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Urroz juega a la ambigüedad en “Demencia”, una metáfora poética de México

Urroz juega a la ambigüedad en "Demencia", una metáfora poética de México

EFE

Madrid —

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Al mexicano Eloy Urroz no le gusta repetirse, así que cuando empezó a escribir lo que terminaría siendo “Demencia” se impuso como nuevo objetivo crear ambigüedad y lo ha logrado con una historia “loca, surrealista y retorcida” que además es una “metáfora poética de Ciudad de México”.

“El lector no sabe lo que está pasando, no tiene certeza de nada. Eso genera frustración pero también intriga”, explica a Efe Urroz sobre una historia coral, con tantos protagonistas como narradores, y que, aunque empieza con un asesinato, está muy lejos de ser una novela negra y que presenta estos días en Madrid.

Porque aunque tenía en mente escribir un “thriller”, le atrapó la idea de escribir algo que fuera confuso y adictivo al mismo tiempo, una sensación que él tuvo cuando leyó obras como “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” o “Sobre héroes y tumbas”, de Ernesto Sábato.

Algo al estilo del cine de David Lynch o Luis Buñuel, una mezcla de situaciones y personajes que atrapa al lector en una red en la que se superponen Fabián, Néstor, Rogelio y sus hermanas, Daniela, Herminia o el doctor Eulalio.

Sus voces e historias van tejiendo una narración que se surte de anécdotas reales -“la historia de tres hermanas que se enamoran del mismo hombre me la contaron en Madrid poco antes de empezar a escribir el libro”, recuerda Urroz entre risas-.

De imágenes literarias, como el travestismo del cura y el barbero de El Quijote, del amor por la música representada en la historia por Beethoven y, sobre todo, del impulso de escribir.

Porque en esta obra, Urroz se dejó llevar por lo que la historia le iba dictando. Asegura que hasta él, como escritor, se sorprendía de los giros que iba tomando su escritura desde su primer capítulo.

Un primer capítulo “que es la base de toda la alucinación”, en el que el lector ya se enfrenta a la esquizofrenia de Fabián, a no saber lo que pasa, a una historia de realidades alternas en la que es difícil discernir la realidad de la narración o lo onírico.

“No empecé a escribir el segundo capítulo hasta que no reescribí 30, 40, 50 veces cada párrafo del primero porque tenía que enganchar al lector”, explica Urroz.

Solo con un lector enganchado e intrigado por la historia podía Urroz permitirse las locuras que va desgranando en el resto del libro.

Y fue precisamente esa reescritura lo más difícil para el escritor. “Escribir es fácil. Reescribir 200 páginas docenas de veces es lo difícil. Armar la historia, engarzar las palabras, los párrafos, lograr que funcione”.

“No quería que el lector soltara el libro”, reconoce el autor de novelas como “Las rémoras” (1996), “Las almas abatidas” (2000) o “La familia interrumpida” (2011).

Cada una de ellas es diferente para cumplir la obsesión del mexicano de no repetirse pero en todas ellas hay elementos de una mexicanidad que no oculta.

En “Demencia” regresa de nuevo a México como escenario de toda la historia y lo hace a la capital que guarda en su memoria de una infancia y juventud felices, de una ciudad que era “lo máximo” para Urroz.

“Ahora la veo mal, peor, ahora no es maravillosa, hay cosas feas, como aumento del crimen, del tráfico, de la contaminación”, lamenta un autor que se siente más mexicano que nunca aunque lleve ya dos décadas viviendo en Estados Unidos, donde es profesor de Literatura Latinoamericana en The Citadel College de Charleston.

Por eso ha vuelto a situar una novela en México, aunque en el que está en su recuerdo porque Urroz no es un escritor que busque hacer crítica social ni política con sus novelas.

Ni siquiera la Ciudad de México que aparece en “Demencia” es cien por cien real. Se inventa calles y cambia nombres, como el Parque de los Muertos del libro, que en realidad es el Parque Hundido de Insurgente.

“Es una Ciudad de México transfigurada”, una mezcla de la de los ochenta que él vivió, de la actual y de lo que surge de su imaginación, asegura este autor que forma parte de la autodenominada generación del Crack junto al fallecido Ignacio Padilla y su mejor amigo, Jorge Volpi.

Se le ve feliz cuando habla de ellos. “Jorge ayer me escribió para recordarme que era su cumpleaños”, señala entre risas.

“Tener compañeros tan brillantes y competitivos ha sido muy importante para mí”, asegura.

Alicia García de Francisco

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