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Ramón Lobo: Los corresponsales de guerra buscamos que nos quieran como merecemos

Ramón Lobo: Los corresponsales de guerra buscamos que nos quieran como merecemos

EFE

Madrid —

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Curtido en decenas de guerras, Ramón Lobo considera una tragedia para los civiles de las zonas de conflicto que los corresponsales sean vistos ahora como “espías” y sostiene que los periodistas, además de para informar, van a ellas buscando el reconocimiento y que se les quiera como merecen.

Lobo (Lagunillas, Venezuela, 1955) cree que en periodismo se ha perdido algo fundamental como es cuestionar el poder y se hace una información muy declarativa, cuando aquél “siempre te intenta meter un gol y el periodista debe evitarlo”.

Hace estas reflexiones en una entrevista con EFE después de “desnudarse” en el libro “Todos náufragos” (Ediciones B), en el que cuenta la complicada infancia que tuvo a causa de un padre muy autoritario.

Lobo se considera, al igual que España, “víctima de una transición mal resuelta”, pero encontró en el periodismo su “salvación” y el reconocimiento que no tuvo en su niñez.

PREGUNTA: ¿Por qué ser corresponsal de guerra?

RESPUESTA: Es una forma de buscar el reconocimiento y de que te quieran como te mereces. Al final, como decía Enrique Meneses, vamos a la guerra para que nos quieran, es un poco eso.

He descubierto que muchos corresponsales de guerra les pasa exactamente lo mismo que a mí; es decir, casi todos tienen problemas con la figura paterna.

P: ¿Qué le parece que los medios apenas envíen corresponsales por los peligros que se corren?

R: Es una tragedia para los civiles, pero desde 2003 han cambiado las coberturas. Antes estaba claro que la parte débil aceptaba a los periodistas extranjeros por ser su mejor instrumento para colocar su historia. Desde Irak y la profusión de páginas web islamistas y canales de televisión en árabe, ellos mismos se graban todo.

Los corresponsales occidentales hemos pasado a ser espías. El Estado Islámico se hace todo y lo hace con mucho talento, manejan muy bien las redes sociales.

En las primaveras árabes tuvimos la ilusión de que volvíamos a los viejos tiempos y éramos bien recibidos, pero han acabado en invierno.

P: ¿Estudió periodismo teniendo ya en sus miras la información internacional?

R: Madre inglesa, abuelos de Luxemburgo y Francia, siempre me gustó la información de fuera y me he educado en ese ambiente. Cuando dije que iba a estudiar periodismo, mi padre se quedó desconcertado, porque él quería que yo fuera militar, pero tengo claro que el periodismo me ha salvado, me ha dado un sentido. Tuve una educación militarizada y me rebelé contra mi padre y su ideología (era falangista), aunque eso me ha fortalecido.

P: ¿Cómo se debe preparar un periodista de información internacional?

R: Saber historia o tener claro dónde está el aeropuerto de Barajas son comentarios de otros compañeros que me gustan mucho.

También creo que hay que tener suerte, porque, como decía Manu Leguineche, los periodistas somos capaces de escribir dos folios de cualquier cosa y en muy poco tiempo: nuestro trabajo es preguntar a la gente que sabe.

Y si tu sabes hacer ese trabajo en Madrid, puedes hacerlo en una guerra: solo cambia que hay un poco más de peligro.

P: ¿Cuáles son los principales cambios que han traído las redes sociales al periodismo?

R: Las nuevas tecnologías permiten colocar la información de distintas maneras. Me gusta Twitter, lo sigo para poder leer titulares, pero ahí no acaba todo, tienes que hacer algo más profundo para las web y los periódicos.

Hacemos mal, a diferencia de The Guardian o The New York Times, en publicar en prensa lo que el día antes se ha dado gratis en las web. Así es imposible que se compren periódicos.

Internet te ofrece la posibilidad de contar las cosas de otra forma, utilizando gráficos, vídeos, aunque al final se necesitan medios. En The New York Times tienen 33 personas en Infografía, es un trabajo de mucha gente y varios días y los periódicos españoles tienen en ese departamento, por ejemplo, solo a cinco personas.

P: ¿Qué opina del periodismo sensacionalista?

R: Es fundamental evitarlo para protegerte de las propagandas y sensaciones extremas. No trabajas con sensaciones sino con personas.

En una guerra siempre hay dos bandos evidentes pero también otros dos bandos más claros, las víctimas y los verdugos; hay de los dos en los dos bandos y hay que trabajar con ellos.

P: ¿La libertad de expresión está por encima de todo?

R: Está por encima de todo como principio pero hay que tener inteligencia. No veo por qué ofender a una religión o a quien sea o por qué hacer un chiste sobre Mahoma, aunque, si tengo un buen chiste sobre Mahoma, por qué me lo voy a callar. No creo en la provocación por la provocación.

En Charlie Hebdo ha quedado claro que los principios han costado doce muertos y, si ellos tuvieran la posibilidad de vivir, no sé si volverían a actuar igual.

P: En su libro compara su trayectoria vital con la de España.

R: Hace años que planeaba como una venganza contra mi padre jugando con la idea de Kafka y su “Carta al padre”. Según me iba acercando al momento, quería más ponerme en sus zapatos y tratar de entender la vida que llevó.

No me independicé hasta los 28 años, porque pensé que, si había pasado lo peor, no me iba a ir cuando mi prioridad era acabar periodismo. La Transición la vivo en guerra absoluta con mi padre y, cuando él muere en el 83, sigo en guerra contra él.

Este libro es una segunda transición en la que he tratado de ser mucho más generoso y menos dogmativo y creo que me ha funcionado. Gente que había colocado en un altar por el hecho de ser republicana no lo merecían y algún falangista que había condenado por serlo no lo merece, todo es mucho más relativo.

Es un poco lo que nos falta en este país, una revisión más generosa de nuestra memoria histórica, reconocer que todos somos contaminados y contaminadores. Necesitamos gente que sepa mirar con una mente más abierta. La realidad no se puede interpretar desde una ideología, todo es mucho más complejo.

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