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Memorias de Tánger

Arte de IFRACH & Laïla HIDA en el Palais Akaaboune

elDiarioes Cultura

Tánger (Marruecos) —

Fue Gertrude Stein la que le recomendó a Paul Bowles que probara Tanger, entonces la Zona Internacional de Tánger bajo la jurisdicción compartida de Francia, España e Inglaterra (y más adelante Portugal, Italia, Bélgica, Holanda, Suecia y EEUU). Un instinto a la altura de su leyenda; Bowles se quedó 52 años, ya no quiso ni supo vivir en ningún otro lugar. En ese momento, Tánger sufría la clase de explosión que disfruta ahora Berlín.

“A lo largo de estos años me he encontrado con la gente más insospechada sentada entre los djellabas y fezzes del Café Central -contaba Bowles en uno de sus ensayos sobre la ciudad- desde Barbara Hutton a Somerset Maugham pasando por Truman Capote y Cecil Beaton. El otro día cuando paseaba vi a Erroll Flynn tratando de esconder su cara detrás de las páginas de un periódico mientras un grupo de muchachas españolas le miraban desde una respetuosa distancia de tres pasos”.

No hace falta decirlo, Tánger ya no es lo que era. Por eso cinco inquietos tangerinos de varios horizontes y amantes del arte y el patrimonio han creado una asociación llamada Etre ici (Estar aquí). Su intención es quitar las muchas capas de mugre y olvido que envuelven esta ciudad y para eso han elegido seis edificios que consideran emblemáticos: las mazmorras del Palacio Real, el Consulado de Francia, una sinagoga y tres mansiones privadas donde treinta pintores, escultores, músicos, poetas y videoartistas dejaron ver la vitalidad de la ciudad del Estrecho.

Una sinagoga sin fieles y una prisión sin reos

No fue fácil. Hubo que convencer a la comunidad judía tangerina para que abriesen una sinagoga que llevaba décadas desacralizada; al Consulado de Francia para que diera paso al gran público, o al ministerio de Cultura para que permitiese transformar una lóbrega prisión en un improvisado espacio de arte.

Una sinagoga sin fieles y una prisión sin reos, ¿por qué no transformarlos en espacios culturales y recreativos, con las puertas siempre abiertas? Sería un excelente ejemplo que podrían seguir otros edificios y que serían así restituidos al público, reflexiona Nacheda Jilali, una de las responsables de la iniciativa.

En la sinagoga, dos actores leyeron textos contra el racismo, y más concretamente el racismo en Tánger, mientras que en la prisión, sus muros se convirtieron en pantallas donde se proyectaban vídeos y fotografías. En cuanto al Consulado francés, prestó sus lujosos pasillos y jardines para desperdigar esculturas modeladas a partir de puertas desechadas de automóviles de una conocida planta de montaje local.

Lo más significativo es que estos tres lugares cuentan a su modo distintas historias de un Tánger que brilló en la primera mitad del siglo XX, donde se ofrecían suntuosas recepciones diplomáticas y la comunidad judía era una de las más florecientes del Mediterráneo, donde los presos purgaban penas a pocos metros de los dominios del sultán.

Pero al “recorrido artístico” también se han sumado tres edificios privados, propiedad de personas que han querido abrir sus viviendas para dar a conocer al visitante lo que Tánger guarda tras los muros de la calle y animar así a que el rico patrimonio de la ciudad no desaparezca, como sucede con demasiada frecuencia.

Aquí grabaron los Rolling Stones

Los franceses Frederic Soulié y Sophie Ray, por ejemplo, compraron hace dos años la villa Mimi Calpé, edificada en 1860 en “estilo Napoleón III”, y se instalaron con sus cuatro hijos en la parte baja de la medina, cerca del puerto, para ir restaurando pacientemente este lugar en el que en sus buenos tiempos se codeaban nobles y artistas de varias naciones. El empeño de los Soulié no ha impedido que la villa situada justo debajo de ella y construida en la misma época haya sido pasto de las excavadoras para levantar en su lugar un anodino edificio.

“No tenemos reglamentos ni sanciones que protejan nuestro patrimonio”, se lamenta la arquitecta Itaf Benjelloun, también impulsora de la iniciativa, que aspira a lanzar la voz de alarma sobre todos los edificios en peligro de desaparecer por la voracidad urbanística. Distinta es la intención de Tarek Akerboun, heredero de un inquieto mecenas y depositario de un palacio venido a menos en la Alcazaba, que recibió al pintor Francis Bacon y al músico Randy Weston, y donde incluso en 1989 los Rolling Stones -jura Tarek- grabaron un tema de su disco Steel Wheels.

Mientras Tarek habla, un músico toca el laúd para los presentes en esta jornada abierta a todos, y un pintor permite que los niños se acerquen y jueguen con los colores. Tarek quisiera que el palacio figurase de nuevo en “el circuito” de artistas, de músicos y pintores, y lo ha logrado por un día, pero la continuidad del proyecto depende de muchas cosas, también de cómo Tánger atraiga a los artistas de todo el mundo como una vez lo hizo.

De momento, la ciudad parece concentrada, casi obsesionada en sus planes de crecimiento, su tren de alta velocidad, sus carreteras de circunvalación, su megapuerto comercial y otras obras faraónicas. El empeño de recuperar edificios antiguos, ¿a quién más le puede interesar?

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