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“El chico de las bobinas”, un thriller homenaje a los sueños de la posguerra

Fotografía cedida por el escritor Pere Cervantes.

EFE

Madrid —

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En 1945 Barcelona era la ciudad con más salas de cine de barrio, el único lugar donde en plena posguerra se podía soñar. Fue una época en la que las mujeres reconstruyeron una sociedad destruida por la Guerra Civil. A ellas y a esos cines ha querido homenajear el escritor Pere Cervantes en un thriller histórico: “El chico de las bobinas”.

Mañana sale a la venta esta novela, editada por Destino. Es la sexta de este escritor barcelonés, ya consagrado entre los autores del género negro y que ha recuperado a su ciudad natal como escenario de una trama que se desarrolla a tres bandas: la policía secreta del franquismo, la colonia nazi asentada en la Ciudad Condal y en Madrid, y los maquis.

Todo comienza cuando Nil Roig, un chico manco que con su bicicleta reparte por las salas de cine viejas bobinas de películas, se encuentra en el portal de su casa, en el barrio del Poble-Sec (el barrio también del autor), a un hombre moribundo, que solo acierta a pronunciar el nombre del padre del chaval, a quien entrega un cromo.

Es el cromo de un actor de cine famoso, que el chico recoge mientras en la distancia ve el rostro del que puede ser el asesino del hombre del portal.

No es más que el arranque de una novela que se adentra en la Barcelona de la posguerra, la ciudad natal de un escritor que, como confiesa a Efe, ha sentido una enorme tristeza cada vez que una sala de cine de cualquier barrio cerraba.

Fue la posguerra, como se ha documentado Cervantes, uno de los momentos de mayor gloria de las salas de cine, que se convirtieron en una suerte de “oenegés”, refugios de las familias y, en especial, de los niños. Porque casi eran el único sitio “donde se podía soñar”, enfatiza el autor.

Y en ese trabajo de documentación, Cervantes ha descubierto cómo el doblaje de las películas no escapó a las manos del franquismo, que introdujo también sus zarpas en el edificio “majestuoso” que en Barcelona llegó a tener la Metro-Goldwyn-Mayer, esa compañía estadounidense de producción y distribución de películas que todos identificamos con su inseparable león.

Formaba parte de la “atmósfera” de la Barcelona de posguerra que Cervantes recrea en su novela y que, en cierta forma, se la debe al repaso una y otra vez de la obra de Joan Marsé.

A Pere Cervantes lo vivido como observador de paz de la ONU en Kosovo, y para la Unión Europea en Bosnia-Herzegovina, le ha reafirmado en su convicción de que las mujeres son las que reconstruyen las sociedades que destruye la guerra. Da igual que sea la de los Balcanes o la Guerra Civil española, porque ellas han sido las que han sacado adelante a lo que quedaba de las familias, ya sea con el estraperlo o, en el peor de los casos, con la prostitución.

Centra el autor su homenaje a todas esas mujeres en la madre del protagonista, Soledad, capaz de no comer por alimentar a su hijo mientras su marido se ha echado al monte. Es un maqui.

Quedan apenas seis días para el 8-M y Pere Cervantes pide a las mujeres que no se olviden de esas abuelas o madres, de esas “Soledad” a las que deben mucho. “Sin ellas, quién sabe dónde estaríamos”, enfatiza el autor. Porque “la mujer de hoy -insiste- es el resultado afortunado de la mujer de ayer”.

Eso también puede descubrirse en esta novela de intriga y espionaje del autor de “Tres minutos de color” o “La mirada de Chapman”. En su última obra, Cervantes transporta al lector a la Barcelona de los años cuarenta, con sus claroscuros y de la que queda ya muy poco.

Quizá quede en su barrio, en el Poblec-Sec, “un alma, un espíritu rebelde” que “aún flota”, aunque algo más “diluido” que el de la posguerra. Y quizá quede en Barcelona el “amor” por los cines. Y si no, ¿por qué han abierto una sala que solo proyecta películas de los 80 y 90 y siempre está llena?.

Sagrario Ortega

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