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Las amargas y pixeladas lágrimas de 'Bjork Digital'

Bjork Digital en el CCCB de Barcelona

Marta Peirano

Contaba Chris Milk, jefe de la productora Vrse, que la Realidad Virtual (VR) estaba viviendo su año cero, el equivalente al tren de los Lumiere entrando en la estación y aterrorizando a los asistentes. “El cine tardó varias décadas en decidir que su manera favorita de contar historias era el largometraje. Con la VR, ahora mismo estamos más aprendiendo gramática que definiendo un lenguaje”. Un año más tarde, la exposición de Bjork que alberga este verano el CCCB de Barcelona ofrece un escaparate concentrado de muchas de sus posibilidades y de sus tempranas limitaciones.

Bjork Digital es un viaje al interior de Vulnicura, el disco negro de su ruptura con el videoartista Mathew Barney. También al interior de la propia Bjork, y en más de un sentido. Se conoce que aquello no fue el “desemparejamiento consciente” de Chris Martin y Gwyneth Paltrow. Después de quince años juntos, Barney la dejó por una de sus colaboradoras, la artista norteamericana Elizabeth Peyton. Si han visto a Bjork sacudiendo a un fotógrafo en un aeropuerto por molestar a su hijo, ya se imaginan cómo se lo tomó.

Si Vulnicura era el reverso de Vespertine, el disco de su enamoramiento; la exposición sería la némesis de Drawing Restraint 9, el largometraje que Barney y Bjork hicieron y protagonizaron juntos en 2005, cuando la pareja llevaba seis años juntos y estaban en la flor de su romance. Entonces a ella le fascinaba su distancia artística emocional: “alguien que no está obsesionado con las emociones ni los altibajos emocionales. Qué maravilla”. Hoy le acusa de tener el corazón hueco y está “aburrida de sus obsesiones apocalípticas”. Bjork Digital es un recorrido por la montaña rusa de su caída, muerte y resurrección.

Hacia el interior

Todo empieza con Black Lake, con la cantante despeinada y descalza en una cueva de roca volcánica golpeándose el pecho y pasándolo de pena en general. La tridimensionalidad la ponen dos pantallas enfrentadas donde pasan cosas diferentes y hay un círculo de altavoces que el monitor te invita a merodear, buscando distintos efectos e instrumentos. Fue un encargo para la retrospectiva que le hizo el MOMA, dirigido por Andrew Thomas Huang, de Vrse, con efectos especiales de Digital Domain. Después llegan los complementos: un visor VR de Samsung y unos auriculares Bowers & Wilkins, los favoritos de Bjork.

La segunda sala contiene Stonemilker, un vídeo inmersivo 360º rodado entre el glaciar Vatnajökull y el cañón Múlagljúfur de su Islandia natal. Es sin duda la estrella de la muestra: la textura casi alienígena del paisaje donde cambia los bosques musgosos de otra época más feliz por piedras, el “enorme lago / negro de veneno” o las arenas movedizas, elementos de una naturaleza interior devoradora o destructiva es mágica. Cada instrumento fue grabado con un micro de solapa en el espacio por separado por técnico Chris Elms, y el experto en sonido binaural Chris Pike “para que sientas que hay 30 músicos tocando en círculo a tu alrededor”.

El siguiente, Mouth Mantra, es un viaje por la garganta de la cantante. Aquellos que siempre han querido verla más de cerca, saldrán satisfechos para una larga temporada.

La pieza más interactiva, en la que al visor y los cascos se suman unos mandos para “coser” la herida en el pecho de una Bjork, no es realmente interactiva, lo que resulta frustrante. Esta parte del viaje corresponde a la transformación de una mujer rota en una cyborg a la Gost in the shell, y se hace bastante larga.

Testando los límites del VR

Acompañar el nacimiento de un nuevo lenguaje tiene sus peligros, y el CCCB los abraza con deportividad, pero no se libra de ellos. La muestra tiene tantos asistentes como la vitrina de 128 carates del Tiffany's de Nueva York. En Bjork Virtual no te puede pasar nada malo porque hay una persona por cada dos visitantes, vigilando para que no se caiga de la silla, tropieces o se pierdas mientras gira con los visores y los cascos incrustados en el cráneo, persiguiendo al furioso duende islandés. Al final, cuando se llega a la sala con cojines donde se pueden ver sus clásicos de los 90 sin visor ni auriculares es casi un alivio.

No solo por la sobredosis de luz en la retina: los vídeos viejos son tan irresistibles hoy como lo fueron en su estreno. Al igual que Bowie, con quien comparte cartel este verano en Barcelona, Bjork ha sido musa y mecenas de algunos de los mejores artistas visuales de su generación. En concreto, de los tres directores que han definido el género y lo han elevado muy por encima de su función original. Al clásico All is full of love de Chris Cunningham, el eslabón melancólico entre 2001 y Westworld, se suman las locuras de Spike Jonze y, sobre todo, las bellísimas fantasías de Michel Gondry, el director que mejor la ha entendido y representado. 

Completa la muestra la aplicación que lanzó con Biophilia en 2011 para ayudar a los escolares a estudiar música. Los colegios públicos islandeses ya la han adoptado como material escolar obligatorio. Está disponible para Android y iPhone.

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