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Licencias libres, filmes militantes, financiaciones precarias

Port Trade Portrait, uno de los documentales del BccN

Ignasi Franch

El Barcelona Creative Commons Film Festival (BccN) fue pionero en su decisión de especializarse en obras sujetas a licencias 'copyleft'. La celebración de su sexta edición, que concluye el día 10 de mayo, supone una nueva oportunidad de acceder a un amplio abanico de propuestas. Entre ellas, se encuentran retratos de personas (como el activista y escritor Aaron Swartz, en The Internet's own boy), grupos (Las más macabras de las vidas, dedicado a Eskorbuto, del que ya hablamos aquí) o duras realidades sociopolíticas.

Todos los títulos están sujetos a licencias Creative Commons, una concepción diferenciada de los derechos de autor que suele usarse como una opción política de libre difusión del conocimiento, aunque también recoge la posibilidad de reservarse derechos (como prohibir la explotación comercial de las obras comerciales, o de obras derivadas, por parte de terceros). La crisis del sector audiovisual español provoca que se entremezclen el ideal de cultura libre, el deseo de alcanzar la máxima difusión posible... y la desconfianza en que los derechos de autor tradicionales comporten más ingresos.

Que una película se publique con una licencia Creative Commons no implica que se tenga un acceso universal, gratuito e inmediato a esta. Muchos autores controlan la difusión de su obra durante un periodo de tiempo limitado en el que ofrecen las películas a festivales, salas alternativas o plataformas de vídeo bajo demanda. En algunas ocasiones, este proceder se debe únicamente a la petición de los festivales; en otras, supone un intento de recuperar parte de la inversión, en dedicación o en dinero, inherente a la realización de un filme.

A menudo, este esquema se complementa con recursos de financiación colectiva, como las campañas de micromecenazgo 'online' propias de plataformas como Verkami o Goteo. Dependiendo de las ambiciones y el éxito de cada uno de los pasos, estas nuevas maneras de producir audiovisuales suponen un matiz al voluntarismo total, o la prefiguración de otro profesionalismo posible que, por ahora, suele moverse en coordenadas de precariedad. La programación del BccN incluye títulos con enfoques diversos en cuanta a producción, pero la vocación militante suele tener mucho peso. Destacamos cinco títulos que tratan de realidades colectivas y que muestran una evidente vocación transformadora de la sociedad.

El brazo audiovisual de la PAH

Sí se puede es un proyecto de Comando Vídeo, colectivo formado por Pau Faus, Sílvia González-Laá y Xavier Andreu. Su filme retrata una semana en la PAH de Barcelona, y emana de esta: “Es una pieza más de su estrategia comunicativa, aunque nosotros nos hayamos organizado de manera un poco independiente”, afirma González-Laá, coguionista del documental. La intención ha sido mostrar al público el interior de la organización, una cotidianidad de militancia gratificante pero no exenta de estrés. La película representa el proceso de empoderamiento de aquellos que se acercan a la plataforma: se comienza con imágenes de un cierto desespero, y va emergiendo una cierta sobriedad, una cierta fortaleza.

Usar una licencia 'copyleft' fue parte del proyecto desde su inicio: “Igual que la PAH cuelga en su web la información que recaba y que trabaja, 'Sí se puede' no iba a ser diferente. La PAH ya es Creative Commons, y se replica en otros núcleos”. Los autores ofrecieron su obra exclusivamente para proyecciones colectivas (y gratuitas) antes de liberarlo por completo. Según González-Láa, “la gente entendió que no se colgase inmediatamente. Sabemos que Internet tiene cosas muy buenas, pero también quema muy rápido el material. Por eso le dimos ese espacio de boca a boca, de expectativa... ”. Desde hace una semana, el resultado se puede ver gratuitamente y sin restricciones en plataformas como Youtube o Vimeo.

Sobre exclusiones cercanas

El de Mirades: retrats sense rostre es otro proyecto con un fuerte componente social, en este caso pilotado por la asociación CàmeresIAcció, que ofrece talleres de formación audiovisual a colectivos. El filme supone la extensión cinematográfica de una iniciativa ya existente. Una red de atención a individuos sin hogar busca dignificar a este colectivo posibilitando que artistas y antropólogos retraten, sin estereotipos, a algunos de sus componentes. Quizá lo más refrescante del resultado final es cómo diluye cualquier jerarquía: los retratados dialogan con los retratistas y filman, con la ayuda de profesionales, el proceso de elaboración de las obras.

Todo el trabajo ha sido completamente desinteresado: “Hubo una pequeña aportación por parte de las entidades implicadas, pero se destinó básicamente al material para producir las piezas artísticas”, explica Sílvia Cepero, de CàmeresIAcció. Otro miembro de la asociación, David Fernandez, afirma que se tomaron esta producción como “una oportunidad de aprendizaje, experimentación y entrada en contacto con organizaciones afines”. Lo económico apenas se contempló: “Nuestras raíces vienen del activismo, lo tenemos muy integrado en nuestra manera de trabajar, y compensamos la dedicación a esta película con talleres y proyectos remunerados. Ahora estamos trabajando en otro documental que sí tienen presupuesto, porque no es nuestra intención precarizarnos. No podemos emplear siempre un año de trabajo en algo voluntarista”, concluye Cepero.

Acercamiento a la industria textil india

Las costuras de la piel es otro ejemplo de documental militante. Sus responsables quisieron conocer la industria textil ubicada en Banglore (India) y las condiciones laborales que esta ofrece. Los abusos empresariales se entrelazan con el sexismo. Dentro del relato de este presente terrible, también aparecen iniciativas esperanzadores. Según explica su codirectora, Cèlia Vila, descubrieron casualmente la historia de un “sindicato de trabajadoras que se estaban formando y organizando para intentar mejorar su situación”.

Los autores organizaron una campaña de micromecenazgo modesta, la única vía de financiación que han tenido: “sirvió para el material, para gastos de transporte... Lo demás ha sido amor al arte, activismo y solidaridad con la causa”. El uso de una licencia Creative Commons es, para los autores, una apuesta ideológica coherente con el deseo de dar a conocer una realidad al mayor número posible de espectadores. Respecto a los ingresos posibles, Vila no es optimista: “Si recibiésemos algún premio en un festival, sería una inyección económica. Pero a nivel de televisión y de cines, no creemos que surjan muchas posibilidades para una obra como la nuestra”. En opinión de la realizadora, el mundo del audiovisual “está tocado, hay pocos proyectos y la mayoría son iniciativas personales. No se va a ganar mucho dinero con el documentalismo, pero creo que no hay que rendirse, porque las imágenes hacen que los mensajes lleguen a más gente”.

De prisiones olvidadas

La puerta azul representa un documental con voz crítica y elaboración periodística, que aspira a impactar en un público no necesariamente militante. Trata de la existencia de los centros de internamiento para extranjeros (CIE), concretamente de un centro emplazado en Valencia, y de los abusos y arbitrariedades que ahí se cometen. Se recogen los testimonios de vícitimas y de activistas, pero también los de representantes de partidos políticos y sindicatos policiales. La autora de la película, Alicia Medina, declara que el objetivo ha sido contribuir a “un debate público que es necesario para que la gente se posicione, que puede comportar posibles movilizaciones y una respuesta de los políticos a estas. No hemos querido dirigirnos a espectadores ya movilizados, sino dar voz a todas las partes para que la audiencia se conformen su propia opinión”.

El filme supone una destacable muestra de documentalismo independiente, fundamentado en una mirada crítica pero ejecutado desde un cierto distanciamiento periodístico. El proyecto creció sin un enfoque pragmático: no se realizó una campaña de micromecenazgo y todo se ha financiado “con nuestro propio tiempo y esfuerzo, compaginándolo con nuestra propia actividad de productora audiovisual”. La apuesta por las licencias Creative Common tampoco estaba en el ADN del proyecto: “El trailer tuvo una acogida que nos superó. No nos habíamos planteado qué pasaría después. El festival BccN nos contactó porque estaban interesados en programar la película, y vimos que no había necesidad de recurrir al 'copyright' normal”, explica Medina. De nuevo, aparece un cierto escepticismo que convierte en menos trascendente la renuncia a los derechos de autor tradicionales: “no creemos que, pasado un tiempo, se generasen muchos ingresos. Así que habrá un primer año de gira por festivales, durante el cual también intentaremos llegar a plataformas de vídeo bajo demanda y televisiones. Después liberaremos la película, para que llegue a quien no lo haya podido ver de otra forma. Estamos por el acceso libre a la cultura compaginado con intentar vivir de nuestro trabajo. Creemos que es posible”.

Mostrar la diversidad

Yes, we fuck aborda una realidad íntima invisibilizada a causa de algunas convenciones sociales: la actividad sexual de las personas con diversidad funcional. Sus responsables, Antonio Centeno y Raúl de la Morena, presentan diversas historias reales. Acabaron incorporando en el proyecto a activistas y artistas que trabajan sexualidades alternativas: “Al recoger las historias que contamos nos fuimos encontrando esas sinergías. Comenzando por el colectivo Post Op, que trabaja temas de género”, explica de la Morena. Su filme derriba los diques de contención del sexo considerado como normal. Una de las prioridades fue mostrar cuerpos alejados de los estándares, pero el realizador no considera que haya introducido “sexo explícito, sino cuerpos desnudos que interactúan, movimiento... No se parece en nada a una película porno mainstream, no se ve una penetración en primer plano”.

'Yes, we fuck' comenzó su camino con un reto de 'crowdfunding'. Para de la Morena, este recurso no suele ser un mecanismo de financiación real: “La mayoría de proyectos no pueden pedir lo que realmente cuesta hacer un documental. Yo lo veo como una herramienta de difusión que incluye una pequeña aportación económica para cubrir algunos gastos. Estas campañas, además, absorben mucho tiempo. Si tuviésemos que vivir de eso, mal iríamos”. El acceso a la película estará limitado mientras se presenta en festivales cinematográficos. Posteriormente, en un momento aun por determinar (“un año, un año y medio, medio año, dependende de cómo vaya todo”, dice su director), se difundirá gratuitamente a través de Internet. En opinión del realizador, “el trabajo de los que nos dedicamos al audiovisual debería estar bien remunerado, y el producto final debería ser libre. Los beneficios de las empresas deberían encontrarse en otros lugares, como en la publicidad”.

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