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Campanas en compás de espera

Los campaneros Pedro Ros (d) y Patxi Martínez (i) hacen sonar la emblemática campana María de la Catedral de Pamplona, la mayor en uso en España fundida en 1584, este domingo. El lenguaje de las campanas en Navarra ha conseguido transmitirse de generación en generación gracias a un pequeño grupo de campaneros que ahora esperan el retorno a una normalidad que les permita volver a poner "el alma" en su sonido.

EFE

Pamplona —

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El lenguaje de las campanas tiene un componente de tradición y de antigüedad que en Navarra ha conseguido transmitirse de generación en generación gracias a un pequeño grupo de campaneros, que ahora esperan en silencio el retorno a una normalidad que les permita volver a poner “el alma” en su sonido.

La ausencia de este son ancestral se debe a la llegada del coronavirus, que ha suspendido la actividad del toque manual de las campanas en todos los lugares “por cuestiones sanitarias y de respeto” y ha dejado sin su más preciada afición a cuatro campaneros con los que Efe ha podido conversar.

Se trata de José Javier Urdíroz, que comparte esta pasión “desde crío” cuando desayunaba los domingos frente a la torre de una iglesia a cuyo campanario le invitaron a subir años más tarde los bandeadores y sintió “emoción. La sientes por todo el cuerpo, se nota en la mano y te envuelve totalmente”, recuerda.

A Joaquín Corcuera le llegó la vocación de campanero en 2011, cuando se restauraron las campanas de la Catedral de Pamplona y se apuntó a un cursillo sobre toque impartido por Francesc Llop, la misma fecha en la que Javier Echeverría, con 4 años, asistió a un concierto de campanas por la restauración y se quedó “embelesado” y hoy es, posiblemente, el campanero más joven de Navarra.

Una afición que contagió a su padre, Rubén Echeverría, que el principio le acompañaba en el campanario “agachado y con vértigo” y ahora se declara cautivado por la magia que envuelve a esta tradición.

En 2016 se celebró el primer Encuentro de Campaneros, que este año tenía prevista su quinta edición en la localidad de Santacara, pero ha tenido que ser pospuesta por la pandemia.

Corcuera calcula que hoy son al menos quince los pueblos de Navarra en los que todavía se tocan las campanas a mano, un elemento que en su momento servía de “reloj para todo el pueblo” y, a través de su código sonoro, los vecinos podían saber “qué se toca y por qué”.

Desde el agitado ritmo del “Tentenublo” para avisar de las tormentas; al toque de “Agonía”, que hacía saber a los habitantes que una persona estaba en sus últimos momentos de vida, o el toque de “Muerto”, que llegaba a esclarecer si la persona fallecida era hombre o mujer o incluso su posición económica, a través del sonido.

Cada ritmo expresa algo diferente y suenan distinto según quién las toca, y el que las escucha “lo suele notar” y diferencia si están tocadas a mano, o bandeadas, por parejas que pueden ser dispares en edades o ideologías porque lo que comparten es un tiempo “mágico y especial” en lo alto del campanario.

Sin embargo, admite con pena que la mayoría de localidades hayan sustituido el toque manual por un sistema automático por lo que al jubilarse el campanero “no hay quién siga su trabajo y se pierde el toque”.

Por eso consideran necesaria la ayuda de las instituciones para mantener este oficio y enseñarlo a las futuras generaciones, quizás con una “actividad extraescolar una vez al año”, propone Urdíroz, ya que el acceso al campanario no es libre.

La esperanza y el futuro del oficio está ahora en jóvenes como Javier, que asegura que “cumple un sueño” cada vez que toca las campanas y en el que quiere implicar a los amigos para hacer cantera y conservar así este lenguaje tan atípico y especial.

Raúl Bobé

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