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El grafiti se come los tabúes

Lienzo de la exposición Hunger de arte urbano/ Foto: Ze Carrión

Mónica Zas Marcos

A los artistas urbanos o grafiteros se les paga con un muro en blanco. Esa es su moneda de cambio, ellos prestan su talento a quienes les cedan un tabique inmaculado que decorar. Es su herramienta más preciada junto a toda la gama cromática de sprays. Sin embargo, ante los ojos de buena parte de la sociedad todavía cuelga de cada mural firmado la etiqueta de ilegal. Aunque la historia de su prohibición es casi tal larga como la de su propia existencia, el arte urbano está en una etapa de continua expansión. “A la gente que suele ir a exposiciones le parece indebido el arte de la calle, por eso ahora hacemos exposiciones de arte urbano”, dice Ze Carrión, una de las promesas del graffiti de nuestro país.

El street art español se remonta a la década de los 90, cuando los chavales del madrileño barrio de Campamento empezaron a dejar su sello en los muros. Detrás de este gesto inofensivo e infantil se levantó toda una hipótesis policiaca sobre cárteles de droga y narcotráfico. A partir de ese -aparentemente- nimio error se empezaron a demonizar las pintadas y a todo aquel que se le pillase con un bote en la mano. Incluso los que ahora son reclamados para embellecer los espacios públicos con su técnica, comenzaron viviendo la crisis del grafitero. “Cuando era un crío de 18 años me multaron y, a partir de ahí, supe que tenía que dar un vuelco a mi vida y a mi arte”, nos admite César (Ze) al recordar sus inicios.

“Estudié Bellas Artes y trabajé durante algunos años el lienzo y el pincel, pero tiempo después regresé a mis orígenes”, cuenta este licenciado de 28 años al recordar que lleva más de doce rendido ante el spray. “Imperó la necesidad de plasmar la realidad” y así surgió su nueva exposición Hambre, que se puede disfrutar en La Neomudéjar de Madrid hasta el 23 de febrero.

Arte sin élites

Los aledaños de Atocha serán testigo durante poco más de un mes de la denuncia de un tándem de éxito. Ze Carrión y Dr. Homes han trabajado mano a mano contra el hambre, el primero encargado de los personajes y el segundo de los grafismos. El resultado son doce lienzos grandes y algunas piezas de tamaño mediano que enmudecen ante un colosal mural situado en la nave central. “Tenemos que aprovechar nosotros para denunciar porque no tenemos censura”, confiesa Carrión, que como artista polivalente conoce los límites de la pintura convencional. Esta disciplina, que no entiende de bolsillos y cuentas corrientes, tiene cada vez más adeptos.

La exposición también incluye recreaciones de grandes obras como Saturno devorando a su hijo de Goya, ya que como abandera el creador de Hunger, “he aprendido de todos y quiero romper con todos”. Fanático confeso del arte clásico, entre sus artistas preferidos se encuentran Velázquez, Andy Warhol, Caravaggio y Banksy. Una amalgama de estilos y colores que recuerdan a su técnica de manchas.

Con la polémica que ha surgido entre los menos especializados sobre qué fracción del street art merece más crédito, Ze lo tiene claro: “todo tiene la misma validez”. El conocido como takeo, o firma es considerado como un mero “estorbo” de autopromoción por los más críticos. Sin embargo, para los profesionales es el germen del arte urbano, su fundamento. “No me disgusta, he mamado de eso, cada uno se expresa como puede y como quiere”, reconoce quien considera que el sello está en el estilo, no en el takeo. Ni una cosa es más legal que la otra, ni menos artística.

El cura fanático del grafiti

A pocos metros de la Neomudéjar, un cura dominico del colegio Virgen de Atocha está emprendiendo una cruzada personal para decorar sus paredes con grafitis. Entre los artistas elegidos se encuentran Ze Carrión y Dr. Homes, que recrearán su versión de la Capilla Sixtina, con el permiso de Miguel Ángel, decorando la cúpula del centro. “Queremos romper el tabú de los niños pijos, pintando a chicos sucios jugando con barro y guarreando con lo primero que pillen”, nos desvela César sobre su proyecto de la infancia menos politicamente correcta.

Aunque puede parecer que estos encargos suponen una ruptura de murallas y sirvan para afianzar el street art, para los grafiteros es todo lo contrario. “La esencia del arte urbano radica en la libertad, en intervenir en un espacio libre y natural”, dice Ze, quien destaca la situación paradójica que vive en nuestros días esta disciplina. Defiende que al no ser todavía un estilo de arte plenamente aceptado por la sociedad, esta puede acotarlo mediante premisas y encargos. “La gente no quiere temas conflictivos en sus muros”, insiste. “Cuando me confían un recado no soy graffitero, soy un pintor más pero utilizo spray”, declara este prolífico artista con sus dos personalidades bien diferenciadas.

“El grafiti no va a morir, prohibirlo significa masificarlo”, sentencia el artista que está viendo cómo los niños lo practican como una forma de insurrección en vez de expresión. Por eso Ze Carrión cada vez está más implicado con su taller de arte urbano en el centro madrileño de La Tabacalera, donde enseña todo tipo de técnicas a los más pequeños. Un sitio donde los chavales pueden formarse como artistas, desarrollar sus graffitis y no pagar las multas astronómicas del Estado.

Sin embargo, lo que Ze no le dice a sus aprendices es que “no se puede vivir de ello”. Literal y tajante. Como último deseo para el futuro del grafiti: “Que me concedan muros”.

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