla.

Verano Azul “mostraba cómo debía ser la nueva España”, en la que el divorcio ya no estaba mal visto y los padres dialogaban con los hijos, un cambio social que se volvió a repetir con la entrada en el euro, cuando de ser “los pobretones del sur” los españoles pasaron a sentir orgullo por ser “de repente muy modernos”, y que Cebrián retrató con un poemario.

La traducción, la otra faceta a la que se ha dedicado la madrileña, le recuerda al dibujo al natural o al músico con su partitura, porque al traducir “no creas, sino interpretas”.

Profesionalmente, Cebrián trabaja con el inglés y el francés, pero también ha estudiado italiano, alemán, portugués, hebreo, yidis y japonés, aunque, cuenta entre risas, algunos de ellos se le dan mejor que otros.

La literatura le ha llevado a dar charlas a la India, donde se sorprendió con la curiosidad de quienes le preguntaban, pero tras probar la vida en varios países, el proceso de adaptación, poder leer los códigos sociales que hacen entender acentos o saber si quien va en el metro es un “pijo”, le resulta “muy cansado”.

“Yo era muy cosmopolita, pero empiezo a ver que no tanto. Al final tanto viaje para esto”, reflexiona con sorna la escritora.

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