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Los cuatro salvajes del cine británico

Hellraisers: Burton, Harris, O'Toole y Reed

Iñigo Sáenz de Ugarte

La muerte de Peter O'Toole evoca dos sensaciones. En primer lugar, su irrupción fulminante en el cine gracias a esa historia épica que fue Lawrence de Arabia. Lo segundo es menos épico: no se puede decir que, desde mediados de los 80, su carrera esté relacionada con películas que hayan dejado huella. Más bien al contrario.

En cualquier caso, hay algo indudable. O'Toole se lo pasó en grande mientras pudo y bebió todo lo que está escrito. No estaba solo, y eso era lo mejor. Junto a Richard Harris, Richard Burton y Oliver Reed, formó un cuarteto de actores británicos brillantes y salvajes. Cerraban pubs, bebían hasta perder el conocimiento, se presentaban borrachos al rodaje... se permitían cosas que ahora destruirían la carrera de cualquier actor.

El público británico de la época les adoraba, y también por su estilo de vida. Quizá les querían porque hacían lo que todo el mundo habría hecho si hubieran tenido a su alcance dinero y fama. “Lo que tenía ese grupo de actores era una estupenda locura, una locura lírica”, dijo Richard Harris. “Vivíamos nuestra vida y eso se transmitía en nuestro trabajo. Mostrábamos nuestra sonrisa al mundo y la idea de que el mundo estaba loco. No teníamos miedo a ser diferentes. Y siempre éramos peligrosos. Peligrosos si nos encontraban en la calle, en el restaurante, y peligrosos si nos veían en un escenario o en una película”.

“Siempre era igual con Burton, O'Toole, Harris y Reed”, recordó el director Peter Medak. “Había esa terrible sensación de peligro en torno a ellos. No sabías si te iban a besar, abrazarte o pegarte un puñetazo en la cara. Eran maravillosos”.

¿Peligrosos para su propia salud? Desde luego. O'Toole murió con 81 años, Harris con 72. Lo cierto es que O'Toole no habría durado tanto si no hubiera sido por la operación que sufrió en 1976, cuando le extirparon el páncreas y parte del estómago. A partir de ahí, no podía probar ni una gota de alcohol.

Richard Burton y Oliver Reed no tuvieron tanta suerte. Murieron con 58 y 61 años. El final de Reed estuvo a la altura de una vida de excesos. Durante el rodaje de Gladiator en Malta, retó a un grupo de jóvenes marineros a una competición de pulsos en un bar. Acabó con un ataque al corazón. Hay tantas anécdotas en relación a Reed que es bueno sospechar de algunas, pero todas son buenas. El Daily Mirror publicó un artículo que decía que el límite máximo de cervezas que los médicos recomendaban para una persona era de cuatro pintas diarias (un cálculo muy conservador en una sociedad como la británica). Una pinta equivale a 0,56 litros. En la misma página el diario contó que una vez Reed se bebió 126 pintas (71 litros) en 24 horas.

Un periodista escribió que tachar a Reed de impredecible era como llamar pintoresco a Iván el Terrible.

Las mejores personas están en los pubs

¿Por qué bebían tanto? “Era para quemar la mediocridad, el aburrimiento que sentíamos cuando abandonábamos el escenario”, dijo Burton. También podía ser para no tener que recordar que estaba participando en una película horrible. En The Klansman, estuvo borracho la mayor parte del rodaje. En algunas escenas, le tuvieron que rodar sentado o tumbado porque no se tenía en pie.

Como cuenta Robert Sellers en el libro que les dedicó, Hellraisers, Harris amaba ir al pub y ponerse a hablar con completos extraños. Se pasaba el día bebiendo. “Hombres, no mujeres. Beber es cosa de hombres”. Bebía dos botellas diarias de vodka. Y eso hasta las 7 de la tarde. Luego le gustaba abrir una botella de oporto y otra de brandy y mezclarlo todo. Un periodista le preguntó cuánto alcohol había bebido en su vida. “El QE2 (un trasatlántico) podría navegar sobre ese alcohol desde aquí hasta las Falklands” (Malvinas). Harris pensaba que el mundo estaba lleno de gente aburrida y que lo mejor que podía hacer él era alegrarles la vida, “y que le den a las consecuencias”.

Lo que les gustaba a todos ellos era beber en pubs. Todo era muy británico. Les gustaba la camaradería, hablar con extraños, desafiarles a ver quién bebía más o a competiciones de pulsos o dardos. Les gustaban las amistades (masculinas) fugaces que se hacían en los pubs, no en los rodajes. “Encuentras a mejores personas en los pubs”, dijo Reed.

¿Qué podías hacer en una ciudad británica en los 60 y 70? Beber en compañía de amigos o desconocidos era la única opción existente para muchos jóvenes. La sociedad británica administraba con problemas una aguda decadencia social y económica que se hizo ya imposible de negar a finales de los años 70. Los jóvenes de todo el país huían si podían de las ciudades en las que sentían un aburrimiento mortal. Llegaban a Londres y ahí seguían bebiendo.

Años después, O'Toole era más lúcido: “¿Qué es lo único que uno saca de estar borracho? Es un anestésico. Sirve para reducir el dolor”. Él no parecía necesitar una razón para beber. Quizá fuera por su mala salud. Toda su vida sufrió de problemas intestinales, y beber parecía una buena forma de olvidarse de ellos. “Yo era tonto, joven y borracho, y hacía el ridículo. Pero disfruté la época en la que entraba en un bar de París a tomar algo y acababa despertándome en Córcega”.

Había cierta sensación de impunidad que se notaba en muchas otras cosas. Las estrellas no se contienen y algunas como Burton, aún menos. Cuando Eddie Fisher llamó a su mujer, Elizabeth Taylor, a la casa donde ella vivía durante el rodaje de Cleopatra, Burton respondió al teléfono. ¿Qué estás haciendo allí?, preguntó Fisher. “¿Qué crees que estoy haciendo? Me estoy follando a tu mujer”, respondió. Y bebiendo, claro.

Siempre pagas un precio –el que sea– por esta diversión. En 1978, Richard Harris y Richard Burton charlaban en un descanso de un rodaje. Empezaban a estar un poco cascados: “Éramos como dos viejos”, dijo Harris. “Fuimos una vez los mejores vándalos del mundo, y ahora estábamos demasiado cansados para ponernos de pie y mear. Después de dos horas de discusión filosófica, llegamos a la conclusión de que la tragedia de nuestras vidas era la cantidad de cosas que no recordábamos, porque estábamos entonces demasiado borrachos para recordar”.

Brindemos por eso, pero no tanto como para olvidarlo tan fácilmente como ellos.

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