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Arte para reflexionar sobre la 'psiquiatría destructiva'

Carlos Osorio. La Cerrada mujeres de La Cadellada, 1974-1975

J.M. Costa

La historia de la psiquiatría y su enfoque en España ha seguido pautas parecidas a las de casi todo el mundo occidental, en nuestro caso con las peculiaridades impuestas por una dictadura de orden conservador-paternalista. Es un tema con muchas vertientes, todas ellas tan sensibles como cuanto tiene que ver con la salud de las personas. Una exposición sobre la cuestión debe estar muy bien argumentada y realizada para no caer en las mil trampas que plantea tratar sobre la locura.

La cuestión recorre la historia del arte y adquiere su aspecto contemporáneo en la misma Viena de principios del siglo XX donde Sigmund Freud (1856-1939) ideó el psicoanálisis, con pintores como Egon Schiele u Oskar Kokoschka, a quienes se había anticipado casi un siglo el suizo Füssli y cientos de cuadros aislados sobre el tema a lo largo del tiempo.

A partir de Viena, la relación explícita entre arte y psicoanálisis está más que estudiada, así como su influencia en todo tipo de estilos, desde la idea del Arquetipo de Carl Jung (1875-1961) en la base de la action painting norteamericana hasta sucesivas generaciones de artistas influidas por Jacques Lacan (1901-1981).

Resulta bastante extraordinario que con motivo de su programa Se busca Comisario, la Sala de Arte Joven de la Comunidad de Madrid (27 años la contemplan) haya puesto en marcha Apuntes para una psiquiatría destructiva (hasta el 21 de Mayo). Confiar a un comisario bastante nuevo como Alfredo Aracil (uno de los impulsores de la acción jurídico-laboral contra los despidos de LABoral) el desarrollo de un título de ese porte puede parece tomar riesgos, pero da la impresión de que el proyecto estaba bien fundado.

La muestra traía algunos avales interesantes como Montserrat Rodríguez Garzo, comisaria de la exposición Permanecer mudo o mentir de Darío Corberia en el Musac, ella misma una psicóloga, que participó el pasado día cuatro en una mesa redonda en la Sala junto al psiquiatra Guillermo Rendueles y a Revolución delirante, un colectivo de profesionales de la salud mental.

La exposición es pequeña, dado que las Salas de Arte joven disponen solo de tres espacios bastante reducidos y uno de ellos de muy poca altura. Parece una tienda grandecita y así ha sido siempre, no es tanto quejarse de lo ya familiar y donde se han visto cosas estupendas, sino para poner en situación. En ellas se ha embutido a catorce artistas, que son bastantes. Eso siempre genera problemas expositivos pero francamente, si se está hablando de antipsiquiatria, temer la contigüidad casi resulta raro.

La imagen del díptico de sala, es también casi lo primero que se encuentra: un vídeo sobre fotos tomadas por Carlos Osorio (1950-2002) llamado La Cerrada, mujeres de La Cadellada 1974-75 que recuerdan, por contraste, la extrañeza de que en pleno franquismo, en 1963, el hospital psiquiátrico de La Cadellada junto a Oviedo, viviera un cambio radical en el tratamiento de los internos, con criterios prácticamente antipsiquiátricos. Una aventura que finalizó en 1969, justo con el triunfo de los tecnócratas del Opus Dei sobre los aperturistas como Fraga o Castiella. Todo lo hecho se revirtió y estas imágenes son el duro testimonio.

Junto a ella se encuentra una instalación del artista gallego Misha Bies Golas que tiene que ver con el ansia por fumar que, a causa de las medicaciones psiquiátricas -tema discutido-, padecen los internos. Ello mediante libros quemados, librillos de papel de fumar o una fotografía doble de Humphrey Bogart, el fumador cinematográfico por excelencia. Es curioso que en las instituciones psiquiátricas se haya permitido fumar, aunque cada vez con más restricciones, y puede recordarse que el definitorio comienzo en el psiquiátrico de El misterio de la cripta embrujada de Eduardo Mendoza tuviera como objeto de delirio una colilla de puro.

No es posible describir cada uno los trabajos, pero de prácticamente todos puede decirse que se ajustan a la idea, lo cual no es algo que pueda darse por supuesto. Naomi Iglesias monta en Sotiria una serie de diapositivas de radiografías de tórax y una estantería con pruebas de orina, servicios auxiliares de un hospital. Todo ello muy bella y atractivamente dispuesto.

Marian Garrido hace hablar a dos maniquíes con proyecciones deformadas que lo mismo recuerdan al montaje de Jean Paul Gaultier en MAPFRE (2012) que al americano Tony Oursler. Hay dibujos, una instalación sonora y bastantes vídeos, alguno tan elaborado como El Helicóptero de Dora García (que lo explica en este vídeo).

En su conjunto y brevedad una exposición muy bien traída en la que además de los ya mencionados participan Jorge Anguita, Sofía Bauchwitz, Antonio Ferreira, Jaume Ferrete, Pep Cunties, Eduardo Subías, Jesús Atienza, Carlos González Rajel y La Rara Troupe. Entre todos dejan claro como la lucha por un trato digno y más sensato de las enfermedades mentales recorre nuestra historia reciente y siempre ha tenido que ver con lo social y lo ideológico.

Exposiciones para reflexionar

Por supuesto, hay fallos. Alguno de iluminación es bastante clamoroso y solo harían falta un par de focos para solucionarlos. Unas piezas se llevan mejor entre sí que otras, pero esto también responde un poco a cada sensibilidad. Como se decía antes, todas ellas se atienen al tema, un mérito tanto del comisariado como de los mismos artistas.

Recién venidos del barullo en torno al Guernica en el Reina Sofía, encontrarse algo así suena a una música muy diferente. Demuestra varias cosas, la primera de ellas que es perfectamente posible montar historias interesantes y en principio socialmente relevantes con unos medios nada exorbitantes, tanto en espacio, como en técnica, como en presupuesto. Y que los artistas sean pagados por su trabajo, como debe ser. Dicho brevemente, esto puede hacerse casi en cualquier parte, en cualquier ciudad media española. No todo van ser Reinas, Macbas o Ivam.

Otra es que, para tener de verdad sentido, una exposición de este tipo ha de extenderse a grupos interesados a través de una estrategia de mediación. Esta exposición y muchas otras imaginables no pretenden mirarse al ombligo de lo autorreferencial, sino aportar el arte como un elemento para una reflexión social. Y eso también puede lograrse en cualquier parte. No hay excusas, solo hay que quererlo.

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