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Broodthaers, entre el mejillón y el Museo

Fémur humano pintado

J.M. Costa

Los grandes artistas que trabajan sobre todo con las ideas suelen tener una puerta de entrada común: sentido del humor. Puede sonar un poco extraño, pero lo cierto es que los maestros, incluyendo a Duchamp, Cage, Baldessari e incluso el muy grave Kosuth, al cuestionar el arte como “decoración cara” (Kosuth), han utilizado el humor de forma explícita o implícita. Y esto es válido para la actual exposición del belga Marcel Broodthaers (1924-1976) en el Reina Sofía de Madrid. Se puede entrar con una sonrisa y salir con la misma. O quizá otra. Entre medias, hay mucho para asombrarse y pensar.

Las fuentes principales de Broodthaers son tres: un poeta simbolista (y post-simbolista), Mallarme; un pintor generalmente adscrito al surrealismo, René Magritte y el padre de lo conceptual, Marcel Duchamp. Es curioso que cada uno de ellos presente un detalle que forma parte de la personalidad externa de Broodthaers: el poeta, el belga y el nombre pila. Pero como diría el título de Mallarme, muchas veces mencionado y apropiado por Broodthaers: “Una tirada de dados, no elimina el azar”. O un urinario puede ser una fuente, y una pipa no ser una pipa.

La exposición del Reina Sofía es grande, más bien enorme. Se trata de una colaboración con el MOMA de Nueva York (los comisarios son el director del Reina Sofia, Manuel Borja-Villel y Christophe Cherix, conservador jefe de grabado del MOMA) y está tan llena de objetos dispares que ni siquiera existe un listado de obras. En cualquier otra exposición, de casi cualquier otro artista, esto sería inadmisible desde puntos de vista que incluyen la mediación o las aseguradoras. En Marcel Broodthaers parece lo más lógico: su obra no son solo objetos manufacturados por la mano del artista, sino que estos se confunden con objetos de todo tipo encontrados o elegidos en nuestro mundo cotidiano, incluido el del Arte. Por otra parte ¿se podrían definir como obra original los tiestos de palmeras con que se abre la exposición? ¿Habría que darle crédito al vivero que las crió?

Los huevos y los mejillones

Pero antes de cruzar el dintel y adentrarse en el mundo de Broodthaers, muy peculiar y muy atrayente, algo de su biografía. Broodthaers nació en Bruselas en 1924. Inició la carrera de Químicas pero la dejó pronto para dedicarse desde el final de la II Guerra Mundial (1945) a la poesía, en principio neo-simbolista.

Se ganó la vida como comerciante de libros raros y como ocasional periodista/crítico. Esto último debió ayudarle para conocer mundos como los del cine y el arte contemporáneo. De hecho, seguramente fue el primero en hacer una reseña en Bélgica sobre el Pop Art que estaba llegando de EEUU (Jim Dine, Roy Lichtenstein...). La unión de esos dos mundos, junto al suyo, literario, se concretó en su primer cortometraje, La Clef de l'Horloge (1957), dedicado a Kurt Schwitters (1887-1948), un artista del Dada histórico cuyo amplísimo registro de actividades (diseño gráfico, poesía, construcción, objetos encontrados...) sería una influencia fundamental. A partir de 1963 decidió dedicarse al arte plástico.

Entre los muchos objetos distribuidos por el Reina Sofia, pueden distinguirse algunas constantes, bien definidas en un grueso y gran catálogo que tiene todo el aspecto de convertirse en referencial durante las próximas décadas.

La primera de ella son los objetos. Es decir, obras realizadas por Broodthaers con sus propias manos. En estos objetos hay a su vez objetos recurrentes: los huevos y los mejillones, protagonistas de algunos de sus trabajos más icónicos como el Triomphe de moule I (Triunfo del mejillón I, 1965). Los huevos no tienen nada de conceptuales, por ejemplo. Para Broodthaers vienen a representar el sol, el huevo del cual nacemos. Esto es simbolismo.

Por otra parte, los mejillones son entidades autosuficientes aunque al mismo tiempo uno de los símbolos menores de Bélgica. Y esto ya no es simbólico, sino metafórico o alegórico. Como fuere, Broodthaers realiza con ambos elementos y con muchos más lo que desde todos los puntos de vista son mercancías vendibles. Raras, como una tibia pintada con los colores de la bandera belga, pero vendibles. Él lo venía a decir solo medio en broma en el panfleto que escribió para su primera exposición: trataba de hacer algo que le sacara de apuros.

Cajas de embalaje: Museo de Arte Moderno

Otra parte es una extensa e indescriptible documentación. Porque de trabajos efímeros, como un museo trazado en la playa y borrado por la marea, solo pueden quedar el documento. Pero a ello se le suman escritos, documentación adicional sobre las obras o su disposición. Y documentos que forman parte de esas obras. Es bien sabido que el Reina Sofía tiene cierto apego por las vitrinas documentales. Aquí hay bastantes vitrinas, pero los papeles impresos se desbordan por toda la exposición.

El Museo de Arte Moderno, Departamento de las Águilas

(1968-1975) conduce a Broodthaers a una cierta notoriedad. La suficiente como para ser seleccionado por Harald Szeemann para la Documenta V de Kassel (1972) con la flor y nata del Conceptual mundial. La idea original partió de una reunión con amigos de la profesión para discutir sobre el hecho museístico. Para ello y para que pudieran sentarse, trajo cajas de embalaje (artístico) y colgó unas cuantas ilustraciones de cuadros clásicos. Encontrando que, sin apenas quererlo, aquello adquiría un punto diferente, ¡era el Museo!

El Museo de Arte Moderno, Departamento de las Águilas tuvo muchas versiones, la más conocida, la sección del Siglo XIX, pero también otra de Figuras, Cinematográfica o Financiera. Hasta llegar a la de la Documenta que era el departamento de Publicidad anunciando el Museo de las Águilas (sección Figuras) que se estaba exponiendo al mismo tiempo en Düsseldorf. Aunque la crítica institucional, ese poner en cuestión los museos que ya habían realizado tanto los futuristas italianos como los situacionistas en torno a Guy Debord (1931-1994) hubiera sido relanzada por el Mayo del 68, en 1972 aún no era nada frecuente.

Tampoco hemos cambiado tanto

No solo hace 44 años, sino ahora mismo, encontrarse con un Museo de Broodthaers en una colectiva sigue siendo una experiencia extraña. No es de ahora, el arte suele considerarse a sí mismo como algo muy trascendente y tanto las obras como sus creadores tienden a aparentar gravedad, al menos en público. Encontrarse algo que parecía ironizar sobre el marco institucional en el que estaba expuesto generaba una disrupción en la visita. De pronto, el conjunto de obras alrededor del Museo de las Águilas aparecía también ironizado. Este efecto de sorpresa al encontrarse con algo muy diferente, no puede reproducirse aquí. Aquí todo es Broodthaers y el contraste no se produce. Este es un problema intrínseco a una exposición individual, pero es bueno mencionarlo. Por otro lado, este no-Museo, ha sido plenamente musealizado. Paradojas del sistema.

Una vez finalizada la etapa del Museo de las Águilas y antes de morir en 1976 a causa de problemas hepáticos, Broodthaers inició una serie llamada Decorados que unía muchos aspectos de su trabajo. La más impresionante es Decor: A conquest by Marcel Broodthaers, de 1975. En una de las salas hay dos cañones ligeros del siglo XIX y una gran cobra, imágenes que retrotraen al imperialismo de aquel siglo, uno de cuyos principales perpetradores fue Leopoldo II de Bélgica. En la siguiente, una sombrilla y unas sillas de veraneo. El ambiente ha cambiado hacia lo placentero, pero hay algo que no tranquiliza nada: en las paredes se ordenan fusiles militares que deben significar las eternas guerras de centro-África.

El humor de Broodthaers, visto que también trata temas de gran crudeza, no es una colección de chistes graciosos. No induce a ninguna risa. Pero la sonrisa, irónica o incluso sarcástica nunca está muy lejos. Esta no es una exposición fácilmente comprensible en los términos lógicos acostumbrados. También es poesía, no cabe esperar un relato lineal. Pero como el surrealismo de Magritte, las decisiones de Duchamp o la maleta de collages de Schwitters, puede resultar muy fascinante. Todo cuanto hay aquí responde a algo complejo pero abierto. El visitante puede entrar en ello. E incluso reinterpretarlo. Al fin y al cabo, igual esto no es arte.

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