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Paula Rego: “El miedo es una cosa permanente, que no pasa”

Paula Rego: "El miedo es una cosa permanente, que no pasa"

EFE

Cascais (Portugal) —

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A sus 81 años, Paula Rego reconoce que sigue teniendo miedo, como le ocurría en su infancia. Una sensación abstracta, en contraste con el estilo figurativo utilizado por la pintora, reconocida internacionalmente, cuya obra está marcada por el desasosiego y la inquietud que transmite.

Rego (Lisboa, 1935) habla con un susurro de voz y necesita de alguna ayuda para andar entre sus propios cuadros, expuestos estos días en el municipio luso de Cascais, donde cuenta con un museo con su nombre que reúne parte de su obra. Sin embargo, la artista portuguesa, afincada en Londres, sigue cumpliendo a diario con la rutina de acudir a su taller y ni se plantea dejar de hacerlo.

“¿Que si tengo algo pendiente por hacer como artista? Claro que lo hay, y Dios quiera que lo haya porque, si no, empiezo a morirme”, asegura con sorna en una entrevista con EFE en la que repasa su dilatada trayectoria.

Su más cercana colaboradora, Lila Nunes, revela cuál es su rutina diaria: “Voy a su casa a las diez, llamamos a un taxi y vamos al estudio. Allí tomamos un café y ponemos una ópera siempre, normalmente Verdi. Trabajamos hasta la una o así, comemos y Paula hace un descanso de media hora o una hora. Tomamos un té, continuamos trabajando y dependiendo de la hora a la que acabemos, las seis o las siete, bebemos una copa de champán”.

En su taller de Camden Town, Rego elabora obras que ya se consideran piezas clave del arte figurativo a nivel mundial. Y reflejo de ello es el precio que alcanzan en subasta, con cuadros que han superado el millón de euros.

Con el pastel y el acrílico como herramientas, la pintora -hoy ataviada con un collar del que cuelgan unos ratoncillos como de plástico- se reconoce a sí misma cuando es definida como “una contadora de fábulas” dado el perfil de sus trabajos, muchos basados en los cuentos e historietas que escuchaba cuando era niña y de marcado carácter metafórico.

Precisamente su infancia y adolescencia, que pasó en el conservador Portugal del dictador António Salazar, son fuente de inspiración para Rego, quien admite que en esos primeros años de vida es “cuando pasa todo”.

Cita como ejemplo el descubrimiento de la muerte, y por tanto el dolor de perder a alguien cercano, y recuerda episodios que se le quedaron grabados a fuego.

“Yo vi la muerte. Entró por mi cuarto, huí y me metí en la cama de mis padres. La muerte también entró (...) Ahora no la veo, gracias a Dios... aunque nunca se sabe”, afirma entre risas.

Las referencias a cuentos infantiles no impide que gran parte de su obra sea más bien perturbadora. Una de sus señas de identidad es el uso frecuente de animales que encarnan, en realidad, a personas.

“Es una forma más expresiva de representarlas. Hay un cuadro por ejemplo en el que utilizo a un conejo (en vez de a una mujer) que le dice a su padre que se ha quedado embarazada”, explica.

La escena recrea un hecho real protagonizado por ella misma, cuando le explicó a su progenitor que estaba embarazada de un hombre casado, Victor Willing, un pintor británico con el que posteriormente contrajo matrimonio.

El feminismo es otra de las constantes en su trabajo y entre sus obras más conocidas están las que simbolizan su protesta contra la ilegalización del aborto y, más recientemente, la ablación femenina.

Habla precisamente de esa defensa de los derechos de las mujeres como el que le gustaría que fuese su legado, y subraya que aún hoy en diferentes partes del globo “las mujeres sufren y son maltratadas por las costumbres del país o por los hombres”.

Defensora de que los artistas pueden transformar el mundo, insiste en que gran parte de su obra se centra en la defensa de la mujer, como la serie de cuadros con la que denunció los abortos clandestinos en Portugal y que vio la luz a finales de los noventa.

Rego también se basó en la literatura lusa, en el legendario escritor Eça de Queiroz -de ahí surgió una serie de pinturas basada en la novela “El crimen del padre Amaro”- y ahora en Hélia Correia.

Además de reflexiones críticas sobre la Iglesia católica, en su trabajo es frecuente encontrar imágenes de hombres que flirtean con niñas menores, escenas de sexo explícito o animales y demonios con órganos genitales humanos, en una prueba más de su atracción por lo grotesco y por la maldad, reconocida por la propia artista.

Características que conectan con ese “miedo” siempre presente de forma implícita en su obra y que no remite con el paso de los años.

“El miedo es una cosa permanente, que no pasa, y seguramente que todo viene de cuando era pequeña, pero continúa -razona-. No sé porqué, pero me gustaría saberlo. La falta de luz, la oscuridad...”.

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