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Turismo cultural: de 'El barbero de Sevilla' a 'La Casa de Papel'

El Alcázar de Sevilla

Ivanne Galant

Doctor en estudios hispanicos, Université Paris 13 —

Desde hace varios años, la lengua trata de afrontar la connotación peyorativa asociada al turismo recurriendo a la expresión “turismo cultural”, con la que se pretende ampliar el horizonte, buscar el conocimiento y las emociones a través del descubrimiento de un territorio y de su patrimonio. 

El hecho de añadirle un adjetivo le daría entonces una vocación más noble, centrada en la cultura y el conocimiento, a una actividad que es de buen gusto despreciar; siendo el turista, en nuestra imaginación y para utilizar la famosa expresión de Jean-Didier Urbain, “el idiota que viaja”.

Para diferenciarse del turismo de masas, hoy en día se asocia una plétora de calificativos al término tan criticado, para precisar sus formas e intenciones, pero también para seducir a diferentes “nichos” de viajeros: turismo de la memoria, LGBT, religioso, gastronómico, halal, médico, sostenible, religioso, solidario, y muchos más.

Nuevas prácticas

El concepto de “turismo cultural”, definido por la Organización Mundial del Turismo en 1985 como “los movimientos de personas con motivaciones básicamente culturales, tales como circuitos de estudios, circuitos culturales y de artes del espectáculo, viajes a festivales u otros eventos culturales, visitas a monumentos, viajes para estudiar la naturaleza, el folklore o el arte, así como peregrinaciones”, solo sirve para expresar una realidad antigua.

¿Acaso los viajeros ingleses del Grand Tour, los Románticos del siglo XIX, no hacían turismo cultural? Sin embargo, las prácticas turísticas –y por lo tanto, culturales– evolucionan según modas y tendencias, y éstas van de la mano de las prácticas culturales cotidianas.

La globalización y la estandarización de nuestras actividades de ocio, así como la circulación instantánea de bienes culturales, afectan a la actividad turística. Hoy se puede viajar para descubrir no solo los elementos típicos de la cultura visitada sino también las huellas del último libro, la última película o la serie conocida en todo el mundo.

Y en este campo, las instituciones turísticas españolas están demostrando soltura. Identificado el país desde los años 60 con el turismo de masas, “de sol y playa”, se ha trabajado para cambiar su imagen, marcada por los estereotipos, gracias a iniciativas basadas en productos culturales típicamente españoles. O no.

Partiendo de lo más elitista a lo más popular, pensamos en el turismo lírico con “La Ruta de la ópera” sevillana, un itinerario señalizado creado en 2012 en la capital andaluza que sigue los pasos de las óperas francesas e italianas Carmen, Don Juan y El Barbero de Sevilla.

Así como el turismo literario, con la reciente ruta por el Valle del Baztán en Navarra, inspirada en la trilogía de Dolores Redondo, y por supuesto el turismo cinematográfico.

En la estela de películas y series

Si bien la visita a una localización cinematográfica no es una práctica nueva –piensen en los spaghetti western de Sergio Leone–, la novedad consiste en supervisar estas visitas facilitando la tarea del turista con itinerarios señalizados, folletos y otras aplicaciones. En el cine del oeste, la Andalucía Film Commission de Carlos Rosado, creada en 1998, es pionera.

Estas iniciativas permiten un viaje por el espacio, la ficción y el tiempo. Ahora bien, la creación de un producto turístico es hoy en día prácticamente simultánea a la creación de un producto cultural. Por ejemplo, pensamos en las consecuencias de la película de Woody Allen financiada en gran parte por las autoridades catalanas, Vicky Cristina Barcelona, en Barcelona y Oviedo, donde ahora se encuentra la controvertida estatua del director. Su próxima película, rodada en San Sebastián, está causando gran revuelo.

Pensemos también en La Guerra de las Galaxias:Episodio II - El ataque de los clones en Sevilla en 2015, que transformó la Plaza de España en el patio del palacio de Theed.

Turismo de series

Quizás más populares que las películas, las series se han convertido en generadoras de productos turísticos.

En España, los aficionados a Juego de Tronos pueden visitar una quincena de lugares de rodaje. Por ejemplo, la página institucional de la Oficina de Turismo de Sevilla ofrece a los visitantes la oportunidad de visitar el Alcázar para observar sus jardines “como Khaleesi admiraba los Jardines del Agua”, algo que no corresponde con la serie. Hoy, es común escuchar a los turistas preguntando en la oficina de turismo, situada justo enfrente, cómo llegar al “Palacio de Juego de Tronos”.

Es sin duda para corregir y anticipar este tipo de preguntas por lo que la Oficina de Turismo de Madrid ha señalado en su página web las ubicaciones de La Casa de Papel, una serie de cosecha propia, pero cuyo éxito, premiado con un Emmy, se ha extendido mucho más allá de sus fronteras.

Así, la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, que se presenta como el escenario principal de la serie, se ha convertido en el destino favorito de los turistas armados con palos selfies. Sin embargo, el edificio que realmente sirvió de telón de fondo es el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, cuyo acceso a los turistas se ha limitado recientemente.

Turismo de experiencias

A estas nuevas tendencias del turismo cultural se añade la noción de experiencia, particularmente de moda en el sector turístico. El llamado turismo de experiencias ofrece al viajero la oportunidad de experimentar la realidad, con más o menos buen gusto. A modo de ejemplo, podemos citar el woofing –intercambiar trabajo por alojamiento en una granja–, así como el llamado “turismo de la miseria”, diseñado para despertar la compasión y desarrollar la solidaridad.

Incluso ahora es posible experimentar la ficción, con la práctica en boga de los escape rooms. Así, en Madrid, existe uno que se basa en La Casa de Papel y se puede encontrar toda la información en la página institucional de turismo.

Si los lugares se perciben como escenarios de ficción y si es posible ser un actor en ellos, los caminos entre la ficción y la realidad se desdibujan. Los más pesimistas pensarán que el lugar se asemeja entonces a una “ciudad donde usted es el héroe” y que gran parte de la información cultural y patrimonial de la visita tradicional queda atrás.

Pero los más optimistas –y los profesionales que surfean en esta ola forman parte de ellos– verán este tipo de motivación como un trampolín o como el punto de partida para otro viaje, de la cultura popular a la historia.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.The Conversationaquí

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