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'The Wolfpack', más extraño que la ficción

The Wolfpack (2015)

Marc Muñoz

Como la mayoría de cuentos que acontecen en Nueva York, The Wolfpack se originó de la manera más imprevisible. En una tarde primaveral de 2010, la por entonces estudiante de cine Crystal Moselle se cruza con un grupo de seis hermanos que llaman la atención por sus largas cabelleras morenas, la similitud de sus rasgos y unas vestimentas inspiradas en Reservoir Dogs.

El olfato de documentalista en ciernes envía una señal al cerebro y se pone de inmediato tras sus pasos. Tras interesarse por ellos, uno le responde que “se supone que no debemos hablar con extraños”. Ya no existe lugar para la duda, acaba de recibir el signo inequívoco de que se encuentra en el lugar adecuado en el momento oportuno.

El que le abriría las puertas a la historia más increíble y fascinante del año: la de seis hermanos -siete si contamos la hermana menor aquejada del síndrome de Turner- encerrados durante catorce años en un apartamento del Lower East Side de Manhattan por orden de Oscar Angulo, un padre de origen peruano casado con una norteamericana y autoerigido como guardián absoluto de la llave de una cerradura que separa a los chicos del bullicio y el ruido de la ciudad del Hudson, pero también de cualquier contacto humano y socialización posible. Catorce temporadas privados de una libertad que quedó reducida a salidas puntuales, en una horquilla que podía ir de nueve a una sola por año.

Pero aún hay varios elementos que despejan el camino para que The Wolfpack permanezca una larga temporada instalado en el vox populi. A saber: un padre adorador del Hare Krishna, atrapado en Nueva York en su camino a Escandinavia -el destino final de la pareja antes de quedarse sin blanca- que pretende crear su propio culto con su familia. Una madre que se perfila como otra víctima de la mente enfermiza del patriarca y que se convierte en la balanza cuerda y bondadosa en el ambiente hogareño. Unos hijos volcados en devorar películas como única válvula de escape a su encierro y como puerta de aprendizaje a un mundo cuya puerta está tapiada. Unos asesinatos en el portal de los pisos de protección oficial donde viven que desencadenan esa situación tan bizarra. La llegada de los SWATS y los servicios sociales sin que cambie ni un ápice el statu quo imperante o la escapada del hogar de uno de los chicos, que para evitar ser reconocido por su padre opta por ponerse una máscara de Michael Myers de Halloween; una acción que terminaría llevándole al hospital mental y de nuevo de vuelta a la reclusión en su propio hogar.

Sin embargo, esa fuga marcaría un punto de inflexión importante en la familia Angulo. El golpe de estado pacífico a la larga dictadura impuesta por el padre había empezado. La primera consecuencia directa fue esa primera salida conjunta de los seis hermanos sin el control de los padres de la que Moselle fue testigo de excepción en la 1ª Avenida. Luego llegaría la incursión de ésta con su cámara en este peculiar e insólito microuniverso en el centro de la gran manzana en el que se empezaban a abrir ciertas ventanas al exterior, el cual no cesaría en reportarle cuantiosas satisfacciones para su trabajo.

Especialmente cuando Moselle descubre la pasión de los seis jóvenes por recrear con toda clase de detalle sus películas favoritas, las que les sirvieron de respiradero durante todos esos años de claustrofóbico y calamitoso encierro diseñado por un padre, al que la cineasta desatiende de forma incomprensible en su privilegiada exploración por la casa. Las secuencias más emblemáticas de Reservoir Dogs, Pulp Fiction, El caballero oscuro: la leyenda renace desfilan por la lente de la directora como una invitación perfecta para adentrarse en este escenario de apariencia aturdidora, pero que en el fondo no lo resulta tanto.

La primera obra documental de esta directora de 34 años pasa a formar parte de esa índole de reportajes que por lo insólito que recogen se cuestiona la propia veracidad de lo expuesto, llevando incluso al espectador a un callejón sembrado de dudas, las que incita a saber si el relato se encaja realmente en la realidad, o por el contrario en la ficción, y por ende, adoptando la forma de falso documental. Entrarían en esa categoría de duda recurrente: Grizzly Man, Man on Wire, Capturing the Friedmans, El impostor, Marwencol o Grey Gardens.

Sin embargo, el esfuerzo de Moselle, a diferencia de Exit Through the Gift Shop (falso documental sobre los artistas Banksy y Mr. Brainwash) o El impostor (historia real sobre el suplantador de identidades Frédéric Bourdin pero expuesta a través de un dispositivo que generaba deliberadamente constantes choques entre realidad vs. ficción), presenta un discurso transparente, donde la historia de la familia Angulo, permanece en todo instante en el plano de la realidad, por irreal e increíble que parezca. Y en ese sentido, Moselle no se encarga de sembrar dudas con un planteamiento formal o narrativo ambiguo.

Ello no implica que las referencias más próximas terminen por asomar desde el campo de la ficción. La marca de Canino, la afilada sátira que el griego Giorgios Lanthimos dirigió en 2009 alrededor de una familia de clase media-alta que mantenía a sus hijos aislados del mundo exterior, creando incluso una realidad paralela con una paleta de significados distinta a la existente al otro lado de los muros de su chalet, sobrevuela la mente durante el visionado de The Wolfpack.

Ambas comparten esa idea de un sobreproteccionismo familiar enfermizo, mediante el cual se crea un universo más alienante y espeluznante que el que supuestamente genera temor fuera del hogar. Si en The Wolfpack éste tiene una raíz religiosa/sectaria (la imprenta Hare Krishna en el padre y su actitud mitómana, taciturna y proteccionista), en la película del cineasta griego se lleva el Mito de la caverna de Platón hasta las consecuencias más extremas con tal de evitar el contacto imprevisible con las tentaciones del exterior.

Aunque también resuenan entre las paredes de este piso jaula del Lower East Side ecos de Les Enfants Terribles de Jean Cocteau, novela adaptada al cine posteriormente por Jean-Pierre Melville atraído por la bizarra relación de estos dos hermanos desatendidos del abrigo progenitor que diseñan un mundo propio en la habitación de su casa, aislándose del mundo exterior, visto éste, una vez más, como una amenaza desestabilizadora.

Caminos paralelos, aunque la faceta siniestra nunca termina de ser explotada en el trabajo de Moselle -lo logra casi con las cintas caseras- a los de El castillo de la pureza, el drama que Arturo Ripstein dirigió en 1972 sobre un padre, que convencido de que el mundo exterior es perjudicial para su familia, decide encerrar a su esposa e hijos durante 18 años, provocando un tormento de maltrato, malnutrición, incesto y demás lindezas inspiradas en un caso real.

Nada resulta tan extremo en The Wolfpack. Los hermanos Angulo, pese a la singularidad en que ha transcurrido su infancia y buena parte de la adolescencia, no presentan secuelas graves en sus comportamientos y actitudes -más allá de esculpir en algunos de ellos un lógico carácter asocial-. Al menos eso es lo que se percibe viendo las imágenes del documental. El suyo es un encierro incomprensible e insano -14 años sin apenas salir a la calle-, pero la mirada complaciente de su directora –propia de una debutante absorbida por la naturaleza del hallazgo-, parece decirnos que al menos de todo ello, fruto de su comportamiento cinéfago durante todos esos años, han sacado un virtuoso mecanismo mental que les permite desarrollar una creatividad encomiable, la cual, algunos de ellos ya están aprovechando en el mundo exterior.

La prueba fehaciente es su última colaboración con Vice, con los que han realizado una pieza audiovisual bajo el mismo estilo aplicado en las recreaciones recogidas en el documental -esa artesanía ingeniosa de andar por casa que los emparienta con la imaginativa de Michel Gondry-. De hecho el éxito del documental y la revelación de su inusual historia les ha reportado a los jóvenes algo de popularidad. Y con ello se abren líneas de exploración para el futuro igual o más interesantes que las planteadas en la obra: ¿en qué términos y cómo se produce su adaptación a la sociedad? -uno de ellos se ha mudado de la casa familiar, otro tiene novia, otro es profesor de yoga, otro trabaja en la industria del cine, los dos más pequeños encaminan sus pasos hacia el mundo de la música, etc.- ¿Cómo la fama relativa puede moldear unas personalidades volubles y frágiles? ¿Se convertirán en presas vulnerables de la 'canibalización mediática'? Falta saber si Moselle, al contrario que en su primer trabajo documental, es capaz de cerrar más puertas de las que abre, y si está dispuesta a extender la sombra de The Wolfpack más allá del 2015.

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