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Brujas malvadas, brujas enamoradas, brujas empoderadas

'Blair witch' repite algunos hallazgos de 'El proyecto de la bruja de Blair' y añade más sustos

Ignasi Franch

Muchos aficionados al cine ya conocerán la historia. Blair witchBlair witch, tercera entrega de la saga iniciada con El proyecto de la bruja de Blair, es el reencuentro de los espectadores con un espíritu vengativo. Contiene la correspondiente ración de sustos (muchos más que en la primera película), imágenes temblorosas... y estereotipos asumidos por pura inercia. Porque, aunque el cine de terror suele jugar a transgredir las normas, tiende a reproducir un punto de vista: las brujas son seres malignos a los que erradicar, y raramente se representan como seres perseguidos.

Esta inercia choca con las relecturas feministas de esta figura, basadas en el recuerdo de las cazas de brujas. La filósofa Silvia Federici (Calibán y la bruja) las describe como un proceso de dominación masculina y concentración capitalista de riqueza y propiedades. Las quemas de hechiceras habrían sido procesos de control social, desposesión económica y criminalización de los saberes comunitarios difundidos por mujeres. Ahora, las brujas aparecen en multitud de camisetas reivindicativas, se asocian con la soberanía y la heterodoxia. Pero en la gran pantalla, de momento, suelen asociarse con el mal.

Las brujas dan miedo

Sea por esa pulsión conservadora que suele esconder el cine de terror, o por el impulso práctico de usar elementos de eficacia probada, se sigue apostando por las hechiceras despiadadas, en forma de mujeres vivas o de espíritus airados. Son ejemplos de ello la misma bruja de Blair, que atormenta a todo aquel que se adentre en el bosque en que mora. Y las presentes en títulos recientes como Expediente Warren, En tiempo de brujas o esa pesadilla de terror hipotecario que es Arrástrame al infierno.

A veces, son figuras híbridas relacionadas con la poseída o la vampiresa que se alimenta (o se rejuvenece) con sangre. En otras ocasiones, conectan con cultos precristianos. Películas pioneras del cine fantástico como Häxan fijaron estéticamente un estereotipo de bruja envejecida, embrutecida, sin voz, que todavía perdura en las ficciones actuales. Pero esa obra inclasificable, firmada por el danés Benjamin Christensen, sí incorporaba un componente de denuncia social. En décadas posteriores, se vivió una sensualización de la hechicera bella para goce del espectador masculino.

Ajeno a ambas tendencias, Dario Argento otorgó una cierta dignidad a esta figura femenina con la visualmente exquisita Suspiria, un curioso ejemplo de cuento siniestro con evidente vocación artística. Su pequeño culto de brujas era malvado, pero no era miserable ni tampoco estaba groseramente erotizado. El mismo realizador completaría una trilogía con Infierno y la tardía La madre del mal.

A pesar de incorporar una cierta simpatía por el diablo propia del heavy metal, The Lords of Salem también asume el habitual punto de vista heredero del cristianismo: las brujas son vengativas y manipuladoras. En esta historia de una locutora asediada por un culto satánico, el cineasta y músico Rob Zombie renunció a recursos habituales del terror mainstream. Y construyó una atmósfera malsana y delirante, también provocadora, con ecos de las filmografías de David Lynch (Twin Peaks) o de Roman Polanski (La semilla del diablo).

El amor es más fuerte que la magia

Además de servir como antagonistas en cuentos de miedo, las hechiceras de cine también han protagonizado ficciones románticas. A menudo, puede detectarse una idea de fondo en estas historias: la pareja heterosexual, con el hombre proveedor como individuo de referencia, es entendida como la normalidad. Y la bruja, como mujer poderosa y no sometida a lo masculino, es una desviación que corregir. Por ello, el final feliz pasa por la vuelta al redil a través del amor.

Me enamoré de una bruja o Me casé con una bruja ejemplifican estos planteamientos. En la primera, ellas pierden su poder cuando se enamoran. En la segunda, la renuncia es voluntaria: “A partir de ahora, seré solo una esposa servicial”, afirma la protagonista.

Las heroínas de dos títulos más recientes, Prácticamente magia y Embrujada, quieren abandonar la magia para encajar socialmente. Ambas películas incluyen algunos guiños positivos, como escenas de cooperación femenina en un caso de acoso, pero beben de un Hollywood clásico desaforadamente machista.

En Embrujada, además, la hechicera se convierte en una figura casi intercambiable con la de la hada. Algo parecido sucede en Maléfica, la relectura pretendidamente oscura del cuento de Blancanieves. En este caso, los responsables de la película mezclan ambos aspectos de manera totalmente consciente: Isabel es propagadora de maldiciones y, a la vez, hada madrina. En el filme se matiza la lógica casamentera de los cuentos, a través del elogio del instinto maternal ajeno a los lazos biológicos, sin transgredirla.Maléfica despertó una cierta frustración en los públicos que deseaban una ruptura más decidida con el cuento sexista.

A pesar de estar orientada a un público más adulto, Las brujas de Eastwick puede generar una sensación parecida. Adaptación de una novela de John Updike, trata de tres mujeres que revolucionan la vida de una pequeña localidad con su relación libre con un forastero. Tanto la novela como la película incluyen elementos contradictorios: pueden interpretarse como una sátira del machismo... y también como una advertencia contra la liberación de las mujeres.

A la espera de la bruja empoderada

Sea como sea, el Darryl interpretado por un Jack Nicholson desatado es la figura que cataliza el proceso de autodescubrimiento del trío de Eastwick. La reciente La bruja, a pesar de haber sido leída en clave feminista por algunos comentaristas, también trata de una presunta liberación tutelada por una figura masculina. En el caso de este último filme, además, el empoderamiento tiene lugar después de un largo proceso de manipulación... culminado con un gesto sumiso. Por ello, La bruja, como la mencionada The Lords of Salem, parece el relato de un doblegamiento.

Entre la hegemonía de hechiceras malvadas y su inversión romántica, no ha quedado demasiado espacio para dimensionar otro tipo de bruja adulta. La bruja pop indeterminada, que no se acaba de alinear con las huestes malvadas ni con las hadas enamoradas, es a menudo una adolescente. Valgan como ejemplos Phenomena, Jóvenes y brujas o las diversas adaptaciones y secuelas de Carrie.

A su manera, Phenomena puede considerarse un cuento perverso de empoderamiento. Su protagonista es una chica con habilidades sobrenaturales, una especie de bruja sin fe, juvenil y bondadosa, que conecta profundamente con los seres vivos y los elementos. De la misma manera que en Carrie, su iniciación al poder está vinculada con el descubrimiento de la sexualidad. De hecho, en Phenomena se mencionan varias prácticas de acoso sexual y tiene lugar un intento de violación.

Carrie incorpora más iconografía religiosa, especialmente a través de la madre fanática de la protagonista. La ficción termina con una venganza terrible: la chica, humillada y agredida, se venga haciendo un uso destructivo y asesino de sus poderes. Eso facilita que el relato se interprete como una doble crítica: el fundamentalismo cristiano es un blanco evidente, pero también pueden serlo unos feminismos entendidos como amenazas violentas.

El de Carrie es un empoderamiento amargo: nace de la victimización y deriva en crueldad. El cineasta Lucky McKee, interesado por incorporar una cierta perspectiva de género en sus películas, también ha mostrado imágenes de empoderamiento femenino violento en All cheerleaders die y The woman. Se diría que, entre la lógica agresiva del cine de terror y la sensiblería del fantástico romántico, aun quedan espacios por cubrir y arquetipos por desarrollar. ¿Otras brujas de celuloide son posibles?

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