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Paco de Lucía y Christian Petzold, arte mayor en el Zinemaldia

John Malkovich en 'Casanova Variations'

Pedro Moral Martín / Carlos Marlasca

La muerte de un mito suele desembocar en una letanía de imágenes y textos que certifican la condición del fallecido. A veces es el crudo parné el que impone la celeridad necesaria para que los pingües beneficios no se pierdan por la alcantarilla. Pero si la obra en cuestión está basada en una relación de parentesco entre quien la escribe y quien es objeto de la misma, la cuestión del lucro suele ser inexistente. Curro Sánchez Varela nunca pensó que cuando puso la cámara frente a su padre estaba empezando a redactar un excelso obituario, que iniciaba el camino para convertirse en una suerte de Diego Manrique embrionario y posmoderno sin pluma y con celuloide.

El hijo de Paco de Lucía juega con una ventaja irrefutable: probablemente el genial guitarrista jamás hubiera mostrado una desnudez sentimental parecida ante cualquier otro realizador. Tal honestidad exigía un tratamiento proporcional. Paco de Lucía: La búsqueda es una carta de amor. Pero la misiva no está escrita mediante una concatenación de escenas melifluas y empalagosas que manifiestan unos sentimientos lógicos y universales. Sánchez Varela humaniza al genio, muestra a alguien que padece miedos e inseguridades, y baja del altar a quien por méritos propios ocupa un lugar sagrado en el imaginario popular. Y al final lo que consigue es agigantar la leyenda.

Que el hijo pródigo de Algeciras fue el catalizador del nuevo flamenco, que su música atravesó géneros y estilos y que pronto sus grandes mentores como Agustín Castellón ‘Sabicas’ acabaron atendiendo la cátedra que impartía aquel alumno aventajado, son argumentos de sobra conocidos que pueden adquirir más vigor en boca de músicos como Carlos Santana, John McLaughin o Chick Corea. Pero el director se desangra buscando ilustrar cada anécdota con la mirada translúcida de su padre, con el picado justo de su guitarra o con una imagen esclarecedora, como la que muestra a Camarón de la Isla y a Paco de Lucía ausentes porque en ese instante no podían comunicarse en el único lenguaje que entendían

Tras la inquietud de Pepe en Nueva York ante la falta de su hermano o la inmersión en los secretos del cante jondo por las calles andaluzas, se esconde el hallazgo de un hombre introvertido, inconsciente de su talento único y perfeccionista hasta la extenuación; pero también el duende de alguien capaz de cautivar con sus historias, de provocar carcajadas o de enternecer hasta el tuétano. Paco de Lucia explica que los aplausos no le importaban si él no estaba convencido de haber tocado bien. Es el inconformismo que explica la figura de un genio irrepetible.

El holocausto según Christian Petzold

Cualquiera que conozca el cine de Christian Petzold sabe que su revisión del genocidio judío siempre se va a situar en el extremo opuesto al de las aterradoras imágenes de Auschwitz, Mauthausen o Treblinka. El director alemán es hiriente en sus planteamientos pero a través de la sobriedad de sus personajes y huyendo siempre de cualquier estridencia. En su anterior Bárbara ya se hacía eco de las heridas abiertas en su país durante la Guerra Fría. Ahora, retrocede un paso más en el tiempo para escarbar en las miserias menos retratadas del Holocausto.

Una cantante de cabaret con el rostro desfigurado se pone en manos de un cirujano y adquiere una nueva identidad con la que inicia la búsqueda de su marido. Suficientes elementos para componer una sinfonía de la mezquindad y la desolación, tan arrebatadora como perfecta. Phoenix es el lugar donde Nelly cantaba al lado de su marido en un idilio que creía perfecto antes de que el nazismo ajustara las cuentas con sus orígenes. Tras escapar del terror intenta algo tan humano como recuperar el paraíso perdido.

En cintas como Wolfsburg, Petzold encontraba inspiración en el mutismo de los hermanos Dardenne, pero ahora los silencios son menos predominantes y sus actores han adquirido mayor relevancia. Nina Hoss, la actriz fetiche del realizador, y Ronald Zehrfeld vuelven a repetir como pareja protagonista componiendo personajes complejos y verosímiles, con la contención ante la cámara como premisa indiscutible, por lo que el mérito de ambos es aún mayor. El director alemán despliega todo su potencial con unos encuadres pictóricos, con su concepción hitchcockiana del suspense y con una abrumadora narrativa. Y si una película queda marcada por su desenlace, el de Phoenix es probablemente el mejor que se va a poder ver en San Sebastián.

John Malkovich bien vale un Casanova

El director Michael Sturminger debía suponer que tenía un tesoro en sus manos con una película sobre Casanova protagonizada por John Malkovich, porque el estadounidense es uno de esos actores que como Sean Penn o Toni Servillo justifican el precio de una entrada de cine. Malkovich en la piel del mayor seductor de todos los tiempos, Malkovich en el papel de Malkovich y Malkovich como centro indiscutible de una nueva revisión de la vida del mito italiano.

La película está narrada en dos tiempos, el actual, con una representación teatral, y la época de Giacomo Casanova. El proyecto, en manos de Baz Luhrmnan, podía haberse transformado en un auténtico esperpento y el realizador austriaco alcanza los estándares estéticos que una historia de corte clásico requiere. Pero a partir de ahí se establece un excesivo distanciamiento con las disyuntivas amorosas del protagonista que solo acorta los golpes cómicos y la magnética presencia del actor estadounidense. Quizá sea suficiente.

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