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“Aprendí el español en la calle con unas rondas que se referían a la muerte”

El Rey reconoce el compromiso de Poniatowska al dar voz a los desfavorecidos

Mónica Zas Marcos

“Antes de Gabriel García Márquez, éramos los condenados de la Tierra”. Así ha comenzado Elena Poniatowska su discurso del Premio Cervantes, con un homenaje al tan recordado escritor colombiano. “García Márquez, con Cien años de soledad, le dio alas a América Latina, y es ese gran vuelo es el que hoy nos envuelve, nos levanta y hace que nos crezcan flores en la cabeza”, prosiguió la mexicana desde el atril de la Universidad de Alcalá de Henares.

Ha sido una ponencia con un marcado cariz feminista y, sobre todo, latino. La princesa roja no ha olvidado que ella es la última en incorporarse al exiguo cuarteto de mujeres Cervantes, formado además por “las tres Marías” -Ana María Matute, María Zambrano y Dulce María Loynaz-. También ha sido la primera en leer su plática desde el púlpito, ataviada con un traje rojo y amarillo con el que ha obsequiado sin palabras a las mujeres de Juchitán.

La española María Zambrano fue la primera en recibirlo y es muy querida en México porque vivió allí tras la Guerra Civil española. El exilio fue para ella “una herida sin cura, pero ella fue una exiliada de todo menos de su escritura”. Al hablar de la cubana Dulce María Loynaz recordó “cuando le sugirieron que abandonara la Cuba revolucionaria respondió que cómo iba a marcharse si Cuba era invención de su familia”. Por último, Poniatowska se sintió admirada por la “obsesión por la infancia y su imaginario riquísimo y feroz” de Ana María Matute.

Estas escritoras “zarandeadas por sus circunstancias, no tuvieron santo a quien encomendarse y, sin embargo, hoy por hoy, son las mujeres de Cervantes, al igual que Dulcinea del Toboso, Luscinda, Zoraida y Constanza. A diferencia de ellas, muchos dioses me han protegido, porque en México hay un dios bajo cada piedra, un dios para la lluvia, otro para la fertilidad, otro para la muerte”.

Una princesa de calle

La octogenaria, nacida en París, forma parte de un linaje que entremezcla tres nacionalidades (francesa, polaca y mexicana) y huellas de sangre azul. Desde su juventud luchó para que el título de princesa no fuese una rémora en su buen hacer literario, por lo que se involucró y defendió con fervor sus ideales de izquierdas. “Aprendí el español en la calle, con los gritos de los pregoneros y con unas rondas que siempre se referían a la muerte”, reclamaba Poniatowska.

Y así se refería también a la estremecedora realidad de las mujeres en Ciudad Juárez. “Lo de la mujer en México es aterrador”, siempre ha dicho la escritora. No, sin embargo, su idioma, que la conquistó con el primer 'gracias' que escuchó y que le sonó mas profundo que el 'merci' francés. De repente, toda América Latina se le antojó como un paraíso temible y secreto. “Se extendía moreno y descalzo frente a mi hermana y a mí y nos desafiaba: Descúbranme”.

Y así encontró en el español la llave para conocer México y convertirse en una de las cronistas fundamentales de su historia contemporánea. “Me pregunté si los conquistadores se habían dado cuenta de quiénes eran sus conquistados”, así se refería a ese pueblo luchador que originó estandartes literarios como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol y José Emilio Pacheco. Este quinteto de compatriotas mexicanos fue el pionero en llevar al otro lado del Atlántico la realidad indígena.

La 'Homérica' Latina

“Marta Traba publicó en Colombia una ”Homérica Latina“ en la que los personajes son los perdedores de nuestro continente, los de a pie” y esos personajes son los que le dieron a Poniatowska su inspiración periodística. El cartero, el afilador de cuchillos o el vendedor de camotes que confiaron en su pluma para retratar sus vidas. Los que aún confían en esa “cronista impulsiva que retiene lo que le cuentan”.

“He aquí a nuestros personajes, los que llevan a sus niños a fotografiar ya muertos para convertirlos en ”angelitos santos“, la multitud que rompe las vallas y desploma los templetes en los desfile”s militares, la que de pronto y sin esfuerzo hace fracasar todas las mal intencionadas políticas de buena vecindad“.

Ha destacado su labor de reportera, donde gracias a Todo México charlamos con el poeta Octavio Paz, el fotógrafo Gabriel Figueroa o el escritor Juan Rulfo. Aunque la obra más prestigiosa de esta dama aristócrata es La noche en Tlatelolco, el testimonio de uno de los episodios más conmovedores y sangrientos de la historia del país latino: la matanza de estudiantes en 1968 en la Plaza de las Tres Culturas.

“No hay ningún acontecimiento más importante en mi vida profesional que este premio que el jurado del Cervantes otorga a una Sancho Panza femenina”, terminaba Poniatowska. Y concluía uniendo su destino al de Cervantes, no escribiendo de molinos pero sí de los andariegos comunes de su gente.

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