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'Chuck Norris contra el comunismo': cintas VHS piratas para burlar a Ceaucescu

Francesc Miró

Hace diez años, el realizador Corneliu Porumboiu hizo la que a día de hoy sigue siendo la película más mordaz de su carrera. En A fost sau n-a fost? (traducida aquí como 12:08 al este de Bucarest), la comedia era la afilada arma con la que se intentaba dilucidar si la última Navidad de los ochenta fue testigo de una verdadera revolución en Rumanía.

La habilidad del primer largometraje de Porumboiu era plantear el debate sin preocuparse por ofrecer una contestación: no siempre hay respuestas para las preguntas clave. Lo importante era contar la historia, hacer visible la duda. En la misma línea apunta Ilinca Calugareanu, que, sin olvidar la efectividad del sentido del humor, dobla la apuesta con un documental con toques de thriller.

Chuck Norris contra el comunismo es un documental, estrenado en España por Netflix, que cuenta la historia de Irina Nistor, una mujer que dobló al rumano centenares de películas norteamericanas prohibidas por el régimen de Nicolae Ceaucescu. Durante años puso voz a todos y cada uno de los personajes de Érase una vez en América, Scarface, Rocky, Conan, Toro Salvaje, Dirty Dancing y sí, más de una película de Chuck Norris. Lo hacía en el sótano de una casa de un misterioso hombre, que luego copiaba las cintas VHS y las distribuía de manera ilegal en el maletero de un Peugeot 205. De allí a los televisores de muchas casas de Rumanía.

La mujer de la voz de Chuck Norris

Irina Nistor trabajaba para el Ministerio de propaganda rumano. Doblaba películas que el régimen consideraba que se podían ver y participaba en sesiones de censura en las que se cortaba todo aquello que molestaba. Desde una falda demasiado sensual hasta las estanterías de un supermercado lleno a rebosar de bebidas, golosinas y patatas fritas. ¿Por qué? Porque no podía ser que la gente pensase que en los supermercados norteamericanos había más comida que en los rumanos.

Un día, un supuesto compañero le propuso visitar a un hombre que le quería ofrecer un trabajo extraoficial: la traducción de una película sin censura alguna. Cansada de ver siempre lo mismo, Irina aceptó con miedo y visitó a aquel hombre. Era alguien de buena posición, que tenía en el sótano de su casa una colección de películas enorme, un televisor y un micro. Se llamaba Teodor Zamfir y amaba el cine estadounidense. Tanto que se jugaba el pellejo cada vez que cruzaba la frontera de Hungría con Rumanía con el maletero cargado de Chuck Norris de contrabando.

Fue ese señor el que impuso a Irina, como prueba de aptitud, que tradujera del inglés al rumano las más de tres horas del Doctor Zhivago de David Lean. Ella lo hizo y meses después, su voz era conocida en medio país, aunque era una voz secreta.

Las centenares de películas que tradujo seguían siendo ilegales, pero que estuvieran fuera de la ley nunca fue óbice para que no resultaran tremendamente populares. Omar Sharif, Arnold Schwarzenegger o Chuck Norris hablando en rumano convirtieron a Irina en la voz más conocida de Rumanía después de la de Ceaucescu.

Escapar de la realidad con Stallone

El modus operandi era casi siempre el mismo. Un hombre llegaba a un barrio periférico de Bucarest en mitad de la noche. Abría el maletero de su coche y descubría bajo una manta dos cajas de cintas VHS. Un vecino del barrio bajaba y le compraba una a hurtadillas. Solía ser el único del barrio que tenía un reproductor de vídeo porque por aquel entonces, cuentan algunos de los testimonios del documental, comprarse uno era como adquirir un coche.

Así que no era de extrañar que en cuestión de minutos medio vecindario supiera que una nueva remesa de películas había llegado. Aquella noche habría sesión de Desaparecido en combate 2 a cinco lei el hueco de sofá en el salón de su piso.

Más que un mero entretenimiento, en las sesiones ilegales que se organizaban alrededor de los VHS que Irina Nistor traducía al rumano, persistía la voluntad de ver algo que no fuera la propaganda comunista del único canal de la televisión que tenían. Eso les abría los ojos, les mostraba otros mundos, nuevas posibilidades con las que fantasear.

“La historia tiene muchas dimensiones, puede hablar a cada espectador sobre algo distinto”, cuenta Ilinca Calugareanu, directora del documental. “Tiene una dimensión política porque muestra cómo una dictadura puede afectar a las personas a diferentes niveles de la vida diaria, es decir, es una película sobre la censura y la libertad de expresión”, explica la realizadora. “Pero también muestra cómo a veces los actos de resistencia más pequeños pueden ser los catalizadores de un cambio mucho mayor”, asegura.

Ilinca Calugareanu nació en Cluj-Napoca pero estudió dirección cinematográfica y antropología visual en Manchester. Su formación tiene un pie en la esfera de lo social y el otro en la del intríngulis del celuloide, y eso la ha llevado a tener un enfoque sobre la Rumania comunista y poscomunista. “Llegué al cine mientras exploraba temas como la memoria, el espacio y la emoción. Mis películas tienen un enfoque social y etnográfico: tratan de involucrarse y entender los fenómenos culturales desde dentro”, describe ella misma.

En última instancia Chuck Norris contra el comunismo también es un canto de amor al cine ochentero, algo que no deja de ser una “moda” recurrente hoy en día. Aún así, lo hace desde la convicción que le confieren sus referentes, como la senda marcada por documentales con alma macarra tipo Electric Boogaloo: La loca historia de Cannon Films. Aunque esta vez se transforma, con las formas del thriller, en una oda al poder subversivo y transformador del cine. Emocionante por verdadero y apasionante por peculiar.

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