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El Palacio de Palhavã, un siglo como joya de la diplomacia española en Lisboa

El Palacio de Palhavã, un siglo como joya de la diplomacia española en Lisboa

EFE

Lisboa —

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Cien años después de que España instalase allí su embajada en Lisboa, el Palacio de Palhavã sigue siendo la joya de la diplomacia española en Portugal y un símbolo de las buenas relaciones entre los dos países, que han contribuido a lo largo de los siglos a su riqueza arquitectónica y patrimonial.

Convertido ahora en residencia del embajador, después de que las oficinas de la Cancillería fuesen trasladadas a una zona más céntrica en 1939, el Palacio es uno de los tesoros patrimoniales de la capital, tanto por su estructura arquitectónica como por su acervo artístico.

Tapices flamencos de los siglos XVI y XVII, lámparas de cristal de Bohemia del XIX o tradicionales azulejos lusos son sólo algunas de las riquezas que esconde en su interior el Palacio, sometido a sucesivas remodelaciones desde su edificación en el siglo XVII, primero por los portugueses y después por los españoles.

“Es un tesoro compartido y construido entre Portugal y España, un gran ejemplo de cómo son las relaciones actuales entre ambos países”, explicó a Efe el director del Museo Nacional de Arte Antiguo de Lisboa, António Filipe Pimentel.

Pimentel participan hoy, entre otros, en el acto que la embajada de España ha organizado en Palhavã para conmemorar su llegada hace un siglo, en el que se repasará su riqueza y el simbolismo que guarda de cara a los lazos bilaterales.

La residencia del embajador es un ejemplo de las “relaciones cada vez más abiertas” que han ido construyendo Portugal y España, consideró Pimentel, que recuerda que está “siempre abierta a los portugueses” en recepciones de todo tipo.

“Hay una especie de complicidad histórica entre Portugal y España para hacer de esta casa un verdadero tesoro, tan estimado tanto por los españoles a quienes pertenece como por los portugueses que estuvieron en su origen”, destacó.

En esos orígenes está el segundo Conde de Sarzedas, que compró la finca en 1660 para erigir el Palacio, acabado por su hijo Rodrigo.

Fue uno de los inmuebles de mayor esplendor de Lisboa e incluso se convirtió en residencia de infantes en el siglo XVIII, cuando fue habitado por los “Meninos de Palhavã”, como se conocía a los tres hijos ilegítimos -aunque reconocidos- del rey João V.

Intacto tras el terremoto que arrasó Lisboa en 1755, cayó en decadencia con el destierro de los tres hijos del rey y no volvió a florecer hasta que lo compró el tercer Conde de Azambuja un siglo después.

La presión urbanística y la expansión de la capital lusa obligó a la expropiación de los terrenos donde se situaba el Palacio, que finalmente fue adquirido por el Estado español en 1918.

Tras la compra, se puso en marcha “un nuevo programa decorativo que tiene que ver con la representación del Estado español y de su dignidad” que lo ha convertido en “una de las residencias diplomáticas más espectaculares de Lisboa”, precisó Pimentel.

En los años treinta, Pedro Muguruza Otaño (considerado arquitecto de cabecera de Francisco Franco) proyectó una nueva remodelación que le dio la apariencia que tiene hoy.

Un cuadro de Carlos I del pintor italiano Luca Giordano o el revestimiento de azulejos del vestíbulo -de origen portugués pero colocados allí después de la llegada de los españoles- son algunas de las joyas con las que España dotó al Palacio.

Un siglo después, Palhavã aúna “la representación del Estado y una residencia confortable”, según Pimentel, que subrayó que el acervo artístico apuesta por la “dignidad” de la representación diplomática.

Su esplendor fue amenazado en 1975, cuando sufrió un asalto por unas protestas contra el régimen franquista, que vivía sus últimos meses mientras en Portugal la Revolución de los Claveles había devuelto la democracia un año antes.

Debido a la poca atención que se ha dado a este incidente, un punto negro en las relaciones hispano-lusas que “los dos países han querido olvidar”, según el director del museo, es difícil conocer los daños exactos que sufrió Palhavã, aunque la mayor parte fueron en el mobiliario interior, que llegó a incendiarse.

Pero la ayuda del Gobierno portugués permitió remodelar y redecorar todas las dependencias, a tiempo para recibir la primera visita de Estado del rey Juan Carlos y la reina Sofía en 1978, que reinauguraron el Palacio en compañía del entonces presidente luso, António Ramalho Eanes, y el primer ministro, Mário Soares.

Un siglo después de que el país vecino pusiera un pie en el palacio, Palhavã se mantiene imponente sobre la Plaza de España, que recibe su nombre precisamente por la presencia de los españoles.

Paula Fernández

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