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Pensar para poder vivir, veinticinco años de la muerte de Elías Canetti

Fotografía de archivo del Premio Nobel búlgaro, de origen sefardí, Elías Canetti.

EFE

Madrid —

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De origen judío y ganador del nobel, el polifacético escritor Elías Canetti falleció hace ahora veinticinco años después de haber explorado la narración, el ensayo, el teatro o los aforismos, “porque era de esas personas que solo viven para pensar y escribir y si no lo hace no tiene sentido vivir”.

Así lo ha explicado en una entrevista a Efe Joan Tarrida, director general de Galaxia Gutenberg, que reunió en España su obra y que ha participado hoy, junto al editor de la recopilación de Canetti, “El libro de la muerte, Ignacio Echevarría, y el escritor José Ovejero, en un acto homenaje en el Centro Sefard Israel de Madrid.

Canetti (Rutschuk, Bulgaria, 1905) era un artista riguroso que se hizo a sí mismo como escritor tras haberse formado como químico y fue esta disciplina la que le permitió publicar la obra “Auto de fe” en 1936 en Alemania.

Tras la noche de los Cristales Rotos puso rumbo a París y de ahí a Reino Unido, donde se dedicó de manera obsesiva durante más de veinte años a la gran obra de su vida, “Masa y poder ” (1938-1960) hasta que en 1981 se alzó con el Premio Nobel de Literatura.

“Es un autor que lucha siempre contra su muerte, porque después del fallecimiento de su padre cuando era un niño tenía vocación de vencerla a través de la escritura”, continúa explicando Tarrida, afirmación que confirma Echevarría porque explica que para Canetti “la aceptación de la idea de la muerte justificaba muchas actitudes negativas como los asesinatos”.

El que fue su editor en España cree que el escritor era “el último resplandor de la cultura vienesa, exponente del episodio con mayor concentración de inteligencia crítica de la historia de la humanidad” y que, pese a ser el más joven de la tradición literaria vienesa, “fue uno de sus representantes más significativos”.

También fue obsesiva su necesidad de dejar constancia de su vida a través de tres obras autobiográficas: “La lengua salvada” (1977), “La antorcha al oído” (1980) y “El juego de ojos” (1985), que se suman a los múltiples diarios que se conservan del autor en el archivo vienés y que podrán abrirse en 2024.

“No acabó nunca nada, es el prototipo del escritor que solo necesita escribir en función de sus intereses y no se preocupa por darles fin a sus obras”, continúa Echevarría, que justifica esta actitud por tratarse de un hombre “incapaz de abarcar su avidez intelectual infinita” y porque “la condición de lo no terminado es un concepto muy moderno”.

Para Ovejero, que se adentró en la obra del artista con “Auto de fe” y luego fue “incapaz” de no leer el resto de su obra por su “mirada interesante”, “era una persona con muchos proyectos de futuro, pero con capacidad de mirar al pasado” y con la consciencia de “pertenecer a un grupo de escritores muy grandes desde que era muy joven”.

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