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“El canto del cisne”, el final de los pintores academicistas

"El canto del cisne", el final de los pintores academicistas

EFE

Madrid —

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Por primera vez, el Museo D'Orsay reagrupa las obras de sus grandes pintores academicistas de finales del siglo XIX en “El canto del cisne”, exposición con la que la madrileña Fundación Mapfre supera una asignatura pendiente de la institución francesa.

Con nombres como los de Jean-León Gérome, Lawrence Alma-Tadema, Jean Auguste Dominique Ingres, Alexander Cabanel, Gustave Courbet y otros menos conocidos, la exposición plantea cómo los artistas de París de la segunda mitad del siglo XIX retomaron la tradición de la gran pintura y la llevaron al mundo moderno.

“Recogen lo que ven en los museos y lo llevan a un mundo que ha cambiado y en el que ellos intentan conservar la tradición”, comentó a Efe Pablo Jiménez Burillo, director del Área de Cultura de la Fundación y comisario de la exposición junto a Guy Cogeval.

Los pintores impresionistas “rompieron la baraja, mientras que estos intentaron hacer la revolución desde dentro transformando los modelos”.

Los artistas considerados académicos en los salones parisinos se unieron en torno a la belleza, mientras que esta unidad en el siglo XX se produjo en torno a la libertad. “Pueden gustar o no, pero lo que queremos es mostrar por primera vez estas obras juntas, un 20 % de ellas recuperadas de depósitos”.

La exposición está organizada en torno a los temas de la tradición comenzando por las referencias a una Antigüedad en la que la vida cotidiana está presente. Ejemplos de ello, “El manantial”, de Ingres, “La pelea de gallos”, de Gèrome, o “Alfarero romano”, de Alma-Tadema.

El desnudo femenino fue protagonista indiscutible y se convirtió en la seña de identidad más clara de unos artistas que buscaron la belleza a través de unos desnudos en armonía con la naturaleza.

Cabanel conoció la gloria con “Nacimiento de Venus”, obra que fue comprada por Napoleón III y que se exhibe junto a “El manantial”, de Courbet, o “La araña”, de Léon Comerre.

Su pasión por la historia se refleja en el siguiente apartado con ejemplos “muy cinematográficos”, según Jiménez Burillo, para quien estos artistas hicieron una revisión de la pintura de historia, pero de una manera totalmente diferente. “Para ellos, la historia es una vía de escape de un mundo opresivo”.

Se ocuparon de la parte más cotidiana y no pusieron su atención solo en la gran historia como ocurre en “Campaña de Francia”, en la que Ernest Meissonier refleja el lado más humano de un Napoleón en retirada, aunque no vencido.

En esta historia, se puede contemplar también “Peste en Roma”, de Jules-Élie Delaunay; “Escena de la Inquisición en España”, de Gabriel Ferrier; o “¡La Doncella!”, en la que Frank Craig pintó a la infantería inglesa y a la caballería francesa dirigida por Juana de Arco un momento antes del choque.

Más conocidos que sus autores, “El indiscreto encanto de la burguesía” reúne retratos de Victor Hugo, por Léon Bonnat, o de Marcel Proust, por Jacques-Émile Blanche, junto a los de grandes damas pintadas que posaron para John Singert Sargent, Carolus-Duran o Édouard Dubufe.

Las pinturas de temática religiosa que se muestran a continuación “nunca estuvieron en un lugar religioso. Querían contar historias y se fijaron, principalmente, en el Antiguo Testamento, ”donde el pasado se convierte en un gran cajón de sastre, en el que el contenido pierde los perfiles“.

Para Pablo Jiménez Burillo, se cuentan las historias “segundos después de que hayan ocurrido”. Así ocurre en “Jerusalén”, de Jean-Léon Gérome, paisaje que representa la Crucifixión a través de las sombras de las tres cruces.

En “La Virgen de la Consolación”, de Bouguereau, el dolor queda en un segundo plano ante la grandiosidad de la escena, al igual que ocurre en “Abel”, de Camille Bellanger.

Activos en un periodo colonialista, en su huida del mundo moderno buscaron en otras tradiciones una vía de escape. Egipto, Marruecos o Argelia se convirtieron en escenarios de obras de León Belly, Benjamin-Constant o Guimaumet.

Los “Paisajes soñados” por Camille Corot, en “Ninfa jugando con un amorcillo” o “Los cantos de la noche” de Alphonse Osbert, se caracterizan por el bello acabado de sus detalles con evocaciones nostálgicas y románticas.

Los últimos apartados muestran cómo, “al final, se les fue un poco de las manos. Introducen el virus de la realidad, y eso hace que se descomponga y pierda el sentido el arte de la tradición, que emana del Renacimiento. Ahí acaba ese mundo”, según el comisario.

La exposición cierra con “Las oréades”, de Bouguereaus, y “Las bañistas”, de Renoir, “artista que después de su aventura impresionista, vuelve al clasicismo. Es ejemplo de una manera distinta de retomar la tradición”.

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