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Jeanne Tripier, la artista que escapó del manicomio a través de su obra

Uno de los bordados de Jeanne Tripier. Foto: La Casa Encendida.

Francesc Miró

Un día de principios de 1924, André Breton decidió fundar su propio movimiento artístico, cansado del dadaísmo al que consideraba responsable de haber traicionado sus objetivos fundamentales, es decir “la destrucción de los sistemas y las costumbres de la sociedad capitalista”, tal como definiría el divulgador artístico Will Gompertz en su libro ¿Qué estás mirando?. Y así, como suelen pasar las cosas, el poeta parisino cambiaría la historia del arte tras publicar Primer manifiesto del surrealismo.

Aquel movimiento pretendía recuperar el arte como herramienta de crítica y devaluación de los valores sociales de la burguesía europea del momento. Breton quería utilizar elementos del psicoanálisis de Freud para sacar a relucir un arte de raíz incosciente, que pusiese de relieve las vergüenzas de la clase dominante. Y, de paso, renovar el concepto de arte y de artista. Pero igual que él alistó sin su permiso a Duchamp y a Picasso para su movimiento surrealista, otros lo hicieron con él.

A mediados de la década de los cuarenta, Jean Dubuffet doblaría la apuesta de Breton: se serviría de su célebre nombre para fundar y dar a conocer la escuela del Art Brut, un movimiento que reivindicaba el arte marginal realizado por personas autodidactas que, muchas veces, habían sido internados en una institución psiquiátrica. Este nuevo movimiento, hijo pródigo del surrealismo, defendía el arte de personas que lo ejecutaban de forma natural o por necesidad. Gente que pintaba, escribía, bordaba o componían a pesar de su enfermedad mental. Una de sus máximas exponentes fue Jeanne Tripier, artista que ahora reivindica La Casa Encendida con una exposición única: Creación y delirio.

Del manicomio a la galería de arte

Jeanne Tripier nació en 1869 durante la revuelta de la Comuna de París. Hija de unos humildes comerciantes de vino local, se crió con su abuela en el distrito de Montmartre y cuando tuvo edad para llegar hasta la altura de una caja registradora, empezó a trabajar como vendedora en unos grandes almacenes. Aunque eso no le sirvió para vivir holgadamente: siempre tuvo problemas económicos en los que no la ayudó ni su familia, ni una herencia que, según ella, debía haber recibido de su tía. Pero a pesar de sus estrecheces sobrevivió a tres guerras, dos de ellas mundiales.

En 1934, su hermano Alphonse, con quien no se hablaba desde hacía años, la ingresó en un hospital psiquiátrico conocido como La Maison Blanche  en Neuilly-sur-Marne. La mujer llevaba trece años escuchando voces en su cabeza. Sonidos guturales que ella interpretó como provenientes de ultratumba, lo que la llevó a interesarse por el mundo del espiritismo y a autodenominarse 'médium de primera necesidad'. Escuchando lo que acontecía solo en su mente, llegó a asegurar que hablaba con Juana de Arco, quien le dictaba el mensaje que debía difundir a diestro y siniestro para regenerar una Francia, según ella, en franca decadencia moral.

Durante los años que estuvo ingresada, Tripier trabajó obsesivamente en la creación de una extensa y multidisciplinar obra en la que se dan la mano textos realizados mediante escritura automática, bordados, tejidos, y una obra pictórica que, a menudo, dialogaba con lo que escribía.

Jeanne Tripier: creación y delirio, la exposición recientemente inaugurada en La Casa Encendida, comisariada por Aurora Herrera, reivindica su figura como exponente indudable del Art Brut, y la rescata como mujer obliterada de la historia del arte.

Lo hace con sensibilidad y devoción, acercándose a la mirada artística de Tripier con un doble objetivo: difundir los preceptos que marcaron el devenir del Art Brut, e introducirnos -psicológicamente- en el método de creación de una autora que sufría psicósis alucinatoria crónica.

Su disposición, con paredes llenas de textos escritos por supuestas voces del más allá, y su habilidad para resultar divulgativa a la vez que significarse como reivindicación de la marginalidad, convierten a Jeanne Tripier: creación y delirio en una experiencia un grado más estimulante que una exposición de arte contemporáneo al uso. Si se está dispuesto a abrir la mente, claro.

A un paso del olvido

Lo cierto es que todo lo que vemos expuesto, estuvo a punto de ser destruido. Tripier falleció a los 75 años en 1944 en La Maison Blanche. La institución, que llevaba décadas dando cobijo a personas con enfermedades mentales, epilepsia e incluso alcoholismo, había sufrido un duro revés de recursos desde que estallase la Segunda Guerra Mundial.

La ausencia de calefacción, de productos de primera necesidad, medicinas, ropa y alimentos, provocaron un aumento de la mortandad inusitado entre las paredes de la institución. Y en plena crisis, las pertenencias de los pacientes solían ser donadas, desaparecer y incluso ser quemadas. Eso estuvo a punto de hacer el médico jefe del asilo psiquiátrico, Henri Beaudouin.

Por pura casualidad, un día dio con un anuncio en el que Jean Dubuffet llamaba a todos los psiquiatras a revisar las obras de sus pacientes, pues estas podían tener más valor del esperado. El pintor y escultor francés acababa de fundar el movimiento del Art Brut y andaba a la zaga de las obras de personas con enfermedades mentales.

Como tantas otras artistas, Jeanne Tripier podría haber sido borrada de una historia tradicionalmente escrita por hombres por el hecho de ser mujer. Pero, además, ser una paciente en tratamiento también estuvo a nada de acabar con su obra. De ahí que la exposición Creación y delirio  se sienta también como una celebración de la diferencia, de una línea discordante y huérfana en la historia del arte.

Arte como terapia y como puerta de escape

A través de un recorrido no cronológico estructurado en bloques que separan según la disciplina -textos, dibujos y obras textiles-, Creación y delirio invita al visitante a entrometerse en la mente de una Tripier enferma.

De ahí que lo primero que conozcamos de ella sea su filosofía,  su forma de entender y pensar el mundo desde la alucinación. La primera parte de la exposición recoge sus escritos que permiten perseguir la historia de la vida de la autora y dan buena cuenta de su situación mental. Comprobando, así, que cuando recuerda a su familia, su caligrafía se entiende perfectamente, mientras que cuando sufría brotes psicóticos, las letras se confunden, se hacen pequeñas y caóticas. Trances en los que inventaba palabras, aseguraba que se acercaba el apocalipsis e incluso se idenitificaba con Juana de Arco. 

De su puño y letra pasamos a su pintura, dibujos -que ella llama 'clichés'-, que unas veces complementan sus cartas y escritos, y otras dominan la obra en una espiral de colores que alude a su situación, encerrada en un lugar del que solo podía salir mediante la pintura y el bordado.

Así llegamos a la última sala, colofón del viaje: tejidos llenos de colores que remiten en sus formas a talismanes y objetos que utilizaba en la época en la que coqueteó con el espiritismo, antes de ser ingresada. Pero también a imágenes que recuerdan a las consultas del médico, y que se pueden interpretar como forma de afrontar el mal que la acechaba.

Dubuffet no llegó a conocer a Tripier, pero rescató su obra del ostracismo en pleno auge de las colecciones de artistas autodidactas. El Art Brut no volvió a ser lo mismo desde que presentó a la autora, en febrero de 1949. Desde entonces, su obra ha recorrido el mundo y, actualmente, es una de las colecciones más perseguidas de la Collection de l'Art Brut de Lausana, pues ha inspirado obras de teatro, novelas y exposiciones de todo tipo. Y bien podría haber ardido en el sótano de un hospital psiquiátrico no muy lejos de París.

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