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Weinstein contrató un “ejército de espías” para intimidar a sus víctimas y a periodistas

Harvey Weinstein

David Sarabia

Los tentáculos de Harvey Weinstein se extendían más allá de la industria del cine. Un artículo de The New Yorker escrito este lunes por Ronan Farrow, el hijo de Woody Allen y Mia Farrow, le acusa directamente de tener a su disposición un “ejército de espías” para intimidar y medir el comportamiento de sus víctimas.

Así, Weinstein tenía contratadas dos empresas de espionaje, Kroll y Black Cube, esta última formada por exoficiales del Mosad y otras agencias de inteligencia. Incluso, dos investigadores privados de la agencia israelí se llegaron a reunir con Rose McGowan, actriz que ha reconocido que el productor la violó cuando tenía 23 años.

Uno de las agentes se hizo pasar por una abogada por los derechos de la mujer y grabó secretamente cuatro conversaciones con McGowan. También hubo varios periodistas “comprados” por Weinstein que se dedicaban a intentar adivinar qué actrices estaban hablando con la prensa.

Las empresas de espionaje recababan información sobre las víctimas de Weinstein que luego él utilizaba para intimidarlas y amenazarlas en caso de que llegaran a hablar con la prensa. Según Farrow, el periodista del New Yorker que firma la información, estas técnicas “casi siempre se mantienen en secreto debido a las relaciones que a menudo mantienen entre bufetes de abogados”. Continúa diciendo que “estas investigaciones están teóricamente protegidas por la relación abogado-cliente, lo que podría impedir que se revelen en los tribunales”.

Juego de espías

El artículo cuenta también cómo la teórica abogada por los derechos de la mujer, que se hacía llamar Diana Filip, quedó con McGowan al menos cuatro veces entre mayo y septiembre de este año. La falsa activista, que hablaba inglés con acento alemán, quería reclutar a la actriz para presentar una gala benéfica y cada vez la presionaba más para obtener información. En una ocasión, la actriz llegó a confesar que había hablado con el periodista Farrow.

Diana Filip, que en realidad era una exoficial del Ejército israelí, intentó contactar con Farrow en una ocasión y escribió varios emails a otros colegas de profesión del periodista, como Ben Wallace (también del New Yorker) o Jodi Kantor, de The New York Times. Para ellos fue Anna y se hizo pasar por una víctima de Weinstein, algo de lo que Wallace sospechó desde el principio. También hablaba inglés con acento alemán y su teléfono móvil, que operaba con un proveedor británico, ahora está desconectado.

“Black Cube ha rechazado comentar específicamente acerca de los trabajos que realizó para Weinstein”, continúa Farrow. En octubre del año pasado, los abogados de la firma Boies firmaron un contrato con la empresa de espionaje señalando que los “objetivos primarios” eran “dotar de inteligencia que ayude al cliente en sus esfuerzos para detener completamente la publicación negativa del periódico The New York Times” y “obtener contenido adicional de un libro que se está escribiendo e incluye información negativa dañina de y sobre el cliente”.

Se refieren precisamente al libro de McGowan, Brave, que cuenta sus memorias y será publicado en enero. Por otro lado, un periodista freelance quedó con McGowan este verano y grabó toda la conversación. Luego intentó ponerse en contacto con la agencia de espionaje. El freelance llamó a otras dos actrices más, entre las que se incluye Annabella Sciorra, que se sintió amenaza por Weinstein: “Me asusté de que Harvey quizá estuviera probándome por si hablaba”.

Según Farrow, este periodista, que ha hablado con él bajo la condición de mantener su anonimato, dice que “estaba trabajando en su propia historia de Weinstein, usando información de contactos facilitados por Black Cube”. Esta persona rechaza estar en nómina, tanto del magnate como de la agencia de espionaje.

“La foto del dinero”

El magnate de Hollywood intentó también contratar a varios periodistas que trabajan para Dylan Howard, el director del National Enquirer, quien le facilitó una lista a Weinstein para “discutir qué hacemos con cada uno”. Uno de esos reporteros llegó a hablar con Elizabeth Avellan, la exmujer del director de cine Robert Rodriguez, que la dejó para irse con McGowan.

A pesar de que el periodista prometió a la mujer que la llamada sería off the record, la grabó y después se la envió a su jefe.

Weinstein pidió a Kroll, otra agencia de espionaje, hasta 11 fotografías en las que apareciese con McGowan, ya fuera en galas de premios o eventos, en 2016. Tres horas después, el magnate recibió en su correo la que el CEO de Kroll, Dan Karson, califica como “la foto del dinero”. Y no solo eso: allí también se dedicaban a buscar los trapos sucios de los periodistas que estuvieran cubriendo el caso Weinstein. David Carr, quien escribió un perfil sobre el magnate en 2011 y falleció hace dos años, creía que alguien le seguía poco antes de su muerte. Una tercera agencia se dedicó exclusivamente a recopilar “exageraciones, mentiras, contradicciones, puntos negativos del carácter, amantes y novios previos” de las víctimas de Weinstein.

La historia que cuenta el hijo de Woody Allen y Mia Farrow en The New Yorker termina revelando los planes de Weinstein para escribir un libro sobre Miramax, su productora, y en la que contaría con la ayuda de dos exempleados. En realidad, todo formaba parte de un plan para hacer una agenda de contactos y “probarlos” para saber si habían hablado o no con la prensa.

Ni Harvey Weinstein ha podido comprar el silencio de sus víctimas ni Hollywood ha podido taparlo por más tiempo. Las mujeres que algún día tuvieron que doblegarse ante sus depravadas peticiones ahora le zarandean y le llevan ante los tribunales. Ni un “ejército de espías” ha podido evitar el ocaso de uno de los magnates del cine más terribles de los últimos tiempos.

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